La motosierra que el presidente blande desde Olivos no poda tan sólo páginas en el presupuesto. También cercena las capacidades y responsabilidades
fundamentales del Estado nacional. Origen y consecuencias de la rebelión de los gobernadores, el hartazgo de Macri y las opciones del peronismo.
âNo hay recursos. Faltan designaciones. La mitad del ministerio está paralizada. Asà el Estado no funcionaâ, reclamó un ministro en el momento más álgido de una reunión de gabinete que habÃa subido de tono. Durante la mayor parte de esos encuentros, Javier Milei escucha en silencio. Muchas veces pierde la atención en la pantalla de su celular. En su lugar contesta Santiago Caputo: â¿Cuál es el problema de que el Estado no funcione? Nosotros no queremos que funcione el Estado, queremos destruirlo. El Estado es nuestro enemigoâ. El presidente levantó la vista del teléfono y sonrió, encantado con la respuesta. La anécdota, que tiene algo más de quince dÃas, la escribió esta semana el periodista Mariano Obarrio y la confirmaron a El Destape dos testigos presenciales.
En menos de tres meses de gobierno Milei se convirtió en un peligro para la integridad nacional. El rumbo que tomó no tiene antecedentes. Más allá de las nomenclaturas ideológicas (neoliberal, neoconservador, neofascista, anarcocapitalista, libertario, aceleracionista), la caracterÃstica distintiva de su gobierno reside en un profundo espÃritu antiargentino que contamina cada una de sus decisiones y sus actos. La motosierra que blande desde Olivos no poda tan sólo páginas en el presupuesto. También, o deberÃa decir fundamentalmente, cercena las capacidades y responsabilidades fundamentales del Estado nacional: proveer servicios básicos, consolidar la soberanÃa territorial, acuñar su moneda y representar los intereses comunes ante otros paÃses y ante las provincias.
La idea misma de Nación parece ajena a sus designios. Sus Ãnfulas mÃsticas, que le dictan una misión divina infundida en pretensiones fundacionales, están atadas a una ideologÃa, no a un paÃs. Milei se percibe como economista de la escuela austrÃaca antes que como argentino. Su afán de trascendencia se desprende de esa lógica. No es una oscura conspiración a espaldas del pueblo sino la regla que guÃa, en forma transparente, cada acto de su gestión. La visita del secretario de Estado yanqui, Antony Blinken, al balcón de la Casa Rosada, es el ejemplo perfecto de esa perversión de los atributos nacionales, aunque no el único. Se trata de la misma pulsión que rige la enloquecida pelea sin cuartel de Milei contra los gobernadores y contra el Congreso. Y que diseña su agenda internacional.
A esta altura es difÃcil encontrar alguien que niegue lo evidente: Milei no está apto para conducir los destinos de este paÃs que no comprende, ni quiere, ni respeta. La pregunta del millón desde el 10 de diciembre es cuánto puede durar semejante experimento y en los últimos dÃas comenzó a encontrar respuestas. Incluso antes del principio de marzo, que era la fecha prevista en casi todos los pronósticos para un recrudecimiento de las tensiones, esta semana la agenda ya adoptó el ritmo de un paÃs en conflicto: miércoles paro de transporte, jueves paro de sanidad, viernes corte de rutas y avenidas, lunes paro de docentes. El peronismo comenzó a acelerar los pasos de su recomposición polÃtica. Macri le bajó el pulgar al mandatario y activó su plan B. Los acontecimientos se precipitan.
En el gobierno (y todavÃa en algunos sectores de la oposición) creen que Milei aún cuenta con un colchón de respaldo mayoritario y que se fortalece cada vez que confronta contra el elenco estable. Al margen de consideraciones sociológicas y politológicas sobre el comportamiento de la sociedad argentina en el marco de un proceso sostenido de deterioro de las condiciones de vida, el impacto de la pandemia, los fenómenos globales de ultraderecha y demás consideraciones, en este caso, como tantas veces, será el vil dinero el que determine el futuro de su experimento, una carrera contra el tiempo, con el estallido de una crisis polÃtica haciendo tic tac. El cable que desactiva la bomba es el verde: para consolidar la gobernabilidad lo que necesita (y todavÃa no consigue) son dólares.
Esta semana, además del secretario de Estado Blinken, visitó Buenos Aires la número dos del FMI, Gita Gopinath. Son dos funcionarios de altÃsimo rango que escogen muy cuidadosamente sus destinos. En el caso de la economista, además, el viaje fue un gesto polÃtico que implicó pasar por alto un antecedente complicado: Milei plagió un artÃculo suyo para escribir el libro Pandenomics. En cualquier caso, ambos hicieron el esfuerzo para traer el mismo mensaje. El Fondo Monetario no hará un nuevo desembolso de dinero si el gobierno argentino no logra garantizar un sendero fiscal sustentable polÃtica y socialmente. Esa ilusión no duró ni siquiera 24 horas: el viernes por la noche el presidente dinamitó todos los puentes con sus interlocutores naturales. ¿Los dólares, entonces, de dónde van a salir?
Milei insiste con que va a dolarizar antes de mitad de año, hipótesis resistida por los emisarios de la Casa Blanca pero que coincide con el diagnóstico de dirigentes tan distintos como Cristina Fernández de Kirchner, MartÃn Guzmán y Elisa Carrió. Esa perspectiva empioja la negociación con el campo para la liquidación de la cosecha gruesa. Algunos exportadores ya están pisando sus divisas, con la perspectiva de poder ingresarlas al paÃs en pocos meses sin tener que convertirlas a pesos. Además, esta semana la Bolsa de Rosario dio a conocer sus estimaciones para esta temporada: no habrá supercosecha y los precios internacionales están a la baja. âEl clima y los términos de intercambio no harán un aporte tan generoso a las cuentas externas de la Argentinaâ, se lamentan. No hay plata.
Tampoco será su agenda internacional la que abra canales para la llegada de dólares. En su primer viaje, a Davos, fue a dar cátedra y aunque se jactaba de tener sesenta pedidos de reuniones bilaterales concretó una sola. O es un mentiroso o dejó pasar costosas oportunidades. Su segundo viaje, a Israel y al Vaticano, tuvo motivos poco terrenales. El viernes salió del paÃs por tercera vez, rumbo a Estados Unidos, otra vez con compromisos que tienen que ver con sus veleidades de lÃder mundial de ultraderecha y no con los intereses argentinos. Aunque le habÃa prometido otra cosa a Blinken, tuvo su primera foto con Donald Trump. Milei otra vez jugando en una interna ajena donde no tiene nada que ganar y, por mucho que se autoperciba mastÃn inglés, no es más que un chihuahua.
La renuncia absoluta del gobierno a representar los intereses nacionales quedó expuesta con la visita a las Islas Malvinas del secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido, David Cameron. La explicación que brindó el vocero presidencial Manuel Adorni, consultado sobre el asunto, no precisa comentarios: âLa visita de Cameron a Malvinas es un tema de Cameron y del gobierno inglés. No tenemos por qué opinar sobre la agenda de otros paÃsesâ. La canciller Diana Mondino omitió expresar una queja formal y ni pensó en suspender la reunión bilateral que tenÃan prevista en el marco del encuentro de cancilleres preparativo para el G20, el miércoles en Brasilia, pero eso sÃ: se hizo la picante en un par de posteos en sus redes sociales. Gobernar es tuitear.
El vacÃo que deja el Estado nacional naturalmente encuentra quién lo ocupe. El fin de semana pasado coincidieron dos encuentros llamativos. En primer lugar, y con la excusa de las celebraciones del año nuevo chino, el gobernador bonaerense Axel Kicillof recibió al embajador chino, Wang Wei. En una larga conversación encontraron varias coincidencias polÃticas respecto al rol de la provincia y de Argentina en el mundo. Un dÃa antes, su par santafesino Maximiliano Pullaro tuvo una mesa de negocios con los embajadores de Qatar, Arabia Saudita y Kuwait, y el encargado de negocios de los Emiratos Ãrabes. La agenda giró en torno a intercambio comercial e inversiones en infraestructura. La reunión, por protocolo, fue en el Palacio San MartÃn, pero no participaron funcionarios nacionales.
No son episodios aislados sino sÃntomas del proceso de vaciamiento y demolición del Estado nacional y del abandono de sus facultades y obligaciones, acompañados por una feroz campaña de comunicación tradicional y no tradicional que apunta contra todo lo que se mueve en otra dirección: Lali Espósito, Nacho Torres, Ricardo López Murphy, Juan Román Riquelme, Jorge Macri, el festival CosquÃn Rock, el Congreso de la Nación, el kirchnerismo, la UCR, los comedores infantiles o los jubilados, en un enloquecido Telekino de connotaciones fascistas: ¿y si esta semana te toca a vos? La descomposición del tejido polÃtico, en este caso, y a diferencia del 2001, precede al estallido social. Los riesgos, por lo tanto, se multiplican. Con un timbero en el ministerio de EconomÃa, ¿qué puede fallar?
Por eso mismo no debe leerse el conflicto con Chubut, que explotó el viernes, en términos jurÃdicos, sino estrictamente polÃticos. No es la letra chica de una deuda corriente lo que está en juego sino una dinámica de poder propuesta desde la Casa Rosada y rechazada por las provincias. La narcótica inmediatez de la lógica de redes sociales a veces hace que cueste mantener el foco, pero no es difÃcil reconstruir la secuencia. Hace un mes la noticia era que el presidente habÃa amenazado a los gobernadores: âLos voy a dejar sin plata, los voy a fundir a todosâ. Hace una semana, mediante una presentación judicial, Torres logró frenar la quita de subsidios al transporte en su distrito. En represalia, Milei ordenó âejecutarloâ y retener los fondos de coparticipación. Tiene otras provincias en la mira.
La incierta deriva de este experimento impactó en el resto del arco polÃtico, que a esta altura descuenta, mayoritariamente, que los plazos se acortan. âSe aceleraron los tiemposâ, sentenció Mauricio Macri, que dio la orden de terminar las negociaciones para hacer un joint venture con el presidente. Lo considera impredecible e incontrolable. Tiene candidatos mejores para ocupar ese rol. Macri estuvo reunido con Torres un dÃa antes de que estalle el conflicto con Nación. Le dio luz verde para ir al choque pero no le avisó a Patricia Bullrich, que salió a bancar al gobierno y quedó en offside. También les pidió a los dirigentes que trabajan cerca suyo en un plan de contingencia para tomar el gobierno por asalto que suspendan cualquier viaje que los encuentre lejos de Buenos Aires en los próximos dÃas.
El peronismo observa la deriva catastrófica con cierta sensación de impotencia, como acontecimientos que suceden más allá del alcance de su mano. La sensación de urgencia apuró movimientos que estaban previstos para el otoño. En pocos dÃas ensayaron sus reapariciones CFK y Máximo Kirchner y para la semana que empieza está previsto que haga lo suyo Sergio Massa. Alberto Fernández volverá al paÃs sólo para descubrir que el que se fue a Sevilla perdió su silla. Pronto dejará de ser presidente del PJ y es posible que ni siquiera tenga voz en lo que viene. La decisión se tomó esta semana en un cónclave de todas las tribus. Las internas quedarán para más adelante pero asoman como inevitables. Ya nadie tiene la capacidad de ordenar las cosas a dedo, para bien o para mal.
Las discusiones domésticas y la lucha por un bastón de mariscal vacante son necesarias pero no deben distraer de la cuestión principal para la oposición: operar los contrapesos al gobierno, reconstruir mayorÃas, tener el temple y la inteligencia para separar lo trivial de lo importante de lo irreversible y trazar lÃneas rojas efectivas para evitar los daños más gravosos, que, ahora lo vemos, son los que atentan contra la integridad nacional. Por eso mismo, aunque por momentos resulte imprescindible que los gobernadores se empoderen en defensa de sus intereses locales (como Chubut, pero también como La Rioja, que emitió su propia cuasimoneda, con menos respaldo), nunca deben olvidar, oficialistas y opositores que Argentina es un paÃs y no solamente la suma de sus provincias.