"Al principio -prosigue- las tortillas las vendía a unas veinte cuadras de casa, frente a una comisaría, para estar resguardada, e íbamos con mis hijos, a quienes llevaba en una carretilla,
pero en otoño e invierno, con el frío, la lluvia o el rocío era muy complicado. Los nenes chupaban mucho frío y yo sufría por ellos, hasta que apareció la posibilidad milagrosa del autito, que tengo hace dos años, fue fundamental", dice Macarena. A los ingresos que tiene por su faena, se suman dos AUH por sus hijos.