Con un malestar infernal que le taladraba la cabeza, Adrián (53) tardó apenas un microsegundo en entender lo que había pasado. Los ojos entreabiertos alcanzaban a ver el departamento profanado, los
cajones revueltos, la chica con quien había pasado la noche fuera de cuadro. Aturdido, el cuerpo no le respondía para empezar a hacerse cargo de la situación que enfrentaba y se desmayó de nuevo en la cama. Casi cuatro horas después despertó, todavía descompuesto, y pidió el teléfono a un vecino para llamar a un amigo para que venga a ayudarlo y se lo lleve a un hospital. Acababa de ser víctima de otro caso de viudas negras.