Una elección a “tres bandas” para Argentina

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“Gane quien gane en EEUU, la política exterior no se modifica”. Esta frase que solía repetirse antes de cada elección presidencial se fue diluyendo durante el mandato de Trump y no se ha escuchado en los últimos meses. Dos cuestiones contribuyen a explicar este cambio: por una parte, la crisis doméstica en Estados Unidos es de tal magnitud que concentró el interés de los estadounidenses y disminuyó el peso de las cuestiones de política exterior en los debates electorales; por la otra, las desavenencias de la administración Trump en sus relaciones con el mundo fueron profundas e iniciaron un proceso de cambio en la política exterior. La elección del próximo martes parece decisiva para responder interrogantes de mediano plazo: ¿en caso de que gane Trump su manejo de los asuntos externos puede ser considerado un punto fuera de la curva seguido por un futuro intento de regresar a las tendencias anteriores o su reelección consolidará una nueva inclinación de la curva? ¿En caso de que triunfe Biden podrá recuperar las tendencias de la política exterior que se identifican con el orden internacional liberal? La repuesta es compleja, pero en primera instancia parecería que Trump profundizará su modelo de política exterior y que Biden enfrentará muchas dificultades para recuperar el perfil internacionalista liberal.

Para Argentina, la elección no sólo impactará en el vínculo bilateral, sino que además afectará las relaciones con los otros vértices de la geometría de su política exterior. Hasta el inicio de la segunda década del siglo XXI gran parte de la actividad externa argentina se explicaba a través de relaciones triangulares (Buenos Aires, Washington y Brasilia). En la última década las profundas interacciones con China dieron lugar a una compleja figura romboidal (Buenos Aires, Washington, Brasilia y Beijing).

La reelección de Trump es menos auspiciosa para el gobierno de Alberto Fernández. Si bien no se han dado hasta el momento crisis profundas en el vínculo bilateral, existe un distanciamiento político/ideológico y una desconfianza ligada a la predilección de Trump por la reelección de Mauricio Macri y su apoyo a través del FMI. Además, Argentina no figura en el radar hemisférico de Donald Trump que, en Sudamérica, identifica como grandes aliados políticos a Iván Duque y Jair Bolsonaro. La lógica puramente transaccional seguirá primando, así como la utilización de más palos que zanahorias en las negociaciones de diversos temas de agenda, pero muy especialmente en aquellos que involucren los vínculos con China.

De ganar Biden, la agenda bilateral e interamericana no cambiará sustancialmente, pero sí las formas y los interlocutores. Esto contribuirá a generar un contexto -al menos en el corto plazo- menos conflictivo que le permitirá a Argentina mayores márgenes para consolidar una presencia regional, dinamizar el multilateralismo y plantear algunos temas de agenda que conllevan contenidos mínimos de autonomía. Simultáneamente, sin Trump, Bolsonaro quedaría huérfano. Desde 2019, la política exterior de Brasil se edificó sobre una lógica y una práctica de aquiescencia con Washington basada en la sintonía ideológica de ambos gobiernos. Si Trump pierde la gran apuesta externa de Bolsonaro desaparecería. No hay dudas que si Biden gana Brasilia seguirá siendo una pieza clave en el diseño estratégico regional de Washington, pero la intensidad y profundidad del vínculo no serán las mismas. En menos de un mes, Bolsonaro habría perdido dos aliados políticos claves (Añez y Trump). El sector “Olavista” –encabezado por el Canciller Araújo- se debilitaría mientras que los militares ganarían cada vez más terreno en el diseño de la política exterior. Este escenario, de acuerdo a algunos analistas, incentivaría un mayor acercamiento con Argentina y permitiría un descongelamiento del vínculo aunque no significaría necesariamente un acercamiento de las agendas. Como se ha dado el vínculo en el último año, dicho ajuste no es menor.

Por último, una victoria de Biden podría distender (aunque temporalmente) las tensiones entre EEUU y China. La conflictividad es estructural y un cambio de “agente” no alterará esa dinámica. No obstante, sin la carga ideológica de Trump una relación bilateral más distendida sería factible. Dicho en otras palabras, la apertura de una ventana de distensión y renegociación entre los dos mayores poderes estatales daría a la Argentina márgenes de maniobra para profundizar la relación bilateral con China en temas que considere necesario, sin generar tensiones con Washington ni despertar el recelo de los halcones.

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Pase lo que pase el martes, uno de los vértices del rombo externo de la Argentina se verá fuertemente afectado. Como en el billar, el tiro será a “tres bandas” e impactará más allá del vínculo Buenos Aires-Washington. En la Casa Rosada y en Cancillería se ilusionan con una esperanzadora “carambola”.

*Dr. en Relaciones Internacionales/Profesor de Política Internacional Latinoamericana (UNR).

**Investigadora Independiente del CONICET/Profesora Titular Política Internacional y Política Internacional Latinoamericana (UNR).