“Mirame, mirame, soy Tatita”

Politica
Lectura
Foto Daniel Dabove
Foto: Daniel Dabove
En minutos habrá una transformación luminosa que ella hará con gestualidad suave, frecuente, pero que estremecerá en silencio y no sólo por

la elegancia de sus movimientos. Una acción que colocará a los presentes en otra dimensión. Testigos detrás de cámaras. Privilegiados.

Camina lento Taty a sus 92 años para ubicarse frente a Bernarda Llorente en el centro del estudio de grabación de Télam, donde narrará su vida, la de Alejandro, su hijo desaparecido. Hablará de su familia militar y “gorila”. Sus palabras conjugarán dolor, lucha, destellos de alegría y ejemplo, y surcarán casi medio siglo de historia argentina.

Pero antes, el gesto.

Deja de lado su bastón, cartera y celular. Se acomoda ante el lente del fotógrafo Daniel Dabove. En su cuello luce un collar perlado y una diadema color plata con el emblema de las Madres que las luces del estudio, por momentos, la hacen brillar aún más potente. En sus manos toma el Pañuelo blanco que lleva impreso el nombre de su hijo y la fecha en que fue secuestrado y desaparecido. En él se lee: Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora. Alejandro M. Almeida. 17 junio 1975. La maravilla está por suceder, una vez más, como un acto imperceptible que no deja de deslumbrar. Taty desliza el triángulo de lienzo blanco por sobre su cabeza erguida, uno de los vértices cae hacia atrás sobre su nuca, mientras toma las otras dos puntas entre sus dedos para dibujar ese nudo que enmarca su rostro con el mayor símbolo de dignidad y coraje que parió esta tierra.

Foto Daniel Dabove
Foto: Daniel Dabove

Durante la hora de conversación, contará la historia del pañuelo con historia.

BANER MTV 1

Se sienta, cruza las piernas con gracia de bailarina, y sus manos serán protagonistas, las mueve al compás de su decir claro. Taty es docente jubilada y ese oficio lo cubre todo cuando cuenta hasta lo inimaginable del horror. Evoca. Hay una pedagogía de la Memoria cuando su voz potente sumerge de manera ineludible en una escucha atenta a ese improvisado auditorio de no más de cinco personas en el estudio. El privilegio de un instante que cala con hondura porque Lidia Stella Mercedes Miy Uranga de Almeida, la Taty, habla de esperanza y sonríe. Del futuro también habla. Trae con ella su pasado, que es de todos, y señala el rumbo a seguir como cada Madre que nunca detuvo esa larga marcha de amor que comenzó hace más de 45 años en la Plaza.

Se ríe Taty cuando en un impasse de la grabación recupera su teléfono para leer la consigna de la movilización de este 24 de marzo (“Memoria, Verdad y Justicia para defender la democracia. Corporación judicial Nunca Más”) y desde su celular irrumpe de imprevisto la música de la película Rocky. Ríe fuerte.

Foto Daniel Dabove
Foto: Daniel Dabove

Nadie puede dejar de observarla porque es un huracán enérgico que empuja la Historia. Recuerda que Alejandro trabajó en Télam hace 50 años. Hay placas con su nombre en las entradas de los edificios de Belgrano y Bolívar. Son tres placas en total, las otras dos con los nombres de Célica Élida Gómez Rosano y Héctor Jesús Ferreiros, trabajadores de la Agencia desaparecidos.

Nunca hubo venganza en los actos de Taty. De ninguna Madre lo hubo. Ni de ninguna Abuela.

En el diálogo con Llorente revelará tres anécdotas que exponen su valentía y su templanza. 

La mañana en que llamó a la casa del exgeneral Santiago Riveros, responsable del Comando de los Institutos militares durante el Terrorismo de Estado, condenado por delitos de lesa humanidad, para saber el destino de Alejandro.

O cuando se cruzó al propio Judas en el colectivo 59 aquel día en que Alfredo Astiz se sentó a pocos metros de ella. Taty no se calló.

Lo mismo sucedió cuando vio parado en una esquina de la porteña avenida Santa Fe a un viejo conocido: Albano Harguindeguy, el exgeneral que fue ministro del Interior del genocida Jorge Rafael Videla. Taty no se calló. Asomó su cuerpo por la ventilla del auto de su amiga en el que viajaba y le gritó: “Mirame, mirame, soy Tatita, hijo de…”

Dice Taty: “Nosotras nunca tomamos la justicia por mano propia, pero esos gustos me los di”.

Ríe con el pañuelo blanco, piernas cruzadas, manos finas y la elegancia de una inclaudicable. “Sé que Alejandro está muy orgulloso de mi”. Así es.