Cuando la ilusión se convierte en realidad

Sociedad
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¿El entusiasmo es un arma de doble filo? A algunos les pasará sólo en el amor, a otros en la (ancha) vida. A mí, por ejemplo. Cuando tengo un proyecto, no

logro frenar. Ilusión, ganas, energía. Me pongo a ver los pros y contras, a contactar gente que quiera colaborar y planifico la vuelta de tuerca que transforme esa idea en algo especial, con carácter. Soy consciente de que voy demasiado rápido: aún no se sabe si es posible concretarlo. Pero qué importa, de la misma manera que a veces no parece sustancial llegar sino recorrer el camino, con un sueño inaugural lo significativo también es pensarlo, armarlo, intentar animarse. Y si no sale, será otra vez.

Hay una constante. Las ilusiones que son pura adrenalina se matizan cuando se llevan a la práctica. La perfección pertenece al terreno de la mente, de los sueños. La puesta en marcha es más irregular y genera frustración. Conozco gente que empieza con un nivel de expectativa tan grande que ante el primer tropezón se desencanta. Si es en el amor, consideraba imposible una pelea o un simple encontronazo. O aburrirse una tarde juntos. Si es un proyecto -algo mínimo: un asado con amigos- se genera tensión por lo nimio. Si tal se peleará con cual. Si la carne no parece tan tierna. Si el carbón genera un poco de olor fuerte. Es una forma infantil de conducirse: una cumbre de quimeras para caer luego abismalmente.

¿Hay que ser, entonces, más cauto, racional? Creo que no, es como quitarle sabor a la vida. Prefiero mantener siempre esa posibilidad de que las luces de neón irrumpan con algo que me apasiona, aún sabiendo que no me espera un jardín de rosas (que por otra parte, son bastante pinchudos así que no me parece la mejor postal de la felicidad). Entusiasmarse es, en cierta manera, sentirse vivo: en algo vamos a hacer diferencia. Ahí pondremos toda nuestra artillería creativa.

Decíamos que el día a día suele ser menos perfecto de lo que supuso nuestra imaginación, pero tiene una ventaja inédita. Ya no hablamos en potencial sino que nos convertimos en protagonistas. Nosotros somos los maestros, los escultores, los que damos forma al mármol. Y eso, amigos, suele ser imbatible.

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¿El entusiasmo es un arma de doble filo? A algunos les pasará sólo en el amor, a otros en la (ancha) vida. A mí, por ejemplo. Cuando tengo un proyecto, no logro frenar. Ilusión, ganas, energía. Me pongo a ver los pros y contras, a contactar gente que quiera colaborar y planifico la vuelta de tuerca que transforme esa idea en algo especial, con carácter.

Soy consciente de que voy demasiado rápido: aún no se sabe si es posible concretarlo. Pero qué importa, de la misma manera que a veces no parece sustancial llegar sino recorrer el camino, con un sueño inaugural lo significativo también es pensarlo, armarlo, intentar animarse. Y si no sale, será otra vez.

Hay una constante. Las ilusiones que son pura adrenalina se matizan cuando se llevan a la práctica. La perfección pertenece al terreno de la mente, de los sueños. La puesta en marcha es más irregular y genera frustración. Conozco gente que empieza con un nivel de expectativa tan grande que ante el primer tropezón se desencanta. Si es en el amor, consideraba imposible una pelea o un simple encontronazo. O aburrirse una tarde juntos. Si es un proyecto -algo mínimo: un asado con amigos- se genera tensión por lo nimio. Si tal se peleará con cual. Si la carne no parece tan tierna. Si el carbón genera un poco de olor fuerte. Es una forma infantil de conducirse: una cumbre de quimeras para caer luego abismalmente.

¿Hay que ser, entonces, más cauto, racional? Creo que no, es como quitarle sabor a la vida. Prefiero mantener siempre esa posibilidad de que las luces de neón irrumpan con algo que me apasiona, aún sabiendo que no me espera un jardín de rosas (que por otra parte, son bastante pinchudos así que no me parece la mejor postal de la felicidad). Entusiasmarse es, en cierta manera, sentirse vivo: en algo vamos a hacer diferencia. Ahí pondremos toda nuestra artillería creativa.

Decíamos que el día a día suele ser menos perfecto de lo que supuso nuestra imaginación, pero tiene una ventaja inédita. Ya no hablamos en potencial sino que nos convertimos en protagonistas. Nosotros somos los maestros, los escultores, los que damos forma al mármol. Y eso, amigos, suele ser imbatible.