Los minions de Trump

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Es un momento extraño de la historia. Amplios sectores de la sociedad norteamericana actúan como los minions. Esos pequeños seres amarillos que protagonizan la saga “Despicable me”, se

desviven por servir al peor de los villanos. A los minions de la vida real les fascina un líder de agresiva ampulosidad, que ostenta soberbia, exuda insensibilidad social, muestra desprecio hacia los débiles y colecciona imposturas y delitos que van desde el abuso sexual hasta la falsificación de datos financieros.

El villano perfecto para los minions norteamericanos se llama Donald John Trump. Se hizo conocido pagando a las productoras cinematográficas para que lo dejaran aparecer en alguna escena, haciendo de sí mismo. Lo logró con “Mi pobre angelito”. Y reforzó esa forma de proyectarse, creando su propio programa de televisión, un reality show en el que gozaba gritando “you are fire”(estás despedido), como si él éxito empresarial sólo pudiera manifestarse cruelmente.
Accidentalmente, en un set de filmación, un micrófono indiscreto hizo que el mundo lo escuchara contarle al minion con el que conversaba que él, por ser multimillonario y famoso, podía toquetear a las mujeres sin sus consentimientos pero también sin que se indignasen con él, sino todo lo contrario. En cualquier otro momento de la historia, eso habría sido lapidario para sus aspiraciones políticas, pero con Trump ocurrió lo contrario.

Por cierto, tampoco tendrá el impacto político que se supone debería tener la declaración de culpabilidad que convirtió al magnate neoyorquino en un convicto. Por unanimidad en los 34 delitos que le imputaron dentro del caso Stormy Daniels, los doce ciudadanos que componían el jurado lo declararon culpable. No hay forma de ver un “lawfare” en un fallo tan extraordinariamente contundente.

Stormy Daniels

BANER MTV 1

Gary Hart tenía un gran carisma, talento y capacidad oratoria. Era la carta ganadora de los demócratas en la elección de 1988. Pero mentir a la prensa sobre una relación extramatrimonial con una modelo despampanante dinamitó sus aspiraciones y dejó la candidatura en manos del desangelado Michael Dukakis, quien perdió frente a George Herbert Walker Bush.

Muchos presidentes norteamericanos fueron infieles, como Warren Harding, que tenía sexo con su secretaria dentro de un armario que estaba junto al Despacho Oval, pero la sociedad se enteró mucho más tarde, por biografías indiscretas. En cambio el caso de Trump es extraño, porque fue denunciado públicamente como abusador sexual por muchas mujeres. Y porque fue infiel a su actual esposa, Melania, con la actriz de películas pornográficas Stormy Daniels, a quien pagó importantes sumas para que no lo revelara, o sea para ocultarlo ante sus votantes.

Allí empezó la cadena de delitos para ocultar ese soborno, que derivó en la declaración de culpabilidad que podría llevarlo a prisión por unos años. Se entiende que eso no afecte sus chances de volver a la Casa Blanca, porque ser convicto no figura entre los impedimentos para ser presidente de Estados Unidos. El activista sindical Eugene Debs estaba en la cárcel cuando sacó un millón de votos en las presidenciales de 1920 como candidato del Partido Socialista. Pero había sido condenado por su activismo contra la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, no por comprar silencio para ocultar infidelidades escabrosas.

Fans de Donald Trump

Trump también podría ser condenado por su responsabilidad en el asalto al Capitolio que intentó destruir el proceso electoral en el que triunfó Joe Biden. Al menos cinco personas murieron en aquella asonada golpista violentísima que él incitó desde la Casa Blanca. La lista de actos impresentables que arruinarían cualquier carrera política, pero no la de Trump, continúa. La pregunta es por qué tantos millones de norteamericanos están dispuestos a votar a un villano.

Por cierto, está el desprecio que la clase política tradicional supo ganarse. Pero a la hora de buscar un líder antisistema, por qué no elegir uno que irradie valores como honestidad, respeto por los demás y humildad. Qué explica la fascinación con un millonario turbio, partidario de Vladimir Putin, que ostenta insensibilidad, irradia autoritarismo y protagonizó un intento de golpe de Estado inédito y bochornoso.

Que Biden no pueda ocultar decrepitud y sea parte de un establishment político sumamente cuestionado por la sociedad, no convierte al magnate neoyorquino en una opción mejor. Donald Trump encandilando al electorado con su lado más oscuro, es uno de los rasgos inquietantes de este tiempo. También la sociedad brasileña optó por un dirigente de posiciones visiblemente crueles, convirtiendo a Jair Bolsonaro en presidente.

Jair Bolsonaro

Llevaba tres décadas en el Congreso ese ex capitán echado del ejército por sus desequilibrios emocionales. En esa larga carrera legislativa, no produjo ninguna ley importante, pero se hizo notar por la maldad que destilaban sus discursos, atacando a los negros, a los indígenas, a los homosexuales y a las mujeres. Exhibió esos retorcimientos también como presidente, por ejemplo cuando presionó a los jueces para que le impidieran a Lula, por entonces en prisión, acudir al funeral de su nieto. Públicamente insultó al líder encarcelado cuando lo que correspondía hacer era darle sus condolencias.

Sólo esa violenta personalidad era lo conocido de Bolsonaro, por lo tanto fue eso lo que votó la mayoría que lo hizo presidente y, cuando buscó la reelección, una robusta minoría. El fenómeno aparece en otros escenarios. Incluso en la Argentina el poder exhibe impúdicamente altos niveles de insensibilidad, sin que impacte negativamente en el respaldo que tiene. Es explicable el profundo desprecio que estalló contra la clase política tras décadas de ineptitud y corrupción. Pero no es tan fácil explicar por qué ese desprecio se manifiesta en fascinación por liderazgos que irradian violencia política y social, además de esmerarse para lucir insensibles y crueles.

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Donald Trump | Foto:Bloomberg

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