Guardias sin fin, situaciones límite y asuntos pendientes: cómo llega el personal de la salud para enfrentar la variante Delta

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Durante la primera ola, tuvo que cubrir hasta 96 horas semanales en una guardia de pacientes con coronavirus, 72 de ellas, de corrido. A la salida de esos turnos

eternos, Amada Sánchez Andía (44), que es médica intensivista, no se tomaba el colectivo, prefería caminar. “Caminar y llorar”, cuenta. Cuando llegaba a su casa, se desvestía y bañaba antes de abrazar a su hijo Fermín (5). La segunda ola la vivió con el alivio de la vacuna aunque con la misma demanda de trabajo. La llegada de Delta la encuentra sin un solo día de descanso. “Estoy agotada, pero no queda otra que seguir”, le dice a Clarín.

En 2020, Amada dividió su tiempo entre una clínica privada de Belgrano y el Hospital Sanguinetti de Pilar. “Tenía unas horas fijas en la guardia del sanatorio y el resto eran reemplazos de compañeros que se contagiaban Covid. También me llamaban como refuerzo por el aumento de lasinternaciones”, sostiene.

El estrés en esa primera etapa tenía que ver con contraer el virus y llevarlo a su casa: “Tuve miedo, sigo con miedo. Pero elegí dedicarme a esto y me toca estar, es mi contrato moral con la carrera”.

Hay momentos que, señala, no se le borran más. Como las últimas palabras de un paciente antes de ser intubado o algunas charlas con los familiares de un fallecido. “Estábamos acostumbrados a situaciones críticas pero no a nivel masivo y con esta incertidumbre”, destaca Amada.

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"Elegí dedicarme a esto y me toca estar, es mi contrato moral con la carrera", dice Amada Sánchez Andía, médica intensivista. Foto Maxi Failla

"Elegí dedicarme a esto y me toca estar, es mi contrato moral con la carrera", dice Amada Sánchez Andía, médica intensivista. Foto Maxi Failla

Tampoco esperaba que el Covid fuera tan dinámico. “Cuando creía que lo había visto todo, llegó la segunda ola con cuadros más severos y contagiados jóvenes”, agrega. Para esa etapa, cambió de empleo y se incorporó a la terapia intensiva del Hospital Álvarez.

En lo personal, también pasaron cosas. “Una de mis hermanas se enfermó y la tuvieron que operar. Por mi exposición en el trabajo, no la pude acompañar”, relata.

Para ella, lo que viene “es un enigma”. Lo único que tiene claro es que a la tercera ola va a llegar baja de energía. En parte, reconoce, tiene que ver con la cantidad de horas que debe trabajar para cubrir sus gastos fijos. “Me aumentó la obra social pero no el sueldo. Tengo que pagar el crédito de mi casa. Mi plata va a eso y a las compras del supermercado”, sigue Amada, que lamenta no recibir una remuneración acorde a la tarea y al esfuerzo.

“Mi caso no es la excepción. El personal médico necesita que se lo reconozca desde lo económico. Y, además, que se sumen recursos humanos a los equipos para poder tener momentos de descanso. Hoy faltar es complicar a un compañero”, remarca.

Y advierte que el agotamiento se traduce en errores: “No estamos como en el día 1 y eso se nota y es lo que más me preocupa pensando en las nuevas complicaciones que pueda traernos Delta”.

Nahuel y sus 9 cambios de ropa por día

Amada no es la única que llega a la tercera ola con cansancio acumulado. Nahuel Suberbie (34), que es kinesiólogo en el Hospital Muñiz y se ocupa de la atención respiratoria y motora de los pacientes con cuadros graves de coronavirus, también dejó todo en este año y medio de pandemia.

Tiene turnos de 6, 8 y 12 horas, según la jornada. Y le toca cambiarse de ropa hasta 9 veces por día, cada vez que entra y sale de una de las salas Covid, detalla a este diario. 

"Emocionalmente, no estar fijos nos afecta", afirma Nahuel Suberbie, kinesiólogo en el Hospital Álvarez. Foto Maxi Failla

"Emocionalmente, no estar fijos nos afecta", afirma Nahuel Suberbie, kinesiólogo en el Hospital Álvarez. Foto Maxi Failla

Los viernes queda a cargo de una tarea especial: debe tratar a aquellos internados que respiran con la asistencia de una cánula de alto flujo, que se utiliza cuando baja la saturación y los pulmones empiezan a esforzarse más de lo recomendado.

Si bien algunas veces se administra en forma preventiva, para evitar que el cuadro empeore, en la mayoría de los casos, suele ser el recurso previo a la intubación. Es decir, el último intento antes de la ventilación mecánica. “Son momentos delicados, hacemos todo lo posible para que el paciente salga adelante”, suma.

Poner al otro en primer plano es algo que vuelve durante gran parte de la charla. Nahuel asegura que, desde el principio, le salió actuar sin procesar demasiado el contexto ni pensar en lo expuesto que quedaba. “Es hacer lo que toque, acompañar”, expresa.

Vive solo y cuenta que en la primera parte de la pandemia se mantuvo lejos de su familia. “No vi ni a mis papás, ni a mi tía ni a mis primos para protegerlos. Hoy, con la vacuna, eso cambió aunque me reúno con mucho cuidado”, comenta.

Está conforme con el equipo de trabajo del que forma parte, dice sentirse contenido y asegura que cuentan con los insumos para el personal y los pacientes. Sin embargo, ante la consulta de Clarín por lo que falta, explica que aún no logra que lo efectivicen. “Somos muchos los que estamos como planta transitoria. El mejor reconocimiento sería conseguir cierta estabilidad laboral. Emocionalmente, no estar fijos nos afecta”, confirma.

Trabajar sin mirar el reloj y acompañar en las horas más difíciles

La vida de Daniela Benitez (42), que es enfermera y trabaja desde hace 11 años en el Sanatorio de la Trinidad Palermo, también dio un giro de 180 grados desde marzo de 2020. “La guardia en la que estoy se transformó en una terapia durante la pandemia. Se habilitaron camas con respiradores y vivimos momentos de mucha angustia”, precisa.

Recuerda pacientes que entraban hablando y que a los pocos minutos terminaban ventilados. Otros que estando lúcidos había que explicarles que debíamos intubarlos.

"La guardia en la que estoy se transformó en una terapia durante la pandemia", cuenta Daniela Benítez, enfermera en el Sanatorio de la Trinidad Palermo. Foto Luciano Thieberger.

"La guardia en la que estoy se transformó en una terapia durante la pandemia", cuenta Daniela Benítez, enfermera en el Sanatorio de la Trinidad Palermo. Foto Luciano Thieberger.

“Ser enfermera en pandemia fue sostenerle la mano a un paciente en una situación límite, prestarle mi teléfono para comunicarse con un familiar, secarle las lágrimas e incentivarlo a comer”, expresa.

Su horario se extendió: “Hacía el turno mañana pero todos nos empezamos a quedar de más para ayudar a compañeros. Hoy, por ejemplo, estuve 14 horas”.

En su caso, la enfermedad llegó antes que la vacuna. “Las dosis nos tocaron en marzo y yo contraje coronavirus en febrero. Me asusté bastante. Estuve con neumonía y para el día 10 empecé a saturar bajo. Por suerte, no me tuvieron que internar y logré recuperarme”, repasa.

Su esposo fue y sigue siendo su gran sostén. También el único ser querido con el que mantuvo contacto cercano por muchos meses. “Al resto de mi familia y amigos no los quería ver. Mis hermanos me pedían juntarse pero yo decía que no, conocía las consecuencias, mi intención era cuidarlos”, reflexiona. Hoy ya se encuentran, aunque solo al aire libre.

Destaca el apoyo grupal dentro del sanatorio, pero afirma que al cansancio físico se suma el emocional. “Es muy doloroso todo lo que sigue ocurriendo con los infectados”, aporta Daniela.

Y pide un reconocimiento “en los papeles” que podría generar un cambio en lo económico. “Los enfermeros somos considerados administrativos y no profesionales de la salud. Y eso hace que nuestros sueldos sean más bajos. Por eso, en muchos casos toca recurrir al pluriempleo. Trabajamos con medicación y respiradores, tenemos mucha responsabilidad sobre los pacientes, más aún en pandemia. Sería importante que lo tengan en cuenta”, cierra.

MG