La nueva historia de Marcelo Birmajer: Folletín

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Lectura

Isaías Gutiérrez sabía que aquel recorrido sería el último de su vida laboral. La humedad del mar, que antes lo estimulaba y azuzaba, ahora le percudía los huesos y

lo retrasaba. El yodo y la sal flagelaban su rostro hinchado y poroso. Los acantilados, su paisaje familiar, se convertían en abismos malignos. Entregaría el diario a la viuda Crepax, quizás la revista de jardinería, regresaría a la editorial y terminaría su acuerdo con Robert Magnus Jr.

Isaías había comenzado 65 años atrás, a los 10, repartiendo el diario y la revista/libro Folletín. En rigor, el diario en aquel pueblo, Los Andurriales, era semanal. Y la revista llegaba una vez por mes. Con lo recaudado de esas dos encomiendas, más otros cientos de changas, Isaías hacía su guiso.

En Folletín escribían las mejores plumas del continente. Pero entre los 18 y los 20 años de Isaías, una novela en entregas de ultramar capturó la imaginación de los lectores. Los Andurriales era un pueblo perdido incluso dentro de aquel pequeño país. Una isla apenas atada por un idioma y un par de leyes a la metrópoli. Habitada por un millar de familias, separadas unas de otras por tierras arenosas y yermas.

Pero la novela El mapa falso los había reunido en un anhelo común. Hombres y mujeres que apenas si leían las noticias con desgano, desinteresados hasta del tiempo en que habían ocurrido, únicamente atentos a su supervivencia, repentinamente aguardaban la llegada del capítulo de El mapa falso como si se tratara de provisiones o agua potable.

Se acercaban hasta la escollera o el puerto para recibir al barco con su nueva carga. No la harina, ni el tabaco, ni la carne de vaca (allí sólo criaban ovejas), sino el nuevo episodio. Mac, el hombre de confianza de Robert Magnus, recibía el ejemplar, ya traducido, y armaban la edición local en el taller, donde también se imprimía.

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Dos años había llevado la trama Humberto Lusati, su autor. Robert Magnus debía su subsistencia como editor y distribuidor de prensa a esa revista/libro. De no ser por Folletín, y específicamente por la novela de Lusati, tiempo atrás debió haber levantado campamento y mandarse a mudar. Pero allí, en Los Andurriales, vivía la mujer amada -no con él-, y el hijo que creía suyo, aunque no pudiera confirmarlo.

Cuando Folletín, gracias al éxito de El mapa falso, resucitó y expandió el negocio, supo que podría permanecer allí hasta que su amor envejeciera. No era un hombre paciente ni generoso: cuando ya no la deseara, se marcharía. Tampoco del todo injusto: si ella por cualquier motivo dejara de desearlo, también se marcharía.

En cualquier caso, especulaba con que la venta del último capítulo de El mapa falso en Folletín, no sólo en Los Andurriales, sino en muchas otras localidades donde había logrado la representación, le permitiría pagar la última cuota de la casa donde instalaría a su amor y al niño, para visitarlos cuando quisiera.

Mac apareció con la noticia, desinflado como un pedazo de estopa. Los alemanes habían hundido el barco portador del último capítulo de El mapa falso. No había esperanzas de recibir una copia hasta por lo menos dentro de un mes, o más. Sin el último capítulo, Folletín no vendería ni un ejemplar. El desgano de los lectores se contagiaría al diario semanal. La expectativa frustrada sería letal.

Durante todos aquellos años, Isaías, el canillita, había leído cada uno de los cuentos y novelas por capítulos de Folletín. También los diarios semanales. Junto a Robert y los talleristas, mientras armaban los linotipos para imprimir la versión local, Isaías comentaba las historias, agregaba ideas de su cosecha, sugería mejoras.

De casa en casa, en sus caminatas interminables, facturaba imaginariamente aventuras, las volcaba manuscritas en papel y las compartía con Robert. Algunas el editor las había plagiado para compartirlas como propias con su amada; eran realmente muy buenas.

En esa instancia, si no quería perder la casa, Robert necesitaba vender como había esperado el ejemplar de Folletín con el último capítulo, hundido en el fondo del mar.

La propuesta a Isaías fue por la gloria, y algo más de dinero del que cobraba por semana. Escribir el último capítulo de El mapa falso. Si total era una traducción, justificó Robert con alevosía. ¿Acaso no lo armamos con el linotipo? ¿Quién habría de enterarse? El capítulo original quizás nunca llegue. Nadie sabe cómo terminará esta maldita guerra. Secretamente quedarás en la Historia.

Isaías le dio una vuelta de tuerca inesperada a la sub trama de Bulkus, el malvado de la novela. El único rasgo humanitario de Bulkus era la relación con Fedro, su perro.

Tres capítulos atrás, Fedro se perdía. Bulkus lo buscaba desesperado. Abandonaba sus actividades delictivas para dedicarse al rescate del perro. En el remate de Isaías, Bulkus finalmente encontraba al perro en la casa de una viuda. El animal, después de tres semanas, se había adaptado perfectamente a su nueva vida: contento, bien alimentado. Bulkus lo mataba de un balazo, delante de la viuda.

- Nunca imaginé que me traicionarías así -musitaba el villano-.

- Pensé que te encontraría muerto o agonizante -agregaba, sin escuchar el llanto de la viuda, salpicada de sangre-. Que no podrías vivir sin mí.

Folletín se vendió como pan caliente. El último capítulo fue el más elogiado de la serie. Durante lustros se recordó aquel desenlace. Pero medio siglo después, el capítulo, sus protagonistas, el autor, fueron cayendo en el olvido.

Robert Magnus falleció, su amor envejeció y murió también. El ya maduro Robert Magnus Junior vendía diarios del día, revistas de crucigramas, historietas. El pueblo, sin convertirse en un centro, había crecido. Acababan de rescatar aquel barco hundido y el último capítulo original.

Como un homenaje a su padre, Junior había decidido imprimirlo en las dos últimas páginas del diario del día. Antes de salir a su último reparto, con un nudo en el corazón, Isaías leyó el milagro: Lusati había escrito para Fedro el mismo trágico destino. El protagonista, Ike, triunfaba, y a grandes rasgos el final era feliz. Pero el querido Fedro moría de aquel modo siniestro. Los niños de Los Andurriales y alrededores habían llorado cuando sus padres les leyeron aquella escena.

Isaías le entregó a la viuda Crepax el diario del día. Aquella tarde prefería no comprar la revista de jardinería. Pero se puso a leer el último capítulo antes de que Isaías se marchara. La viuda era la media hermana, por parte de madre, de Robert Magnus Junior: la hija de la que había sido el amor de Robert Magnus, sin relación biológica con éste. No se habían vuelto a hablar con su medio hermano.

Isaías la admiraba intensamente. Le hubiera gustado pasar sus últimos años junto a ella. Aguardó, bajo el frío, aterido, a que terminara de leer aquella extraña primicia, el capítulo recuperado 50 años después.

Cuando la vio dejar el diario plegado sobre la mesa, con la mirada perdida, golpeó la puerta y le contó la verdad. La de aquel capítulo inventado y su coincidencia con el original. No regresó a la editorial. Consideró aquella recaudación su última paga, y permaneció por el resto de su vida junto a la viuda, caminando no más lejos de donde hasta alcanzaran sus ojos.

WD

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