Rubias, sádicas y torturadoras: Ravensbrück, el campo nazi donde el horror estuvo a cargo de mujeres

Internacionales
Lectura

A la hora de hablar de mujeres nazis, las emociones oscilan entre el horror y fascinación.

Desde Hermine Braunsteiner, la llamada "yegua de Majdanek", hasta Irene

A la hora de hablar de mujeres nazis, las emociones oscilan entre el horror y fascinación.

Desde Hermine Braunsteiner, la llamada "yegua de Majdanek", hasta Irene

Grese, bautizada como la "bestia hermosa", las historias sobre mujeres rubias y sádicas en uniformes de la SS siempre han generado interés.

El tema inclusive ha logrado ganarse un lugar en el campo de la ficción.

Un memorial en el campo de concentración Ravensbrück. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

Un memorial en el campo de concentración Ravensbrück. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

BANER MTV 1

La novela El lector, del alemán Bernhard Schlink, que luego fue convertida en una película protagonizada por Kate Winslet, es tal vez el ejemplo más visible.

En el museo memorial de Ravensbrück, el mayor campo de concentración destinado íntegramente a mujeres, ven este fenómeno de cerca.

"Los visitantes hacen muchas preguntas acerca de las mujeres que trabajaron en los campos, no tanto sobre los hombres", le explicó a la BBC Andrea Genest, la directora del museo.

"A la gente no le gusta pensar que las mujeres son capaces de tanta crueldad", agrega como corolario.

Hermine Braunsteiner, conocida como la "yegua de Majdanek", fue una guardia nazi que mataba a patadas a los presos en los campos de concentración de Ravensbrück y Majdanek. Foto: Archivo Clarín

Hermine Braunsteiner, conocida como la "yegua de Majdanek", fue una guardia nazi que mataba a patadas a los presos en los campos de concentración de Ravensbrück y Majdanek. Foto: Archivo Clarín

Se estima que Ravensbrück, ubicado al norte de Alemania, llegó a alojar 120 mil mujeres prisioneras de toda Europa. Muchas de ellas eran integrantes de la resistencia u opositoras políticas al nazismo.

También había mujeres que el régimen había designado como "inapropiadas" para la vida social que buscaban instalar, desde judías y lesbianas hasta trabajadoras sexuales y mujeres sin hogar.

Al menos 30 mil mujeres murieron allí. La cámara de gas y la horca fueron los métodos de ejecución más usados, pero también hubo muertes por hambre y enfermedades.

Al igual que en tantos otros campos de concentración, las sobrevivientes contaron historias terroríficas de las guardias, que en este caso eran todas mujeres.

Restos del campo de concentración de Ravensbrück pueden verse en el sitio memorial. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

Restos del campo de concentración de Ravensbrück pueden verse en el sitio memorial. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

El terror como salida laboral

"Se necesitan mujeres saludables entre 20 y 40 años para trabajar en una instalación militar", se leía en el aviso que salió en un diario alemán en 1944. Entre los beneficios prometidos estaba el de tener un buen salario, además de alojamiento gratuito y ropa.

Lo que no se menciona en el aviso es que la "ropa" son uniformes de la SS, y que la "instalación militar" es el campo de concentración Ravensbrück.

Según las investigaciones históricas, muchas de las mujeres que se sintieron atraídas por estas oportunidades pertenecían a las clases sociales más bajas. Muchas habían abandonado la escuela, y tenían pocas chances de empleo.

Las viviendas pertenecientes a las guardias de Ravensbrück que aún permanecen en pie. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

Las viviendas pertenecientes a las guardias de Ravensbrück que aún permanecen en pie. Foto: Christophe Gateau/dpa-Zentralbild/dpa

Trabajar en un campo de concentración ofrecía mejor paga y menor esfuerzo que hacerlo en una fábrica.

Al mismo tiempo, muchas de ellas habían sido indoctrinadas desde muy jóvenes para abrazar la ideología nazi. Al tomar un trabajo como este, sentían que apoyaban la sociedad en que vivían y luchaban contra los enemigos del país.

Si bien las construcciones que alojaban a las prisioneras ya fueron todas demolidas, en el lugar aún quedan en pie las ocho residencias que se construyeron para las guardias.

Allí vivían, algunas con sus hijos. Tenían balcones desde donde podían ver un lago y un bosque en el horizonte. Pero desde sus dormitorios también veían las filas de prisioneras encadenadas y las chimeneas de las cámaras de gas.

En las fotos del museo se las ve sonrientes y tomando café dentro de las viviendas. Hay otras en donde se las ve caminando tomadas del brazo por el bosque.

Todo parece relativamente inocente, hasta que uno nota la insignia de la SS en la manga.

El búnker de castigo de Ravensbrück. Foot: Archivo

El búnker de castigo de Ravensbrück. Foot: Archivo

Se estima que hubo 3500 guardias mujeres en todos los campos de concentración nazi, y todas comenzaron en Ravensbrück.

Muchas luego terminaron en algunos de los lugares más emblemáticos del horror nazi, como Auschwitz y Berger-Belsen.

"Eran gente horrible. Probablemente les gustaba porque les daba una sensación de poder. Algunas prisioneras fueron brutalmente golpeadas por estas mujeres", explicó a la BBC Selma van de Perre, una mujer holandesa que fue encarcelada en Ravensbrück.

Concluida la guerra, solo 77 de estas mujeres fueron llevadas juicio. Y dentro de ese grupo, hubo muy pocas condenas.

Las que volvieron a sus vidas previas alegaron que las habían engañado y no sabían nada de lo que estaba pasando. La mayoría se casó y nunca más volvió a hablar del tema.

Hubo, sin embargo, una mujer que se atrevió a hablar. Se trata de Herta Bothe, una guardia condenada y liberada por los británicos tras unos pocos años detenida.

Pocos años antes de morir, en 1999, declaró en una entrevista que no se había equivocado en nada en cuanto a su conducta personal.

"Era un campo de concentración, y no había nada que yo pudiera hacer para cambiar algo. Si no, terminaba adentro yo. Mi error fue haber entrado ahí", afirmó.

Su excusa, sin embargo, no se condice con lo que se supo después sobre la dinámica de esos campos. Según testimonios recogidos por historiadores, hubo casos de mujeres que llegaron al campo, y en cuanto se dieron cuenta de lo que pasaba, renunciaban.

Se les permitía irse sin ninguna represalia.

A la hora de explicar el porqué de lo que pasó, Selma van de Perr recurre a una idea que ha circulado ampliamente a la hora de pensar las razones del horror del nazismo.

"Creo que eran mujeres comunes haciendo cosas diabólicas. Es algo que puede pasarle a mucha gente, aún en Inglaterra. Creo que puede pasar en cualquier parte del mundo".

Redacción Clarín con información de BBC News

ap