El 20 de abril, yo estaba trabajando en las afueras de Bombay, el centro financiero de India. Mi teléfono no dejaba de sonar. Otros reporteros gráficos me preguntaban
si había tenido noticias del análisis de COVID-19 que nos habían hecho días antes en el Club de Prensa de Bombay. Aún no las había tenido y estaba preocupado.
Entonces recibí la noticia sobre el coronavirus: me había dado positivo.
Había cubierto el conflicto de Cachemira, un tsunami devastador en Sri Lanka, la guerra de Afganistán y otras tareas peligrosas. Nunca había titubeado. Pero esto me aterraba.
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Mirá el especialLlamé a mi oficina y les dije. Cancelamos la cobertura.
Mientras iba a casa en el auto, me daban vuelta en la cabeza muchas preguntas: ¿Y ahora qué? ¿Qué pasaría con mi mujer y mis hijas? ¿Cómo tomaría la noticia mi mamá?
Rafiq Maqbool habla con su hija a través de la computadora. / (AP/Rafiq Maqbool)
Pasé esa tarde en el teléfono con otros fotógrafos con resultado positivo en sus tests de COVID-19. Decidimos pedir que las autoridades de la ciudad nos pusieran en cuarentena. Queríamos estar alejados de nuestras familias y queríamos estar juntos. Las autoridades dijeron que nos alojarían en un hotel al norte de Bombay.
Hubo abrazos apresurados y adioses. Mi hija más chica me puso algo en la mano. “Tenelo con vos, papá. Te hicimos un amuleto de la buena suerte. Tiene poderes especiales”, dijo. Hicieron dos, el otro para mi mujer.
En un auto lleno de fotógrafos, uno dijo: “Bhai log (hermanos), no sabemos lo que vendrá. Disfrutemos de nuestro último viaje por las calles desiertas de la ciudad. ¡Puede que nunca volvamos a tener esta oportunidad!” Nos miramos unos a otros; todos al mismo tiempo, sacamos la cabeza por la ventanilla y bebimos bocanadas de aire fresco. De pronto, empezamos a reírnos. Supimos que íbamos a estar bien… asustados, preocupados pero juntos.
Un empleado de salud se encarga de asistir a los periodistas en cuarentena en un hotel de Bombay. / (AP/Rafiq Maqbool)
El primer día en el hotel empezó con una llamada del médico que nos atendía. ¿Tos? ¿Fiebre? Ninguna de las dos cosas. Horas después, mi mujer me informó que nuestro edificio había sido cerrado.
Saqué mi alfombra de oración y mi rosario. No sé durante cuánto tiempo oré. Cuando me levanté, decidí ser fuerte y agradecer todas las cosas buenas que tenía.
Una era un gran árbol frente a mi ventana. Las hojas verdes que bailaban bajo el sol y los pájaros que visitaban sus ramas retorcidas me dieron el consuelo que necesitaba desesperadamente.
"un gran árbol frente a mi ventana"./ (AP /Rafiq Maqbool)
Esa tarde, mi esposa me dijo que una de nuestras hijas había preguntado: “Si a todos nos dijeron que nos quedáramos en casa, ¿por qué papa salió?” Mi mujer le explicó que, tal como los médicos, los agricultores, los policías y los funcionarios corrían riesgos todos los días para asegurarse de que estuviéramos sanos y salvos, los periodistas también tenían que hacer su parte: recoger información sobre cómo era atravesar este momento inimaginable.
Al segundo día, ya me sabía la rutina de memoria. Desayuno, almuerzo, colación, cena: un timbre significaba comida. Cada mañana había una llamada telefónica del personal médico para hacer un control de salud. Las llamadas de amigos, familiares y colegas me recordaban que no estaba solo.
"Al segundo día, ya me sabía la rutina de memoria. Desayuno, almuerzo, colación, cena"./ (AP /Rafiq Maqbool)
Al tercer día, vi una ambulancia que entraba a un cementerio y luego un entierro solitario. ¿La persona había muerto de COVID-19? No había manera de saberlo. Me inquietó. Si moría, ¿le permitirían a mi esposa enterrarme? Mi madre nunca llegaría a tiempo. Pasé la noche despierto dando vueltas en la cama.
Un ejercicio de respiración que el médico nos envió por WhatsApp me ayudó. También hablar con otros en cuarentena en el hotel. Sacar fotos me permitió ocupar la mente. Pero la imagen del entierro siguió conmigo.
Al quinto día de la cuarentena, volvieron a hacernos análisis: un hisopo en la nariz y la boca.
Dos días después, volvieron las llamadas frenéticas entre fotógrafos. “¿El médico ya te llamó? El mío es negativo”, dijo un colega. Otro me informó lo mismo. Después me tocó el turno a mí: no había señales del virus. Se nos ordenó que pasáramos los siguientes 14 días en autoaislamiento.
Finalmente un médico firma los papeles de un segundo hisopado, que daría negativo. / (AP /Rafiq Maqbool)
Nunca me sentí tan bien de volver a casa.
Por Rafiq Maqbool, Associated Press
Traducción: Elisa Carnelli
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