Mundos íntimos. Cada vez que salgo con una chica que me gusta me obsesiono: ¿qué pasa si me deja? ¿voy a pasarla mal?

Sociedad
Lectura

Paso por crisis obsesivas. Son cíclicas, van y vienen. Se desatan con la cercanía del amor. Escribo, doy talleres, este año parecía ir bien: alumnas nuevas, contratos con instituciones, una beca,

ferias. Reconocimiento profesional y estabilidad económica me tenían en una nueva vida adulta hasta que empecé a salir con una chica, llamémosla Paz.

Paz me respondía historias de Instagram y yo, que no suelo conocer gente por la plataforma, me enganché a hablarle. Me gustó que sacara fotos y me caía bien su grupo de amigas del ambiente literario. La historia pasa así.

Vamos a Varela a tomar una cerveza. Ella pide un lomito. Nos reímos. Tiene mayonesa sobre el labio. Yo no como y pide que me envuelvan mi mitad para llevar. Me ofrece acompañarme unas cuadras. Digo sí. Voy a decir mucho que sí.

Sus dos camperas, lo rápido que habla, que me tropiezo y dice que soy tierna, todo va a ser muy importante porque la obsesión es un arte del detalle, de la expansión. En la esquina de Santa Fe me pregunta si puede darme un beso. Dorothea Lasky tiene un poema sobre un primer encuentro: “oh, el bonito cajero, como un alce// condujo mi espíritu bastante afuera de mi ropa// y brotaban crisantemos se los aseguro// de mis pezones cuando él los besaba// y la pureza de no conocerlo en absoluto// era de verdad lo que todos sentimos cuando entramos a esta tierra”.

BANER MTV 1
Antes de tiempo. Para Micaela Szyniak, un “conocerse” puede equivaler a enamorarse.

Antes de tiempo. Para Micaela Szyniak, un “conocerse” puede equivaler a enamorarse.

No hace falta intentar describirlo mejor. Nos besamos largamente contra la persiana de un local cerrado. Camino con ella de vuelta hacia su dirección, me acompaña, la acompaño, estamos abrazadas, nos despedimos. Cuando entro a mi casa ya me envió un mensaje preguntando si llegué. Esa noche duermo agarrada al celular.

Es domingo y la ropa que me voy a poner ya está lavada sobre la estufa cuando veo que me habla. Hay mensajes que no hace falta abrir. Sabemos lo que van a decir y es lo que dicen. Paz se siente un poco mal por la vacuna y me propone quedar para otro día. Me imagino que así desaparece, quizá porque muchas veces así desaparecí yo. Vistear, ghostear, se dice fantasmear. Dar una excusa y dejar que el tiempo pase. Lo entiendo, la entiendo. Supongo que desaparecemos porque no sabemos cómo irnos. Me propone vernos el jueves. No le creo. No se siente grave. Durante la semana trabajo, como, duermo. Incluso leo y hago gimnasia. Paz me pone corazón en una foto, me habla, me vuelve a hablar. Ya a la noche del miércoles camino por Plaza Las Heras y le escribo: “¿Nos vemos mañana?, necesito prepararme psicológicamente”. Lo que más me gustó de Paz, lo que me enamoró si la palabra me es prestada, es que le pareciera tierno que yo me tropezara. En realidad ella es la primera persona que me gusta desde que me separé, en el 2020, de una pareja que duró entre idas y vueltas siete años; en el último tiempo mi ex novia no veía nada tierno en mí. Lo que va a ir pasando con Paz emula para mí esos siete años, los comprime, los vuelve un micropunto. Pero todavía no. Ahora me responde “ajaja, sí, ¿te dan ganas?”. Guardo el celular en el bolsillo. Sigo caminando, es de noche, hace frío, los faroles parecen empañados.

En efecto el jueves voy a su casa, un dos ambientes blanco en Villa Crespo. Tengo que tomar un alikal y un omeoprazol porque mi estado estomacal está muy percudido por los nervios. Ella cocina. Yo saco vasos, guardo cerveza en la heladera. Hablamos de libros de conocidas en común, del componente autobiográfico. Cuando vamos a sentarnos dice que la mesa parece muy vacía. Es una mesa de madera circular, pequeña. Agarro botellas de vinos terminados de su piso y las pongo de decoración. Le gusta.

Estamos sentadas enfrente. Uno de los vinos vacíos tiene una etiqueta de mil quinientos pesos, me cuenta algo que me va a doler, que se me va a instalar: lo llevó su ex el sábado. Intento no dejar que me afecte, de momento no me afecta. Come pastel naranja. Yo muevo el tenedor por el plato. Tomo un trago. Digo: “no… yo… el fin de semana no hice nada… me quedé trabajando”. La cosa sigue ok y mejora cuando me siento en una silla al lado suyo. La cercanía me relaja, me acomoda. En la cercanía yo sé estar. Ahora su pierna está sobre mi pierna, decimos: “re quería darte un beso”, “pero yo me acerqué”, “pero yo te invité”, “pero yo...” mientras tiramos cartas de tarot: salen tres reinas. Dos se miran entre ellas, la tercera las mira mirarse desde afuera. “La tercera está triste”, eso va a transformarse en importante, todavía no. Por ahora nos hace gracia leer sin saber nada de naipes.

Nos estamos besando. Mi mano en su espalda, su mano en mi pelo. Todo es extremadamente sensual y Paz me pregunta si me quedo a dormir. Del abanico de cosas que me ponen nerviosa de conocer a una persona coger es la peor: cómo va a ser, quién va a hacer qué, si nos vamos a entender, en qué momento va a frenar. Creo que lo mucho que conecto con Paz esa noche es lo que me hace entrar con fuerza en la crisis posterior. La sensación de que el tema está resuelto, porque creo que la obsesión se trata de clausuras, y que después se abra. Y que eso que se abre sea insoportable. Pero ahora estamos en la cama y lo que pasa entre nosotras se siente bien y es excitante. Después mis amigas me van a pasar estadísticas, que tienen lógica, que se coge bien con una de cada siete personas, que primero es coger bien y después es el amor, mucho después. No sé. Es muy difícil entender los vínculos para una persona como yo.

Estamos por dormir con su brazo sobre mí, su cuerpo envolviéndome. Esa forma de agarrarse, de sostenerse ante la noche, que como todos sabemos es el momento del peligro, en el que salen las criaturas, es lo que creo necesitar para una vida plena. Soy, en el fondo, una persona sencilla, con pretensiones primarias. Todavía no dormimos, Paz dice que de repente la posición le es muy cómoda. Yo que también, pero que como lo dijimos vamos a empezar a sentir los puntos de contacto y se va a poner raro, y me responde: “Pensá en otra cosa, una cascada, ruido de agua que no frena”.

Sí, ya sé, como van a decirme mis amigas y psicóloga: no la conozco. No la conozco, no la conocí, no la voy a conocer. Pero imaginen estar con alguien que te hace escuchar una cascada. Una vez con mi ex, antes de que fuera el final, era de noche, me sentí muy mal (suelo ponerme mal por las noches) y ella dijo: “Amor, los pensamientos son autos que no frenan en la ruta. Miralos pasar”. Una cascada, autos. Eso que pasa, agua con fuerza, agua de vida, como un poema en que Mirta Rosenberg pregunta si se puede escribir con agua: “Y también está una:// digamos eau-de-vie, aqua vitae, agua de vida.// Y agua regia, como la vía, agua de rito// que no siempre podemos trasegar// pero que hay que beber lo mismo para que el pozo// no se seque y haga arena ciega, agua sin sed.// ¿Se puede escribir con ella? //A la página, mujer”.

Al día siguiente tengo el cumpleaños de una amiga en Varela, estoy en la misma mesa en que nos conocimos. En realidad esto es gracioso: Paz y yo nos conocíamos de antes y yo no lo sabía. Íbamos juntas a un taller literario, pero en ese entonces yo solo pensaba en otra cosa, no sé exactamente en cuál. Mi psicóloga va a decir que esta es la inversión, porque aparentemente mi obsesión se trata de inversiones: yo no la registraba y necesito invertirlo. Por qué. Para perder distancia. Por qué. Porque conozco este lugar. Por qué. No lo sabemos. Pero todavía no. Estoy abajo del sol y es otoño. Le cuento a mi amiga de la cita. Estoy feliz, como un inicio. Le mando a Paz un mensaje diciendo que me gustó verla anoche, que perdón por irme a las corridas. Ella responde: “hola hermosa, a mi también” y un corazón flechado seguido de un oráculo azul. Esos símbolos van a ser mi elemento principal en lo que viene. Los voy a mirar. Los voy a querer descifrar. Todavía no. Me escribe que justo está por pasar por Varela a buscar un lomito. Pienso que lo hace para verme y un poco me asusta pero otro poco me entusiasma. Cuando llega me saluda con un abrazo y entra a buscar el sandwich sin sacarse el barbijo. Desde afuera la miro acercarse a la caja y por el reflejo de la puerta veo llegar a la chica que ayer mencionó como su ex. Veo en el vidrio sus dos figuras superpuestas. Todo es muy rápido: la ex me saluda, Paz sale, se saludan, Paz me saluda, se van. No entiendo. Ya está empezando y sube muy veloz. Ya estoy horas hablándole a mi amiga de lo que acaba de pasar. Lo llamo serie, comedia, lo llamo increíble. Mi amiga me contesta y después cambia de tema. Mi amiga tuvo un año malo y una semana peor. Yo no puedo parar de volver sobre lo mismo, es como si quisiera agujerear un barrote con una lima. Se va haciendo la noche y sigo en Varela con otros y otros conocidos. Sigo revisando si Paz me dice algo. El cumpleaños terminó hace mucho.

Estar obsesionada tiene algo protector. Podés pasar horas pensando en nada, abajo del sol o acostada en el piso de tu departamento repasando escenas en tu mente: lomito, mensajes, corazón, flecha, su pierna. Podés pasar días con el cerebro vacío mirando el celular, como si tu vida dependiera de que abajo de su nombre aparezca el “escribiendo...”. Podés dejar de trabajar, podés quedarte a un costado mientras vas perdiendo cosas. En un capítulo de “Girls”, Lena Dunham, creadora y protagonista, en plena crisis obsesiva se mete un hisopo en el oído hasta perforarse el tímpano. Termina hospitalizada y cuidada por su ex novio que se ocupa de que tome la medicación y aunque yo no voy a ir a un hospital y aunque nadie va a atravesar la ciudad para salvarme, sí me voy a ir perforando de una u otra forma.

Paz me escribe esa noche que la próxima se hubiera sentado conmigo en mi mesa y hablamos un poco más hasta que, ahí sí, desaparece una semana. A medida que pasan los días y ella no responde reviso más su chat, le escribo más a mis amigas, tengo más pegado el celular. Este es el nudo de la crisis. Es muy difícil explicar qué es lo que pasa adentro, como un incendio del que no me alejo.

En realidad no es la compresión del vínculo con mi ex sino la repetición casi exacta de la primera semana. El pasado es una cosa extraña. Nos conocimos, en una semana dijo que me amaba, a los diez días me pidió un tiempo. Eso fue hace ocho años, entonces falté días a mi trabajo, era secretaria; lloré sin parar en la casa de mis padres donde aún vivía. Pero si habían estado una semana ella no podía dejarte, dice mi psicóloga, entonces... de qué separación estás hablando. Las dos escenas se iluminan juntas, como bañadas en luz, como anillos flotando en el espacio. No es el comienzo de la relación con mi ex lo que revivo, revivo lo que entonces reviví. Mi ex, hermosa, sus rulos, ir juntas a bares, tenerla y necesitarla, la esquina de su casa alejándose de mí, y Paz apareciendo por la esquina de Varela, entrando justo en la zona de peligro, donde el dolor no puede detenerse.

Paz y yo volvimos a intercambiar unos mensajes. Dijo que quería verme, arreglamos, canceló. Una historia común y conocida. Supongo que fue eso, nos gustamos, sí, pero ella estaba en otra. Y un poco yo me fasciné con el reemplazo, en vez de comer, pensar en ella, con el efecto alucinógeno de su aparición. Entiéndanme, soy solo una chica criada por telenovelas de amor que orbitó en torno a su miedo más profundo, como un lenguaje oracular, quedarse sola. Es probable que estar con alguien desate fuerzas misteriosas… la intimidad puede ser una experiencia muy extrema. Además, por qué no decirlo, Paz es linda y ese jueves a la noche parecía buena para mí.
-----------

Micaela Szyniak es escritora. Vivió de ser secretaria, vender libros, organizar ciclos literarios, administrar barras, hasta que se descubrió una apasionada de acompañar procesos de escritura. Hoy se dedica a eso. Coordina talleres y clínicas de obra. Algunos poemas de su libro “Contrato precario” fueron seleccionados por la Bienal de Arte Joven. Publicó también el poemario “Escribo pidiendo ayuda” y fragmentos de su diario en “Mi cuerpo es un tributo”. Cree en los vínculos. Forma parte de la editorial “Promesa”, de la revista “Mi gesto pank” y está terminando la carrera de Escritura en la UNA.