Coronavirus en Ecuador: Guayaquil, la antigua "perla del Pacífico" está de luto y vive su propio calvario

Internacionales - RDN
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Hoy, Guayaquil está de luto. Trágicamente, el coronavirus ha colocado a esta ciudad de nuevo en el radar de la prensa nacional e internacional. Es la ciudad

ecuatoriana con el mayor foco de contaminación (70% del total nacional), registra la mayor cantidad de muertos, muestra uno de los sistemas sanitarios más débiles de la región para enfrentar la pandemia.

Capital de la provincia de Guayas, en Guayaquil hay 1.648 positivos de coronavirus de los 3.465 que suma Ecuador, que reportó el primer caso el 29 de febrero. Guayas acumula también 122 de los 172 fallecidos por el COVID-19, según las cifras oficiales, que tienen proyecciones desgarradoras. “Creemos que serán entre 2.500 y 3.500 persona fallecidas por COVID en estos meses, solamente en la provincia del Guayas”, dijo esta semana el presidente de Ecuador, Lenín Moreno. La región del Pacífico está de luto.

En el anverso de la medalla, la misma ciudad exhibe hoy -con grotesca evidencia- todas las hilachas sociales heredadas de un pasado triste y colosal a la vez. Triste por el dolor colectivo que significa observar fallecidos regados por las calles. Y colosal, porque la fuerza laboral de esta pujante y laboriosa ciudad, apoyada en su poderoso entorno agroindustrial, son las fuentes generadoras de las mayores riquezas del Ecuador, que por lo general terminan, eso sí, en muy pocos bolsillos.

Son las hilachas propias de una urbe grande y desorganizada (supera los 3.5 millones de habitantes), que se muestra estructuralmente inequitativa y patológicamente empobrecida y oprimida. Los poderes económicos y oligárquicos locales, los que siempre hablan del “milagro económico guayaquileño”, resulta que no tienen ahora la capacidad de enterrar con dignidad a algunos de sus muertos, y esperan del poder central el salvataje social y sanitario.

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Guayaquil es una ciudad de naturaleza alegre – “El Último Puerto del Caribe”, solía recordar el cantor popular puertorriqueño Daniel Santos-, que ahora mismo está entristecida, desolada y desmoralizada. El coronavirus ha lesionado profundamente las fibras morales íntimas de esta, pese a todo, gran ciudad ecuatoriana. Es una urbe rodeada de una naturaleza bellamente dura, sí, y su gente, como ocurre con todos los pueblos sudamericanos, es amable, solidaria, generosa, pero desordenada también, porque carece de la disciplina social y la formación cultural que se cultiva a lo largo del tiempo, con la lectura sistemática, con el acceso universal a una sólida educación, con un conocimiento extendido y sostenido para enfrentar lo que venga.

Los cuerpos insepultos, que hemos visto estos días en las calles de Guayaquil, muestran algo mucho más profundo y serio que el morbo, que se riega como nafta en pasto seco, por medios de prensa serios y sobre todo por las desbocadas redes sociales.

Guayaquil tiene una larga, dura e intensa historia, como ciudad portuaria, como pulmón económico del Ecuador. Le falta, con urgencia, líderes que le merezcan, que la recuperen, que la cuiden, y más que nada, que se ocupen de su gente, sobre todo de la inmensa población pobre y trabajadora que clama por ayuda real.

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El coronavirus está enterrando a guayaquileños, a la par que está sacando a flote estos y otros temas de importancia social que han permanecido ocultos y camuflados por mucho tiempo.

Algo de historia y su entorno

Corrían los años de la conquista española de América y Francisco Pizarro apretaba el paso. La llegada al centro del Imperio Incásico –el Cusco- era su meta estratégica, tanto como la captura de Atahualpa, el último gran jefe de los pueblos originarios, quien estaba en Cajamarca. A su paso por Guayaquil, en la aledaña isla Puná, el conquistador extremeño estuvo a punto de perecer. Se salvó de milagro tras quedar atrapado en una zona de naturaleza hostil, rodeada de pueblos bravíos. Así marcó Guayaquil su impronta libertaria.

El 26 y 27 de julio de 1822, Bolívar y San Martín, los dos grandes libertadores sudamericanos, estrecharon sus manos en esta urbe. Y si bien el encuentro fue privado, la agenda incluyó la configuración del mapa republicano después de la emancipación sudamericana de España.

En 1879, el explorador inglés Edward Whimper trazó así su paso por esta ciudad, en su ruta hacia la conquista del Chimborazo, el mayor nevado de los Andes ecuatoriales: “Viví principalmente en un hotel. La maravillosa exuberancia de la vida ahuyentaba la modorra y cuando llegaba el sueño, los sueños eran muy tropicales. Bandadas de ratones galopaban aquí y allí de noche y ejércitos de diminutas hormigas lo invadían todo. El duro roer de voraces ratas era mitigado por la música más suave del tierno mosquito. Estos habitantes autóctonos estaban complementados por una enorme población flotante; y, en total, recogí 50 especies de bichos en una sola habitación. Las torrenciales lluvias tropicales que caen de enero a mayo, no tienen ninguna salida, se estancan en las calles y producen enfermedad y muerte. Todas las calles suburbanas de la ciudad están ahora treinta centímetros bajo el agua; es un vasto y lodoso lago cubierto de charcos de fango (verde) que llega hasta más allá del tobillo”.

En 1897, Archer Harman llegó por primera vez a esta ciudad portuaria, desde donde empezó la construcción del ferrocarril ecuatoriano. Así consignó sus primeras impresiones de Guayaquil: “Miles de pequeñas embarcaciones piraguas, balsas y otros botes cargados de cantidades de bananos y piñas flotaban en el río (Guayas). Se deslizaban ondulantes y se acercaban a los muelles a descargar. Buques de vapor de diversos tamaños estaban anclados en el río, con las barcazas utilizadas para transferir las mercancías del puente al muelle atadas a un costado. Los diques se prolongaban hacía el río y bullían de actividad bajo el primer solo de la mañana. (…) Casi todo Guayaquil fue una vez un manglar que fue llenándose de tierra y basura, sobre el cual se construyó la ciudad. El campo alrededor de Guayaquil era famoso por las piñas dulces y jugosas, que según se decía eran las mejores del mundo. En las plantaciones se cultivaba café, banano, arroz, y el producto de exportación más importante del Ecuador, el grano de cacao”.