Intemperie

en la intemperie. Una intemperie con soportal histórico, y hasta con dibujantes de usanza antigua que te hacen el selfie a lápiz de colores, si posas ante el caballete. Lo de los dibujantes era antes del coronavirus, naturalmente, pero lo de los indigentes es antes del coronavirus, y después. ¿Y qué hacía allí esta gente, qué hacía en plena Plaza Mayor tanta pobre gente desamparada? Pues hacía lo de siempre, mirar el cielo descerrajado, maldormir a cualquier hora, sufrir bajo un harapo, pedir limosna, esperarse a sí mismos. A los indigentes también les llamamos vagabundos, que es un género de la literatura de realismo puro, o del otro, pero cuando uno se encuentra con un vagabundo no hay literatura que valga. La policía, ayer o anteayer, cumplía con su empleo de higiene, y los mendigos cumplían con lo suyo, que es no hacer nada, y esperar que escampe o no escampe la vida de tormenta. Pero no escampa, y además no da compañía otro turismo que el turismo invisible del coronavirus, y acaso definitivamente letal. De modo que están solos, aunque son treinta y tantas soledades que se reúnen alrededor de un mal vino de cartón, a calentarse un poco el alma con el garrafón de un tinto amargo. ¿Y qué hacía esta tribu de desamparados ahí, cuando en Madrid no hay más síntoma de vida que algún semáforo? Pues lo de siempre, sí, sólo que venían del Pabellón de Ifema, donde les habían dado el alojo correspondiente. De modo que nuestros vagabundos prefieren su intemperie de toda la vida, y a esto iba yo, alcalde, que no sé si la gente que tiene la vida torcida cree en otra vida. Me sospecho que estos sintecho lo único que quieren es ir cambiando de soportal, en la Plaza Mayor, y así hasta que escampe, que no escampa. Más allá de Ifema, conviene hacer algo. Más allá, o más acá, del coronavirus.