Una prueba de lealtad de Macri y Cristina hacia los de abajo

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La convocatoria a las elecciones que firmó Alberto Fernández encendió la hoguera de las vanidades. Pero también les da a Mauricio Macri y a Cristina de Kirchner la oportunidad de

poner a prueba la lealtad en sus propias fuerzas, no la que reciben de abajo hacia arriba – que es una forma de alcahuetería - sino al revés: es la que le deben quienes conducen a sus seguidores.

La lealtad de abajo hacia arriba tiene plazo de vencimiento. La de arriba hacia los de abajo puede vencer al tiempo.

En el decreto 237/23 se llama a elegir - en un menú de dos tiempos, PASO y general - representantes al parlamento del Mercosur. El sistema, según el orden que aprobó la Cámara Nacional Electoral en 2015, prevé que la fórmula presidencial encabece las boletas y en segundo lugar figure el candidato al Parlasur de distrito nacional (son 19).

El orden sigue con los postulantes a senadores nacionales - en las provincias donde corresponda –, diputados, y legisladores del Mercosur de distrito regional (otros 19).

Esta vidriera abre una oportunidad a las dos coaliciones para compensar el daño que en el orden nacional les puede producir el desacople de las fechas electorales, que se provincializan en 15 distritos.

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Jefes partidarios como Macri o Cristina arrastran votos en distritos grandes, pero tienen a la vez en esas provincias un margen de rechazo en la estimación general que los ha forzado a retirarse de la carrera. Ubicarse en el segundo lugar las listas de las PASO del 22 de agosto como candidatos al Parlasur les da la oportunidad para nacionalizar sus campañas para las primarias del 13 agosto y las generales del 22 de octubre.

Se pelean por votos que ya tienen

En los frentes del oficialismo y la oposición se ha abierto un forcejeo por ocupar las cabezas de las fórmulas. El Frente de Todos aspira a retener el 30/32% de los sufragios que, en promedio, tienen el peronismo en elecciones nacionales.

La oposición de Juntos por el Cambio confía también en retener el 40/42% que mantiene desde 2015, y creciendo. Ninguna de las dos fuerzas tiene líderes que puedan encabezar la fórmula con capacidad de contener la diversidad de los partidos que las integran.

Como hay confianza en que mantendrán esos porcentajes al menos en las PASO, cada día se anotan más postulantes. Total, el piso ya lo tienen.

Esa ausencia de liderazgos indiscutidos en las coaliciones forzó a los jefes territoriales a adelantar las elecciones, para no ser arrastrados por la suerte incierta de los candidatos nacionales de sus fuerzas.

Los ciudadanos viven en las provincias y los gobernadores se juegan el pellejo en las elecciones locales. Buscan mantener la identificación con sus votantes ejerciendo un poder que suele ser mayor al de los dirigentes nacionales.

Cualquier gobernador es más fuerte que Macri o Cristina, domina su territorio, tiene superávit fiscal, pueden intentar reelecciones o promover sucesiones amigables y tiene una fuerza de negociación más que convincente frente a las oposiciones locales, que tampoco tienen el FdT ante la JxC en el orden nacional. Pueden tentarse en salvar el territorio y olvidarse de las nacionales.

Un parche para el desacople de fechas

La respuesta de los frentes nacionales va a estar seguramente en la elección de precandidatos a parlasures, que le den circulación nacional a dirigentes que arrastran votos, aunque no les alcancen para integrar las fórmulas nacionales.

Aparecer en las boletas en todas las provincias como candidatos de distrito nacional al Parlasur es un recurso para salvar los efectos nacionales del desacople.

Tampoco es un descubrimiento maravilloso éste de hacer figurar a un jefazo en posición secundaria (aunque notable) para arrastrar la identificación con los votantes.

Gerardo Morales, que no tiene reelección en Jujuy, encabeza este domingo la lista de candidatos a convencionales constituyentes, para arrastrar votos en favor de Carlos Sadir, su delfín en la sucesión de la gobernación.

El Parlasur, siempre un refugio

En 2015 el gobierno de Cristina llamó a elecciones de Parlasures en cumplimiento de una ley del Congreso que en 2019 eludió Mauricio Macri para las elecciones de aquel año.

Durante su mandato el gobierno de Cambiemos jibarizó la representación argentina en ese congreso que tiene sede en Montevideo, con la presunción, verosímil, de que la oposición peronista iba a convertir al Parlasur en una unidad básica off shore.

Macri no pagó dietas y su partido hizo campañas regionales para convencer a otros países de firmar un protocolo que suspendía las elecciones en 2019. En ese año ya no se eligieron.

La justicia electoral ordenó que este año se elijan de nuevo. Es una oportunidad para que los jefes de las minorías intensas, cristinismo y macrismo, aprovechen el valor que tienen entre sus votantes. Sin ellos no se llega, con ellos pueden subir el techo de las preferencias.

Un pequeño sacrificio a la cúpula

La emergencia del último tramo de la campaña decidirá si Cristina se aviene a hacer la changa de convertirse en una Parlasur más. Ya dio todo lo que debía, ha dicho.

Montevideo es un destino a tiro de Buquebús y a cambio de unos viáticos. Les sirvió a dirigentes del peronismo como aparcadero en la oposición: Jorge Taiana, Víctor Santamaría, Eduardo Valdés, Agustín Rossi, todo un semillero que esperó a 2019 para asumir en el gobierno de los Fernández.

En 2015 se especuló con que Cristina podía ser candidata al Parlasur en búsqueda de unos fueros que se pusieron en duda. La necesidad de aferrar al peronismo en Buenos Aires, su distrito, puede requerir esta vez un anabólico.

Ella encabeza el lote de opinólogos que vaticinan una derrota del peronismo en las nacionales. Retener el gobierno bonaerense bien vale el esfuerzo.

La misma función puede cumplir Macri como postulante al Parlasur, aunque es difícil que resigne un futuro de fama y dinero, como es una presidencia en la Fundación FIFA, la vuelta a la directiva de Boca, o una eventual candidatura a suceder a Gianni Infantino, como presidente de la FIFA, para moverse en el ferry hasta Uruguay, país que conoce bien.

Enojados con los propios

Ninguno de los dos, Macri y Cristina, pasan tampoco por el mejor momento de las relaciones con sus coaliciones. El PJ es presidido por Alberto Fernández, a quien Cristina responsabiliza de todos los males del gobierno. Lo último que querría es hacerle un favor, aun cuando el presidente haya renunciado a una reelección.

Está enojada con el peronismo como lo está Macri con buena parte de la dirigencia de Juntos por el Cambio. Con los radicales no se habla. Con el PRO tampoco le va mejor. Está convencido de que Patricia Bullrich es mejor candidata que Horacio Rodríguez Larreta. Lo hace mirando encuestas más que especulando sobre lealtades.

Los dos se alzaron contra él y lo desafiaron a internas cuando Mauricio jugueteaba con la candidatura. Eso lo forzó a la bajarse. Con Larreta tiene otra inquina que es la resistencia del jefe de gobierno a convertir a Jorge Macri en el candidato único del PRO a sucederlo.

Mauricio sabe seguramente de los compromisos de su partido con la UCR para ganar elecciones en el pasado (las suyas y las de Larreta) y para cogobernar en el distrito. Está obligado a mostrarle a la militancia del PRO que no le entrega el gobierno que tienen a otro partido. Lo obliga la lealtad hacia los de abajo, que lo llevaron a lo más alto. Quiere estar lejos de un escenario de derrota del primo Jorge frente a Martín Lousteau. Larreta no tiene otro remedio que correr el riesgo.

CABA, una pelea necesaria

La disputa entre los socios de JxC en CABA es inevitable. No es por los motivos del deseo o del interés, bastaría con algunas sesiones con Freud o con los Marx (Daniel, Carlos, tanto da). Es por la necesidad de subsistencia del más fuerte. Una pelea darwiniana.

El PRO tiene su santuario en CABA y está forzado a defenderlo a muerte. Es lo que mueve a Macri, que sabe que sin la CABA se le viene la noche al PRO.

Larreta, lo sabe Macri, cogobierna con los radicales, a los que les ha cedido ministerios, el Banco y la promesa de una PASO conversada. Eso lo lleva a Macri a denunciar el acuerdo con los radicales, que le permitieron llegar al gobierno a él y a Larreta, y gobernar el distrito hasta convertirlo en territorio libre de la Argentina, una ciudad gourmet que desmiente las leyendas de la decadencia criolla, que alimenta a los candidatos de la indignación.

Peleas familiares

Tampoco para Patricia son todas mieles con Mauricio. Este reunió a los dirigentes del PRO hace una semana en la casa de Jorge Triaca y tuvo que escuchar la crudeza del enfrentamiento de ella con Larreta. “- Vos me mandaste a Espert”, diría Patricia. “- Y vos me mandaste a López Murphy”, etc.

El diálogo escaló a lo innombrable cuando ella le reprochó al jefe porteño usar su administración para sacar ventajas en la campaña. El tono que usó no es el habitual en esas reuniones, en las que todos, al final, admiten una relación casi familiar que impide que se crucen denuncias.

Después de todo, habrá reflexionado Macri, él es parte del ciclo de gobierno con Larreta, que tiene prestigio entre los votantes y que no ha recibido reproches judiciales por la administración. Lo último que necesita una familia es sumirse en las denuncias. Macri lo sabe por experiencia propia.

La democracia al revés

Resueltos a poner a prueba la resistencia del sistema político, los caciques de las coaliciones mayoritarias insisten en la democracia al revés. Es la que construye candidatos desde oligarquías partidarias, en lugar de promover el crecimiento de liderazgos auténticos. Lo dicta la tradición republicana: crear poder de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo, como en un juego de titiriteros.

El debate se agota en negociaciones de cúpula de las jefaturas de facto de las coaliciones, que discuten los nombres de los candidatos que exhiben más lealtad hacia las oligarquías y sus personeros. Menos que una construcción legítima de poder es un minué de cortesanos en donde pesan más que nada las afinidades inconfesables.

La insistencia en una democracia al revés es una de las causas de la fragilidad de los gobiernos, que se suceden de fracaso en fracaso gracias a que el sistema político es de una solidez sorprendente, que tampoco puede presumirse que será eterna.

La trama de Alberto vicario de Cristina agota cualquier explicación del fenómeno. No es nuevo en el peronismo de ayer ni de hoy. En Buenos Aires Axel Kicillof es un cortesano elegido por los titiriteros. Lo fue Cámpora en 1973 e Isabel en 1974.

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