Tapia campeón: el detrás de escena de los enojos y los tuits por los festejos

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Como siempre, hubo hechos y después interpretaciones. Aunque todo se hizo más complejo –y discutido– porque el hecho resultó el festejo más grande y más popular de nuestra historia. La caravana

de cinco millones de personas que recibió a la Selección campeona del mundo, además de dejar postales inolvidables, despertó viejos rencores entre el empoderado presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, y el gobierno nacional, que no pudo ni supo convertir la inmensa alegría colectiva en alguito de rédito político (que tanto necesita).

En medio del frenesí de las celebraciones, todo se complicó. El micro no llegó al Obelisco, como querían los campeones, y tampoco hubo un saludo y ofrenda desde el balcón de la Casa Rosada, como quería –sin demostrarlo demasiado– el Gobierno y parte de una sociedad que entiende que ese es el espacio más representativo para los reclamos y los festejos.

Posiblemente, si el operativo de seguridad se hubiera diseñado con la antelación con que se mandaron a plotear los micros descapotables para un eventual festejo, los campeones del mundo hubieran avanzado un par de kilómetros más. ¿Se podría haber hecho algo más ante las millones de personas que caminaban, corrían y saltaban por toda la Ciudad y el Conurbano? “Era imposible, pero los ministros se reunieron un día antes cuando se sabía una semana antes que podía ocurrir esto”, suelta un funcionario que estuvo en la cocina de la organización.

El viernes 9 de diciembre, luego de ganarle a Países Bajos en los cuartos de final y del QuéMiráBobo, cuando la obtención del Mundial era una chance cierta, Tapia y algunos de sus principales colaboradores empezaron a consultarles a los jugadores en la Universidad de Qatar sobre las distintas opciones que barajaban. Hubo algún esbozo de ir al balcón de la Rosada, una de las primeras ideas que surgen ante esta clase de gestas populares. La respuesta del plantel fue siempre la misma: “Después vemos, pero siempre con la gente”. Messi y el plantel siempre ponían en valor esa cercanía y magia con los 47 millones de argentinos y argentinas.

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Los jugadores querían festejar igual que como lo venían haciendo después de cada partido pero a 13 mil kilómetros de distancia. Lo escribían en sus redes sociales y lo decían en privado, antes y después de la final contra Francia. Era una manera de agradecimiento y también un cierre a esta historia perfecta que vivieron durante cuarenta días en Qatar.

Para muchos de esos futbolistas, quizás sin el apego simbólico o político de lo que representa el balcón de la Rosada, las imágenes color sepia de Maradona con la Copa allí eran solo una anécdota que no los interpelaba directamente. La grieta social y política, que evaden, pero que conocen a la perfección, contribuyó a alejarlos de esa opción.

La decisión, confirmada en el vuelo de regreso al país, era subirse a un micro y saludar. Nunca nadie imaginó la marea humana que llenó las calles de Buenos Aires y del Conurbano el martes pasado. Llegando a General Paz y Ricchieri, uno de los micros quedó sin la cápsula policial que lo protegía, lo que encendió las alertas en el operativo. Fue ahí cuando el ministro de Seguridad Alberto Fernández llamó a Tapia para decirle que no podían seguir, que era inviable continuar con la cantidad de gente que había.

“La primera interpretación es que estamos peleados con el Gobierno de Alberto, pero en realidad el Comandante quería festejar sin que nadie se ponga en el medio”, suelta un dirigente en Viamonte 1366. El Comandante es Tapia, el presidente de la AFA acechado por la mira infrarroja de la Rosada y las denuncias en la Inspección General de Justicia (IGJ) durante todo 2021.

Alberto Fernández, quien nunca lo convalidó al frente del fútbol nacional, eludió en estos días referirse a la vieja y mala relación que desde el primer día tiene con Tapia, al que intentó desestabilizar en tándem con Marcelo Tinelli en varias ocasiones.

Desde aquellos días de guerra silenciosa e incertidumbre sobre su futuro, Tapia tomó distancia de Alberto y también del ministro de Deportes, Matías Lammens. Solo tenía como enlace y contención a Santiago Carreras, la voz de Máximo Kirchner en todo lo vinculado al fútbol, y a Sergio Ma-ssa a través de su ladero Pablo Toviggino, tesorero de la casa del fútbol nacional.

Antes y después de la final, aquellas rencillas se diluyeron. Varios funcionarios del Gobierno, impedidos de viajar por orden presidencial, le escribían a Tapia para ponerse a disposición. Fortalecido hasta el límite de lo imaginable luego de levantar la Copa del Mundo en Qatar, Tapia recordó cómo actuó cada uno. Durante los festejos, lo tradujo en tuits que hasta incluyeron emojis. Toda una revelación para alguien que, durante algunos días, se convirtió en el hombre más poderoso de la Argentina.

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