No tengo fantasías horrorosas sobre estar solo en el momento final. Sería mejor no estarlo, claro, pero mucho más me asusta la enfermedad impredecible, el pasar de estar bien a ser
un enfermo terminal casi sin darse cuenta. Siempre me pareció extraño cómo uno no detecta irregularidades graves en su cuerpo y sí otras nimias. Por ejemplo, ante una gripe liviana, nos sentimos fatal, sin fuerzas, doloridos, tosiendo sin parar, transpirando con efervescencia. Levantarnos para ir al baño es ciclópeo. Pero a la semana -lo más seguro- estaremos recuperados y no habrá marca. Paradójicamente, podemos, en el mismo tiempo, estar anidando un cáncer grave y no tener síntomas hasta que resulte tarde. Ya sé, en un caso hay un factor infeccioso externo, en el otro es el propio cuerpo. Igual no me satisface la explicación.