Mundos íntimos. Tenía el pelo hasta la cintura. Era mi tesoro. Pero sentí que debía dar para recibir y lo doné a personas con cáncer

Sociedad
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¿Qué es el amor para vos? Amor, para mí, es agasajar al otro. Preguntarle si está bien, acompañarlo, apoyarlo, mimarlo. Hacerle regalos. Darle eso rico que le gusta o aquello que

le saca una sonrisa.

Siempre fui de regalar amor. Amo ver la reacción del otro, cómo lo disfruta. Pero ¿cuándo me toca a mí? No me refiero a que otros me den algo, porque siempre me llenaron de amor. Mi familia, mi novio, Nicolás, y amigos. El punto es, ¿yo misma me doy amor? ¿Me cuido? ¿Me valoro? O, siquiera… ¿me abrazo? Poco. Tal vez, porque siempre puse al otro en primer lugar, antes que a mí misma.

Y hoy, estoy acá. Escribiendo estas palabras. Me siento como en el 2008, a los 12 o 13 años con el típico diario íntimo de la infancia. Abriendo mi corazón a personas que no conozco, pero está bien. Porque esta es una de tantas formas de contar una historia.

Cabello largo. Así lo supo tener Eugenia Trubbo.

Cabello largo. Así lo supo tener Eugenia Trubbo.

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Y esta es mi historia. Cómo en un año tan caótico me empecé a amar como yo me lo merecía. Y en esa transición me di cuenta de que tenía que volver a dar. Y este “dar” era para “recibir”. Podrán llamarme materialista pero, me estarían prejuzgando al adelantarse en el relato. Porque obvio que recibí algo, pero algo que me llenó el alma. Y no es lo que se imaginan. No fue algo material. Fue mucho más que eso.

Acompáñenme en el tiempo. Para poner en contexto esta historia, hay que ir a noviembre de 2019. En aquella época, me encontraba realizando un trabajo para el Instituto donde estudio. Una nota muy inspiradora. Al menos para mí. Se llamaba “Pelucas de princesas para nenas oncológicas. La quimioterapia debilita todo a su paso, incluido el cabello. Cómo es transitar esta enfermedad siendo chico, cuando una de las pertenencias más importantes que tienen es el pelo”.

Cuando la escribí, me contacté con una ONG de la ciudad de Baradero, “Doná Cabello Argentina”. Está formada por un grupo de mujeres que trabajan en la confección de pelucas para pacientes que se encuentran bajo tratamiento oncológico. Pero, para realizar su labor, necesitan la colaboración anónima de hombres y mujeres que se animen a regalar su pelo. Sí, el pelo.

En la peluquería. Eugenia Trubbo con el pelo en la mano.

En la peluquería. Eugenia Trubbo con el pelo en la mano.

Siempre amé a mi pelo, no se imaginan cuánto lo he cuidado a lo largo de mi vida. En estos 25 años, le di mucho amor. Mis papás y hermana, siempre me ayudaron comprándome cremas, aceites, ampollitas de nutrición, acondicionadores, todo para que yo los pudiera usar. Son productos bastante caros y agradezco que ellos siempre me los hayan comprado. También, siempre me gustó plancharlo. Por naturaleza, mi pelo es bastante lacio pero con algunas ondas. Y era una cuestión de todos los días la de bañarme, secar el pelo con secador y plancharlo.

Durante el tiempo que invertí armando la nota, varias veces me planteé la idea de cortar mi pelo. No saben, me llegaba por la cintura. Tenía, incluso, hechas las mechitas rubias que me habían regalado mis papás para Navidad. Era un sueño ese pelo.

Llegó el día de entregar la nota de la universidad. La profesora la corrigió. Le encantó. Me puse tan contenta porque los temas de esta índole, “solidarios” por llamarlos de alguna forma, me hacen bien. Esa misma semana, cuando aún se podía cursar en las aulas ya que no existía el COVID-19, una compañera, apodada la “Colo”, a quien aprecio mucho, entró por la puerta con un corte del estilo carré. Le quedaba espectacular. El día anterior, ella aún llevaba su cabello pasada la cintura. Era una especie de Rapunzel colorada. Obvio, todos se lo elogiamos y nos comentó que ahora su pelo se encontraba en un sobre con destino a Baradero. A la misma ONG donde yo me había contactado para la nota.

No me olvido más, ese día sentí tanta culpa... Me sentí mal. Los elogios de la profe ahora habían quedado en segundo plano por los malos pensamientos que invadían mi cabeza. “Hiciste la nota y no te cortaste el pelo”, “los demás lo hacen y vos no”, “¿qué te costaba ser solidaria un momento?”. Auto prejuicio. Auto boicot. Mi cabeza sólo me remarcaba lo mala persona que era por no haberme cortado el pelo. Si era yo la que había hecho la nota de las pelucas. Y claro, para sacarme un poco de culpa me empecé a decir, siempre a mí misma claro, que “yo no tenía por qué donar mi pelo”. Que “era mío y de nadie más”. Y que “mi pelo no iba a hacer la gran diferencia”. Claro, cuando la cabeza va en contra de uno mismo, no hay cómo pararla.

Para donar. Este cabello es el que Eugenia Trubbo envió a la ONG.

Para donar. Este cabello es el que Eugenia Trubbo envió a la ONG.

Con el tiempo, esa culpa se esfumó. Comenzó el 2020 y ya sabemos que pasó. Pero este año, hice algo muy valioso. Comencé a quererme, a escucharme, a hablarme. Me abracé. Emprendí el viaje de eso que siempre hice con los demás, pero ahora lo hago por mí. Y trato, ojo, me falta mucho, pero estoy en camino. Y, ¿qué decidí? Bueno, me convertí en una persona consciente del medio ambiente. Reciclo, composto, no como animales… Hasta acá dirán, “hacés algo para el planeta pero no para vos misma”. Bueno, dejame retrucarte. Todo lo que hice y hago este año sí, es para “algo” o “alguien” más, pero el trasfondo de eso termina siendo para mí. Todos estos actos repercuten en mi estado de ánimo. En cómo me quiero sentir y al dar, recibo gratitud. Recibo amor propio porque hago cosas que me hacen feliz. Que me mueven el piso y me encienden el alma. Doy para recibir paz.

Y entre ese “dar constante”, me volví a encontrar con un viejo dilema del pasado. Mi pelo. Y sí, ese tema volvió a estar en “agenda”. Y, tal vez, yo misma fui la que se volvió a desafiar porque este año, escribí una nota sobre el día del niño. La temática la propuse yo: “Los que eligen donar cabello y regalar amor”. Y de esta forma, nuevamente me contacté con “Doná Cabello Argentina”. Las vueltas de la vida, ¿no? Charlé con Dani, una de las voluntarias, y me conectó con Eugenia, una nena de seis años que, en septiembre del 2019, le diagnosticaron leucemia.

No sé bien que pasó ahí pero, de alguna manera, el universo me habló. Sí, creo en “eso”, en las causalidades de la vida. No sé qué probabilidades en el mundo podía haber de que aquella bellísima nena se llamara igual que yo, y que me contara qué fue muy feliz cuando le regalaron dos peluquitas. Ahí me encontraba nuevamente. Y esta vez, no me auto boicoteé. Ni mucho menos, tampoco me prejuzgué. Me vi como la Euge del año pasado, con una mentalidad que hoy, varios meses después, había cambiado.

Me pedí perdón por haberme juzgado y me prometí a mí misma que, una vez que la nota saliera publicada, iba a ir a la peluquería a cortarme el pelo. Ese pelo que, recordemos, amé. Rubio, largo por la cintura. Suavecito y bien cuidado. Pero sólo es pelo muchachos y tengo la suerte de que mañana me va a volver a crecer. Pensar lo contrario hoy, para mí, es egoísta.

Ya no soy la Euge del 2019, la que siente que su pelo es “de ella sola y de nadie más”. Hoy doy un paso al costado. Y para adelante. Me abro de aquellos malos pensamientos que alguna vez inundaron mi mente y me predispongo a seguir mimándome una vez más. Vuelvo a “dar”, con el propósito de “recibir”. ¿Qué es lo que recibo? Más amor. Para mi propio universo. No saben lo hermoso que es amarse a uno mismo. Hay que practicarlo, cuesta horrores, sí, pero hay que hacerlo. Porque nosotros somos el amor de nuestras propias vidas. Nada ni nadie más. Y es hermoso hacer cosas para aflorar ese amor interno.

¿Y qué pasó después? El 14 de agosto salió mi nota, ¡hurra! ¿Y saben lo que significó? Cumplir mi promesa. Tenía que sacar turno con Juan, el peluquero, con el “crack” que me cuida el pelo desde que tengo el uso de razón. El que, incluso, me peinó en mi comunión y en mi graduación del secundario. Unos cuantos, bastantes, años atrás.

El viernes cuatro de septiembre me levanté super tempranito. Alrededor de las 7:30 AM. Me bañé, lavé mi cabello largo por última vez. Lo sequé y lo planché un poquito para dejarlo prolijo. Estaba super emocionada porque lo alistaba para un evento muy especial. A eso de las 9:30 AM, emprendí viaje rumbo a la peluquería. Tomé un colectivo porque estaba un poco atrasada. Tenía turno a las 10 AM. Llegué, nerviosa. Le di un besito a mi pelo, ¿muy cursi no?, y me senté en una de las sillas de la pelu.

Mientras que Juan peinada y me medía el pelo con un centímetro de costurero que llevé de casa, le contaba que este cambio de look significaba mucho para mí. Me costaba describirlo en palabras sin desprender alguna lágrima. Incluso, ahora, me cuesta escribir estas palabras sin que mis ojos no se expresen.

Juan ató en dos mechones mi pelo, con unas gomitas de colores que le había llevado, y en uno, dos, tres… Pasó la tijera por mi pelo. Estaba súper nerviosa. Reía, lloraba, apenas podía hablar. Fueron mil emociones las de aquel entonces. Pero jamás, nunca, me arrepentí. Tal vez solté alguna grosería, sin querer, porque me encontraba en shock. Me había cortado 35 centímetros de pelo. Pasé de tenerlo por la cintura, a que no llegara siquiera a tocarme los hombros. Escasamente, pasaba mi nuca.

Mi primera impresión fue quedarme en silencio. Callada. No podía tocarme la cabeza, me daba impresión. Sabía que mi pelo ya no estaba más ahí sino apoyado sobre el mueble del local. Cuando giré el cuello, mi “nuevo pelito” se asomó. Oculto detrás de mi cabeza, apareció en el contorno de mi rostro. Y allí me encontraba yo. Con los ojos hinchados pero con el corazón contento, rebalsando de amor. Porque una vez más, me volví a amar a mí misma. Haciendo cosas que me hacen bien.

Dos semanas después, viernes 18 de septiembre, mi mamá me acompañó al Correo Argentino de mi barrio. Fuimos, hicimos la fila para ingresar y cuando tocó mi turno, le pedí a la chica que atendía si me podía vender un sobre plástico. De esos especiales. Quería que mi pelito llegara bien, tal cual como yo lo había preparado para este gran día súper especial.

Completé mis datos, y los de la ONG de Baradero, y guardé mis mechones dentro, junto con una cartita que les escribí con muchísimo amor. Me despedí, “hasta siempre”, lo enviamos y nos fuimos. Cinco días después, el 23, llegó a destino. Me enteré de noche, por Facebook. Porque subieron la foto de mi pelo. Yo estaba cursando una materia del Instituto vía zoom pero tuve que apagar la cámara un momento para llorar en silencio. Fueron lágrimas de felicidad. Hice lo correcto, mi sueño se había concretado.

No sé a quién será destinado ese pelo. Seguro lo sumen con el de otros donantes. Pero bueno, no necesito saber más nada. Sólo que mi aporte va a hacer muy feliz a alguien. Como lo hizo esta experiencia para mí.

No hay secretos ni “tips” para vivir la vida. Cada uno la hace como quiere, y puede. Hay miles, millones de caminos para emprender. Pero qué gratificante es seguir aquel camino que nos hace bien. El que nos libera y nos permite ir más allá. Aventurarnos para vivir, disfrutar.

Hoy estamos acá, ustedes leyéndome. Yo escribiéndoles. Pero ¿mañana? No sé y qué importa, ¿verdad? Total, que mejor disfrutar en vida que irnos sin haber hecho nada para ser felices. Todavía estoy en un largo proceso de practicar el “auto amor” pero mientras, vivo, me equivoco, aprendo, sigo. Amo. A los demás pero, principalmente, a mí misma. Y regalando mí pelo, que en realidad ya no es más mío, practiqué el desapego.

Comprendí que para mimarme a mí misma tenía que volver al principio de este relato. Regalar ese “algo especial” que a mí tan feliz me hizo en su momento, para hacer feliz no sólo a alguien más. También, a la protagonista de esta historia. A mi propio ser. A Eugenia Victoria.
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Eugenia Victoria Trubbo Faugas nació en la Capital Federal, en 1995. Pero vivió toda su vida en la zona sur del Gran Buenos Aires. Es productora y directora de radio y televisión, egresada del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER), y estudiante del último año de la tecnicatura en periodismo. Su primer trabajo en los medios fue en el 2016. Antes, animaba fiestas infantiles. Comenzó como productora de radio y siguió como community manager, coordinadora de aire, operadora de radio y columnista de espectáculos. Después, produjo y asistió varios programas de TV, fue ayudante de cátedra en el ISER y, en la actualidad, trabaja como periodista para la web "Con Bienestar" de TN.