Luego aparecieron cuatro colonos judíos armados. Empezaron a gritar, y los recolectores de aceitunas dejaron lo que estaban haciendo y huyeron. Pero Saleh olvidó su teléfono. “Ya vuelvo”, le dijo a
su esposa. Se escucharon dos disparos y, en un instante, Saleh, conocido por su amor por las hojas frescas y por ser un padre divertido, estaba boca abajo en el olivar, muerto.