Un nuevo escenario para las relaciones entre EE.UU. y la Santa Sede

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Los cambios que impone la dinámica histórica en la escena global determinan nuevas condiciones en

las relaciones de los actores internacionales. Parte de este escenario está conformado por la intersección de la religión y la política, un dato que hasta épocas recientes no era tomado muy en cuenta por los analistas del rubro, por haber sido minusvalorado como un tema menor o irrelevante. Sin embargo, las evidencias muestran que no debe ser ignorado porque ha quedado demostrado que esta temática donde se unen el cielo y la tierra también tiene su tela para cortar.

Si bien se mira, dicha concepción reduccionista ha ido cambiando progresivamente al calor de diversos factores como la emergencia de los fundamentalismos, especialmente a partir del célebre atentado a las Torres Gemelas que marcó un punto de inflexión en la historia. Desde entonces, el proceso de secularización dejó de representarse con el sentido irreversible que hasta ese momento se había considerado casi definitivo.

En el reinado del individualismo y el relativismo emergen nuevas formas de religiosidad e incluso renacen otras muy antiguas. La irrupción de esta búsqueda de espiritualidad movilizó el interés por valores que abrieron un horizonte más extendido que el propio del mundo positivista. En los últimos años se ha suscitado finalmente una sinergia que reconoce expectativas sobre el papel de las religiones en el mundo global.

En el reinado del individualismo y el relativismoemergen nuevas formas de religiosidad e incluso renacen otras muy antiguas

La Iglesia católica ha sido considerada un sujeto internacional desde tiempo inmemorial y no es necesario recordar lo que hoy representan los Estados Unidos en el panorama mundial, que comparte con China un indiscutido liderazgo internacional. Entonces ¿cómo deben leerse sus recíprocos vínculos en el comienzo de un nuevo año pandémico en el que además se produce un cambio sustancial en el vértice de uno de sus protagonistas? Para justipreciar debidamente esta realidad, conviene situarse en un contexto que permita desarrollar dicha tarea con mayor nitidez y profundidad.

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En este cuadro se enmarcan las personas concretas que lo protagonizan: Joseph Biden como nuevo presidente norteamericano que profesa la fe católica por una parte, y cuya actitud ante la Santa Sede se percibe como muy diversa (y aun opuesta) a la de su predecesor Donald Trump, y por la otra el papa Francisco, cuyo pontificado ha significado sin duda una presencia más dinámica que la de sus predecesores en el actual escenario mundial.

Una triangulación de afinidades

Después de las reformas que, sobre todo desde Juan Pablo II, han internacionalizado el colegio cardenalicio, y ya situados en plena aldea global, la posibilidad de un Papa norteamericano no suena tan estrafalaria como lo era hace unos pocos años. Así es la vida: lo que ayer era extraño hoy es normal, y así sucesivamente.

El cardenal Timothy Dolan fue mencionado como un candidato en el cónclave que eligió a Francisco, y también suscita expectativas un latino como José Gómez, el arzobispo de Los Angeles, cuyo perfil se identifica con un cristianismo encarnado en la diversidad étnica de la Iglesia católica en los Estados Unidos.

En algunos estados la presencia hispana y católica es cada vez más evidente, al tiempo que el antiguo canon del wasp (white/anglosaxon/protestant), que constituyó el paradigma adoptado por la “civilización occidental y cristiana” del “mundo libre” vigente hasta la posguerra, ha devenido arcaico, pero eso no quiere decir que no se resista a morir. Hasta los católicos más conservadores, que eran excluidos de él, lo han asimilado en una versión actualizada a partir de valores morales comunes.

En algunos estados norteamericanos, la presencia hispana y católica es cada vez más evidente

De otra parte, la fusión de elementos heterogéneos, o en otros términos, el nuevo paradigma multicultural, constituye un signo muy propio de la posmodernidad, también verificable en la realidad eclesial, y fue adelantado en los Estados Unidos cuando se articuló acabadamente en la expresión Melting Pot como el modelo de la fusión de razas. Este proceso ha impactado con sus necesarias consecuencias sobre el conjunto, también en materia religiosa. Pero esta historia no está exenta de circunloquios.

Aunque preside la conferencia episcopal norteamericana, Gómez es mexicano y refleja la importancia relativa de los hispanos en el catolicismo local. Estos rasgos explican que su identidad cristiana traduzca su empática relación con las víctimas casi siempre inocentes de los problemas sociales, especialmente con los migrantes, que constituyen un verdadero caballito de batalla en el ideario francisquista.

Este es precisamente uno de los ejes que Biden va a reformular y que homologan su sensibilidad a la del Papa, aparte de su cercanía con la Compañía de Jesús, que es la orden religiosa de Francisco, y con sus miembros a través de la Universidad de Georgetown. El jesuita Leo O’Donovan fue el elegido para realizar la tradicional invocación religiosa en la asunción del poder de Biden.

Un jesuita, la orden de Francisco, fue el elegido para realizar la tradicional invocación religiosa durante la asunción de Biden.

Este posible esquema trifásico tiene su contracara, porque de otra parte va a generar resistencias en bastantes detractores que el Pontífice ha cosechado en los rancios ambientes conservadores de la nación, los cuales exhiben una representación también en el episcopado. Haciendo gala de un injustificable clericalismo, el propio Dolan protagonizó gestos políticos ciertamente inapropiados durante la campaña a favor de la reelección de Trump.

Debe advertirse también que los últimos consistorios no han incluido a Gómez como uno de los nuevos miembros del colegio cardenalicio, lo cual ha despertado cierto escepticismo sobre su futuro, pero con todo, su imagen y su cargo representan la identidad propia del episcopado de su nación y de sus fieles y también el acento social que es encarnado vivamente por el Papa, aun cuando le haya significado serias críticas en algunos ambientes católicos y económicos.

De este modo aparece todavía tenuemente prefigurada en sus perfiles preliminares lo que podría configurarse como una triangulación entre el episcopado norteamericano con el pontificado del papa Francisco (otra realidad también impensable hasta que sucedió) y con el nuevo presidente católico del próximo periodo correspondiente al turno demócrata, bajo un interés común centrado en temas como la discriminación, los derechos de las minorías y otras cuestiones afines.

El segundo presidente católico

En efecto, la realidad nos muestra que las cosas han cambiado también en este otro terreno durante el último medio siglo. Ya hemos tenido un presidente afroamericano en el gran país del norte, proveniente además de los confines del imperio, algo muy improbable pocas décadas atrás.

Dicho cambio suscita un oculto temor en algunos ambientes que resisten lo que las teorías conspirativas denominan “El Gran Reemplazo”, interpretado como una mutación cultural que a no tan largo plazo liquidaría la tradición anglosajona y protestante del país. En la toma del Capitolio está presente este fantasma.

Durante mucho tiempo también se pensó que, por varios motivos, la presidencia de un católico no podría ser posible hasta que John Kennedy se constituyó en el primero en llegar a la Casa Blanca. Kennedy fue el primer presidente norteamericano que no era un wasp. Ahora los católicos constituyen la religión más importante de los Estados Unidos y el índice de la confianza en la Iglesia católica es similar al de países católicos como la Argentina. La Corte Suprema, un tribunal que determina asuntos claves en materia moral y religiosa, está constituido por seis católicos sobre un total de nueve miembros.

De los nueve miembros de la Corte Suprema, un tribunal que determina asuntos claves en material moral y religiosa, seis son católicos.

Una situación parecida ocurrió en los primeros siglos, cuando el emperador Constantino se vio obligado a legalizar a la nueva Iglesia católica como religio licita debido a que los cristianos estaban en todas partes, incluso en los aposentos reales. El número no es determinante, pero importa. Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios protege a los buenos, cuando son más que los malos, reza un antiguo refrán que refleja el sanchopanzesco realista sentido común español. Sin embargo, tuvieron que pasar más de sesenta años desde Kennedy para que un católico se aposentara en Washington, exactamente desde el 8 de noviembre de 1960 al 20 de enero de 2021.

Joseph Biden es la contrafigura de Donald Trump, representativo de un populismo liberal, quien mantuvo con el papa Francisco una mal disimulada tirante relación rubricada con un final ya casi cercano a un intercambio de notas diplomáticas de mutuo rechazo. Sin embargo, nunca ninguna de las partes cedió a la guerra de nervios y por lo tanto ni la una ni la otra llegaron a transitar la proximidad de una eventual ruptura de relaciones, como llegó a suceder en el pasado, en que los grupos de poder hostiles a la Iglesia se opusieron al nombramiento de embajadores en la sede romana.

La emergencia de un presidente católico en el cenit del poder mundial se percibe como un nuevo dato a tener en cuenta cuando varios parlamentos y otras instancias gubernamentales de los países latinoamericanos se han llenado de protestantes de una diversidad de iglesias pentecostales y de otras variantes denominacionales cristianas. Los pastores evangélicos se han mostrado particularmente activos en la organización de una resistencia a la agenda de género.

Los pastores evangélicos se han mostrado particularmente activos en la organización de una resistencia a la agenda de género.

Es verdad que la adscripción demócrata de Biden lo sitúa a unos cuantos casilleros más cercanos al Papa que los de su predecesor, aunque la condición conservadora de Trump y su secuela de oposiciones a dicha agenda constituyó un vínculo de fuerte proximidad con los defensores de los valores tradicionales, sobre todo con los fieles cristianos fundamentalistas y moderados, tanto de las iglesias evangélicas como los católicos que votan a los republicanos (un poco más de la mitad de ellos).

La pintoresca personalidad de Trump, de quien se sospecha su autenticidad respecto de la religión, no es óbice tampoco para el apoyo religioso, porque el hecho de que Constantino haya sido bautizado al final de su vida por un obispo arriano no fue un obstáculo para que abriera las puertas del imperio a la naciente iglesia de los cristianos.

Los católicos que como Biden eran frecuentemente hijos de inmigrantes irlandeses de la clase trabajadora, votaban tradicionalmente demócratas, pero con el movimiento conservador surgido en los años ochenta y representado por colectivos como Moral Majority comenzaron a votar a los republicanos.

Hoy no hay un voto católico como tampoco hay un voto judío, inversamente a lo que sucede con los evangélicos blancos. En las elecciones presidenciales que llevaron al poder a Perón, los judíos sufragaron en su contra por sospecharlo de influencias fascistas antisemitas. Pero ahora y con excepción de la ortodoxia, la mayoría de los judíos votaron por Biden.

Hoy no hay un voto católico, como tampoco hay un voto judío, inversamente a lo que sucede con los evangélicos blancos.

Es sabido cómo algunas de las políticas que caracterizaron el mandato del presidente saliente produjeron un choque frontal con las invectivas del Papa en relación a la libertad irrestricta del mercado, las políticas que denomina del descarte y el consumismo y un concepto absoluto de la libertad privada, que en las doctrinas de la Iglesia ha tenido siempre y desde los primeros siglos un alcance subordinado a una hipoteca social.

Biden ha reconocido un influjo de esta enseñanza en su formación como político y es visible que ella tendrá impacto en su relación con Francisco, un dato que evidencia una sintonía completamente distinta a la trumpiana. Pero es evidente que ella tendrá un punto de tropiezo por demás significativo en el aborto y en las políticas del género que va a expandir la vicepresidenta Kamala Harris sin que se perciba un obstáculo serio por parte del Presidente electo.

Este es un bocado atragantado en la sensibilidad católica, puesto que con la aceptación del pluralismo religioso y la separación de la Iglesia y el estado que en Estados Unidos es un dogma cívico, el catolicismo norteamericano tuvo que rendir examen sobre su respeto de las reglas de la democracia como sistema válido de convivencia política.

Habrá una nueva sintonía entre Biden y Francisco, pero habrá un punto de tropiezo en el aborto y las políticas de género que impulsa la vicepresidenta Kamala Harris.

Contrariamente al continente europeo, los Estados Unidos constituyen una de las sociedades más religiosas del mundo, pero los norteamericanos otorgan la primacía a su religión civil que es la democracia. La unidad religiosa como coronación de la unidad política hace tiempo que dejó de estar entre las aspiraciones de los fieles cristianos, excepto en ciertos minúsculos colectivos integristas.

Debido a algunas actitudes pastorales audaces, a su fuerte crítica de los vicios del capitalismo real y a su opción preferencial por los pobres, el Papa ha sido destinatario a su vez de una severa oposición por parte de quienes ejercen una suerte de policía de la ortodoxia, y ha sido acusado incluso de injerencia en materias ajenas a su jurisdicción y aun de traición a la propia misión de la Iglesia (por ejemplo cuando lo muestran celebrando ceremonias paganas en los propio jardines del Vaticano). Este dato muestra que sigue siendo bastante importante en su propia comunidad eclesial la sensibilidad de quienes continúan sosteniendo premisas que se sitúan por encima no ya del magisterio pontificio sino de la propia fe.

Más allá de la Iglesia católica, algunos indicios denuncian que la guerra ideológica al tándem Biden-Francisco puede llegar a ser importante. Los grupos terroristas ultraderechistas que resistieron la derrota de Donald Trump están presentando la idea del supremacismo blanco como una victimización del pueblo americano que corre un riesgo inminente de ser anulado nada menos que en su identidad, en los grandes valores fundamentales legados por los Pilgrim Fathers y los Founding Fathers que no son otros que los que han construido la grandeza de América, esa nueva tierra de redención.

*Director académico del Instituto de Cultura (ICC) y profesor de la Universidad Austral