Mundos íntimos. Me sorprende cuando alguien muere y ni su familia se entera. ¿Será esa la medida más extrema de la soledad?

Sociedad
Lectura

Mientras Cecilia me confesaba que no podía encarar la limpieza del lugar y me pedía que me ocupara yo, recordé que Ale me había contado del robo de los dólares que

lo había dejado sin herencia al mismo tiempo en el que quedaba sin padre. Él repitió el gesto de su padre y había también guardado en su casa una suma de dólares, mucho menor pero bastante significativa. Eso también me lo había contado, como al pasar, en el hospital. Entonces, dije para mí, tiene que estar ese dinero por algún lado. Aproveché para emprender la búsqueda de la plata como una cruzada, yo quería que su esposa y su hijo tuvieran algún tipo de tranquilidad económica. Fue ahí, a solas, con esa misión decidida, en ese mismo espacio que alojó la muerte durante 12 días, en ese lugar revulsivo, con olores nauseabundos, coronado por un colchón cargado de fluidos, donde fui descubriendo también cómo fueron sus últimos días. Sin darme cuenta, me convertí en detective de pistas, en perito de señas, en baqueano de huellas, en crítico literario de sus escritos, en médium o mejor en testigo de una soledad: la de mi amigo.