El VAR rompió el contrato del hincha con el fútbol: ¿sirve gritar goles al 50%?

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La pelota entró, pero usted no es como los ansiosos que tiene al lado y espera un segundo antes de festejar. Ve que corre el árbitro hacia la mitad de la

cancha. El asistente también. Y entonces sí. Suelta el alarido que tenía preso en el pecho. Si está en la cancha -en aquellos tiempos que se extrañan tanto-, por ahí se abraza con alguno de los que tiene al lado. Si está viendo el partido en su casa, quizá sale al balcón a liberarse. Los rivales van a sacar del medio y alguno todavía reclama un off-side que tal vez fue o una infracción en la jugada previa que quizás. Pero la historia está juzgada. El curso del tiempo sigue inalterable hacia adelante: el partido continuará y las quejas en todo caso quedarán para después, en las declaraciones postpartido, en las charlas de oficina o en posteos picarones en las redes sociales y grupos de WhatsApp.

Hasta que un día llega el VAR. Y de golpe usted tiene que empezar a entender que una vez que terminó todo el ritual de festejo -o de duelo, si es que le tocó sufrir el gol- hay una instancia de revisión suprema que puede dictaminar que nada de lo ocurrido antes tendrá un reflejo en el marcador del partido.

Todo está a tiempo de volver para atrás. Y el problema, oh, justicia divina del fútbol, está precisamente ahí.

No se trata de que lo que disponga el VAR vaya a ser más o menos justo. Se trata de que el momento sagrado del gol ya fue profanado desde que empezamos a incorporar que todo eso puede no valer.

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Messi espera con ansiedad que el árbitro Claus dictamine si cobrará su gol ante Paraguay. Finalmente decidió anularlo. (Foto: AFP)

Messi espera con ansiedad que el árbitro Claus dictamine si cobrará su gol ante Paraguay. Finalmente decidió anularlo. (Foto: AFP)

Como parece que nos podemos acostumbrar a casi todo, cuando llegó el VAR hasta nos acostumbramos a gritar con alguna desconfianza -¿un grito al 75%, más o menos?- los goles cuando creemos que puede haber una intervención de la sacrosanta tecnología. Pero una parte fundamental del problema radica en que -a diferencia de lo que pasa en deportes como en el tenis, donde nadie dirá: "Disculpe, señor Federer, esa derecha espectacular con la que acaba de ganar Wimbledon no vale porque catorce tiros atrás su tiro salió a dos centímetros de la paralela"- el VAR se puede remontar a acciones previas, y por mucho, a la jugada específica del gol.

Pasó este martes con el off-side de Borré antes del golazo de Montiel que era el 3-0 de River. Pasó antes en el gol de Messi contra Paraguay por Eliminatorias, que se anuló por una falta previa en mitad de cancha. Y habría pasado con el gol inolvidable de Maradona a los ingleses en el 86 si hubiera existido el VAR, porque unos segundos antes de la apilada eterna de Diego había habido una infracción -¿de Batista? Quién sabe... ¡Qué importa!- no cobrada por el árbitro.

Ver fútbol es uno de los rituales que muchos aprendemos de chicos. Si nos gusta, aprendemos a verlo antes de aprender a leer. Como pasa con todo, al principio conocemos los conceptos más básicos. Pero después entendemos algunas peculiaridades que nos hacen espectadores con un nivel más alto de agudeza. Y entre ellas estuvo siempre la de saber que una vez que el árbitro tomó una decisión y que los asistentes no hicieron ninguna señal en contrario, deberá pasar algo muy extraño para que todo se revierta.

Ya no es así.

A esta altura de la historia, después de haber visto fútbol toda nuestra vida, nos rompieron uno de las cláusulas más importantes del contrato de espectadores de fútbol: el del grito de gol. Ese que, en el mundo mágico que nos puede regalar cada partido, tal vez sea más importante que estar a tiempo de dar marcha atrás porque hubo una falta en mitad de cancha 30 segundos antes. Si tanto esfuerzo por ser absolutamente justos genera que gritemos los goles por la mitad, algo se está haciendo muy mal.