El tour de Bart, el relato de una periodista argentina varada en Cuba

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Llegué a Cuba el 1º de marzo con una beca del Instituto Internacional de

Periodismo José Martí. Era la primera vez que estudiaba en otro país y, aunque sería un curso de dos semanas, me parecía que iba a ser esa una experiencia disruptiva. El curso concluyó, los alumnos (mitad cubanos, mitad latinoamericanos) nos despedimos con efusividad y comencé mi recorrido por la isla. En ese momento Cuba ya registraba tres casos positivos de Coronavirus: turistas italianos diagnosticados en Trinidad. Ese era, precisamente, mi primer destino. Me comuniqué con el chico que me alquilaba su casa y me aseguró que estaba todo controlado.

Internet acá es un tema aparte: no está limitado por censura gubernamental, como sospechan algunos, pero el acceso se dificulta por el alto costo y los pocos puntos wifi. Explico esto porque mientras en la Argentina comenzaba un aislamiento parcial que era difícil de dimensionar al no estar conectada, en el epicentro de Trinidad se aglomeraban turistas de todas las nacionalidades. De todos modos, y ante la advertencia de mis familiares, a los tres días quise modificar el vuelo que tenía previsto para el día 24. No sólo fue imposible de cambiar sino que mi itinerario ya no figuraba. No es novedad, no es noticia, es lo mismo que les ocurrió a otros 25 mil argentinos en distintos puntos del mundo. Tuve la suerte de que me pasó en Cuba.

Antes del cierre de repatriaciones por la pandemia, Cuba dispuso un vuelo para los argentinos varados

La isla entró oficialmente en cuarentena el 24 de marzo. La disposición del gobierno, además de coincidir con estándares sanitarios y el cuidado de su propia población, se correspondió con el espíritu humanista cubano: ningún extranjero quedaría en la calle, y eso que cuando comenzó el caos había alrededor de 20 mil turistas, de los cuales 1.500 éramos argentinos. En los días previos al inicio del aislamiento social obligatorio todos fuimos trasladados a la capital cubana. Llegué al Hotel Plaza la,noche del 23 y no volví a salir ni a la esquina hasta el domingo 5 de abril, cuando cambié de alojamiento. En un contexto global de crisis con miles de víctimas fatales y caos económico, un cambio de hotel es, objetivamente, poca cosa, pero en mi experiencia personal fue un cimbronazo. Cualquier modificación de una rutina exacerba la ansiedad y la sensación de ahogo.

El gobierno de Díaz Canel dispuso una reducción en las tarifas hoteleras para todos los turistas varados. Además, destinó un equipo médico en cada establecimiento. En el Plaza nos tomaban la fiebre durante el desayuno. Dependiendo del hotel, adoptaron distintas medidas: en algunos rebajaron el costo del agua al mismo precio que en un supermercado y en otros reparten tarjetas de Internet gratis, mientras que en los más lujosos no hay más concesiones. Cabe aclarar que, lógicamente, los hoteles funcionan a medias y con medidas restrictivas. Es decir, nadie que esté varado puede considerarse de vacaciones. Hay un capítulo de Los Simpsons en que la familia vacaciona en un crucero. Deseoso de seguir en el barco, Bart inventa una crisis mundial que los obliga a quedarse en altamar. El crucero cambia completamente: las atracciones no funcionan y escasea la comida. La situación en los hoteles habaneros no es tan extrema pero se le parece, por eso me gusta bromear con que estoy viviendo el tour de Bart.

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Más allá de las buenas medidas del Estado cubano y la solidaridad de su gente, lo cierto es que la isla cuenta con algunas limitaciones que en este contexto son un gran problema. Las tarjetas de internet y las bebidas, principales consumos durante la cuarentena, se pagan en efectivo y son caras (la hora de conexión cuesta un poco más de 1 dólar). Este no es un dato menor ya que muchos argentinos se quedaron sin plata y es imposible para sus familias enviarles dinero. Por otra parte, además de que muchos turistas ya no tienen fondos en sus tarjetas, los bancos norteamericanos acá no funcionan.

Las difícultades económicas para vivir de los argentinos varados por el coronavirus

Para los argentinos que se quedaron sin nada la Embajada Argentina dispuso dos hoteles sin costo alguno con las tres comidas incluidas. También repartieron medicamentos a quienes los necesitan. Ya partieron dos vuelos humanitarios y ahora quedamos 600 compatriotas en el país sin novedad alguna de un futuro vuelo. La situación es entendible, inédita y extrema, pero la incertidumbre se hace pesada. A fin de cuentas es la incertidumbre lo más difícil de soportar no sólo a nivel psicológico sino también económico.

Qué realidad extraña nos toca vivir a todos. Qué difícil, acá, allá, donde sea, es el confinamiento. No sé si pude disfrutar del traslado de hotel a hotel; el viento en la cara a través de la ventanilla, las olas rompiendo contra el malecón desierto. Fue maravilloso y triste a la vez. No sabemos cuándo va a terminar. A nosotros nos toca ser pacientes desde acá. Tenemos techo, comida, estamos sanos pero extrañamos cada segundo nuestras casas. Qué lindo va a ser cuando esta crisis termine, todo vuelva a la normalidad y esta sea una historia más que contaremos en reuniones con amigos, mientras nos abrazamos.

ED