Boca: la autopsia de un equipo sin alma y sin laterales

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La incapacidad de Boca para la creación de juego es evidente. Hasta hoy, al equipo de Miguel Ángel Russo le había alcanzado con las prestaciones individuales de sus mejores futbolistas: Sebastián

Villa, Carlos Tevez, Esteban Andrada, etcétera.

En la semifinal de vuelta de la Copa Libertadores, ante un Santos que combinó entrega y concentración, velocidad y ratos de buen fútbol, la endeblez de ese estilo jugadorista quedó expuesta como nunca antes había ocurrido en el ciclo de Russo. Ni siquiera ante Racing, en Avellaneda, y contra Inter de Porto Alegre, en la Bombonera, Boca había mostrado este nivel: opaco, contenido, sin rebeldía. Sin alma.

Cuando el rendimiento individual es bajo, el sistema táctico puede rescatarte. Ese papel subalterno que cumple un buen esquema es algo de lo que este Boca prescinde.

En las redes sociales, Diego González fue tendencia por lo mal que había jugado el primer tiempo. El rendimiento del mediocampo de Boca es la clave para explicar la falla que aqueja al equipo desde hace por lo menos seis años: los laterales.

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No podés jugar sin buenos laterales. No podés jugar una Copa Libertadores sin buenos laterales. No podés jugar una semifinal de Copa Libertadores sin buenos laterales. No podés ser un gran equipo sin buenos laterales. Desde hace años sufre la falta de marcadores confiables en en el mano a mano y con atributos para atacar. Así, un mediocampo emparchado con wines dio lástima en Vila Belmiro.

Los laterales, ya lo dijo Diego Simeone, son el alma de un equipo en el fútbol del Siglo XXI. Sin el aporte de un cuatro y un tres, los volantes se resienten. El equipo entero se resiente. Y González, su mal rendimiento, su trote a destiempo, su desconexión de los delanteros, es la cifra de ese conflicto.

El último entrenador que consolidó laterales aptos para jugar en Boca fue Julio César Falcioni. En 2012, en la previa de la final de vuelta por la Copa Libertadores con Corinthians, Daniel Angelici no quiso pagar un seguro para que Facundo Roncaglia, pilar de aquel equipo, disputara la revancha en el Pacaembú. Fue un presagio de lo que vendría.

Ni Carlos Bianchi, ni Rodolfo Arruabarrena, ni Guillermo Barros Schelotto ni Gustavo Alfaro enmendar esa falla. Miguel Ángel Russo, tampoco.

Frank Fabraes una buena noticia para los delanteros rivales. Lúcido en los torneos locales, distraído en las copas internacionales. No hace falta mencionar la expulsión para calificar su pésimo rendimiento. Siempre, en las paradas difíciles, se distrae.

Tiene suerte: la cantidad de fallas del colombiano que derivaron en goles rivales son pocas. Ese porcentaje maquilla su productividad. Nunca pudieron reemplazarlo. En 2016, su primera Libertadores en el club, fue determinante en la derrota en la semifinal de ida ante Independiente del Valle.

Leonardo Jara regresó al club porque un equipo de la MLS optó por no comprarle el pase. Para Russo, el titular era Buffarini. Hoy, el DT volvió a cambiar al lateral derecho, pieza por pieza, en el entretiempo. Síntoma del desconcierto.

Que Salvio, que Cardona, que el nueve de Boca... El problema está más atrás. Hace rato.

Alfredo Merlo.

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