Debate polémico: ¿es necesario hoy seguir promocionando los biocombustibles?

Economia
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Desde sus principios, el desarrollo de los agrocombustibles -llamarlos biocombustibles es un equívoco ya que el petróleo es también un biocombustible- tuvo su impulso en políticas públicas para fomentar su producción

y su uso. Estas políticas se establecieron no por ventajas energéticas o de costos sino por el objetivo de Estados Unidos y la Unión Europea de mejorar su seguridad energética. Y nosotros quedamos acoplados, como muchos otros países, a las prioridades energéticas de los países desarrollados.

En 2006, Estados Unidos producía alrededor de 5,5 millones de barriles de petróleo diarios y consumía casi 21 millones. Su debilidad energética era insostenible para la gran potencia, y el entonces presidente George Bush fijó como prioridad de su política energética salir de la dependencia del petróleo.

Entre las medidas que tomó estuvo la de promocionar la producción de los llamados biocombustibles a partir de otorgar importantes subsidios a la producción de maíz. Además, como el mundo dependía cada vez más del petróleo que se producía en los países “poco confiables” de Medio Oriente, salió en gira latinoamericana para lograr que los países de nuestra región se sumaran a su propuesta. Lo mismo hizo Europa, subsidiando a sus productores y alentando la producción de biocombustibles en distintas regiones del mundo.

Así, Argentina sancionó la ley 26.093 de promoción de los biocombustibles en abril de 2006, que era entendible en ese contexto geopolítico y ante la declinación de nuestra producción de petróleo convencional.

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Sin embargo, hoy la situación es muy distinta y los biocombustibles comienzan a ser interpelados en el mundo. Ya en 2008 la FAO había advertido sobre el impacto alimentario de los biocombustibles y los problemas que ocasionaría utilizar tierra cultivable para producir energía en vez de alimentos.

Hace unas pocas semanas, el gobierno de Alberto Fernández suspendió la exportación de maíz al advertir problemas de abastecimiento en el mercado interno. Se suspendieron exportaciones por cerca de 4 millones de toneladas. En nuestro país se utilizan cerca de 2 millones de toneladas anuales de maíz para producir etanol, lo que se ha convertido en uno de los factores que contribuyó a esta situación crítica.

La semana pasada, el gobierno anunció un aumento de más del 90% en el precio del biodiésel, lo que provocará un aumento en el gasoil, el combustible utilizado para el transporte y la actividad agrícola.

Estos ejemplos nos muestran que hoy debemos repensar nuestras prioridades energéticas más allá de las urgencias sectoriales teniendo en cuenta la competitividad de nuestra economía.

En poco tiempo se discutirá en la Cámara de Diputados de la Nación la prórroga de la ley de promoción de biocombustibles, por lo que sin entrar en detalles sobre los distintos reclamos, las preguntas que debemos hacernos son: ¿necesitamos hoy los biocombustibles?, ¿aportan alguna solución a los problemas energéticos del país?, ¿cómo se justifica que toda la población subsidie en alguna medida a empresas privadas garantizándole rentabilidad y mercado?

Desde el punto de vista económico, la calidad energética de los biocombustibles es menor y más costosa. Esto implica otorgar subsidios o beneficios fiscales (devolución anticipada de IVA, amortización acelerada de ganancias, exención de impuestos, incentivos provinciales, etc.), además de rentabilidad garantizada y participación de mercado asegurada por la obligación de los cortes.

Es cierto que la actividad favoreció desarrollos locales y que el etanol de caña de azúcar es importante para las provincias del NOA y se justifica en los volúmenes actuales de producción. Pero la realidad es que utilizando unidades energéticas para poder compararlas, la nafta súper tuvo en promedio en los últimos años un costo de 9,8 dólares por millón de BTU; y el etanol, 20,3. El gasoil, 11,8; y el biodiésel, 16,8 dólares.

El gran desarrollo del biodiésel se sustentó en las menores alícuotas de exportación que tuvo un costo fiscal de US$ 4.300 millones para nuestro país.

Es muy discutible la necesidad de seguir promocionando los biocombustibles indefinidamente para favorecer sólo a un sector productivo. Hoy más que nunca es necesario pensar nuestras prioridades energéticas en función de la competitividad de nuestra economía y diseñar una política energética nacional más allá de los lobbies sectoriales que tratan de establecer una agenda energética según sus intereses.

Hoy, la Argentina necesita la energía más barata posible para recuperarse y crecer. Esa energía está en Vaca Muerta. Esa debe ser hoy nuestra prioridad.

(*) Víctor Bronstein es director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad y profesor regular de la UBA.

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