Precios sin plan: ¿Por qué fracasan los controles K?

Economia
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Nadie dirá nada nuevo si habla de la dislocada carrera de los precios, de cómo sacude los bolsillos flacos de quienes viven de un ingreso fijo ni tampoco si martilla con

las gastadas medidas que el Gobierno ensaya todo el tiempo. Y más que un gran aporte a la cátedra sería un error afirmar que ahí tenemos uno de los clásicos ajustes del neoliberalismo: lleva el sello de un frente político supuestamente nacional y popular.

Existe de todo en ese mar de cifras en las alturas, incluso algunas poco difundidas. Por ejemplo, la trepada del costo de los materiales de construcción que, semejante a un pacman, va comiéndose a la llamada inversión en ladrillos, una antigua alternativa al dólar paralelo que también cumple el papel de refugio contra la espiral inflacionaria.

Según la última estadística del INDEC, en 2020 el costo de los materiales aumentó nada menos que un 64,4%, lo cual ya induce a pensar que ahorrar en casas y departamentos empieza a ser una veta demasiado cara. O que está agotándose: en 2019, el mismo termómetro marcó 50,6%. Y qué decir luego sobre el sueño de la vivienda propia, del cuarto para los chicos o del histórico déficit habitacional.

Hay varias maneras de medir el 64,4% de los materiales. Una es el 36,1% del índice de precios al consumidor; otra, el 42,1% que arrojó el rubro alimentos y una más, si se prefiere, pasa por el empinado 57% de la carne y el 58% de las verduras. Lejos quedó el 40% del tipo de cambio oficial, esto es, una flor de devaluación que en otro contexto habría servido para mejorar la frágil competitividad externa de la producción nacional.

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Otra vez rondando el fondo de la tabla, las jubilaciones perdieron feo contra el costo de la canasta básica de alimentos: 35,3% versus 45,5%. Y otra vez campeón de campeones, el dólar paralelo saltó 111% desde comienzos del año pasado, 94 puntos más que durante 2019, el período previo a la asunción de Alberto Fernández-Cristina Kirchner.

Lo notable, aunque nada extraño aquí, es que la inflación y sobre todo la de 2020 hubiese pasado de largo el 30% pese a un derrumbe de la economía calculado en el 11% y a pesar, también, del congelamiento de las tarifas de gas y electricidad: 0,6% en el año, informa el capítulo del índice que las representa. Apretado, el costo del transporte público de pasajeros anota un modesto 20%.

Queda claro entonces que, además de dislocada y violenta, estamos ante una estructura de precios cargada de distorsiones donde gravita el factor inercial, de aquellos precios retrasados que buscan recuperar posiciones y de los adelantados que buscan no perderlas. Todo desordenado y siempre apuntando para arriba.

Obviamente, los precios no se mueven solos. Pero está a la vista qué pasa cuando no hay un plan antiinflacionario articulado y cuando la gestión se limita a meter controles sobre controles, a intervenir en los mercados o llanamente a prohibir. Es decir, el menú heterodoxo que el kirchnerismo acostumbra aplicar sin que tenga un modelo o, si se quiere, sin un modelo previamente organizado.

Dice un ex ministro de Economía bien distante del neoliberalismo: "Uno puede ser heterodoxo, porque no se puede dejar todo librado al mercado, pero si no cuidás las cuentas fiscales, ni las combinás con medidas monetarias y cambiarias estás perdido. Siempre hace falta apelar a los recursos que la ortodoxia ha experimentado y aceptar que la economía tiene sus reglas".

Tampoco hay manera de manejar y hacer jugar algún papel económico serio a la tasa de interés cuando la inflación se mueve en la zona del 30% largo, hasta del 50% anual. "¿Dónde ponés la tasa ahí y dónde la ponés si querés que sirva, por ejemplo, para mantener el dólar a raya?", se pregunta y de hecho se contesta el ex ministro.

Un caso de una especie parecida surge del relevamiento que el Banco Mundial hizo hace un par de años, entre unos 140 países. La conclusión: ninguno con una inflación mayor al 20% anual crecía.

El promedio de más bajas que subas dice que la Argentina no crece desde 2011, o sea, que retrocede y que además atrasa. Peor todavía: en el acumulado de los últimos tres años cae alrededor del 16%. ¿Y qué cuenta la inflación?: cuenta que en ese período hemos acumulado un 200% redondo, impresionante y destructivo.

Ahí tenemos Coronavirus y muchísimo más que Coronavirus. Y si miramos hacia atrás, veremos un avance implacable de la decadencia, aunque por cierto despareja. Gobierne quien gobierne.

Este telón de fondo muestra clarito dónde se encuentra hoy la economía, y contornea las pretensiones de algunos informes oficiales. Como es sostener que la industria está recuperando los niveles previos a la pandemia, aunque la propia UIA afirma que todavía estamos 2,3% abajo de febrero.

Un foco ampliado agrega que el sector ha retrocedido 17% desde 2018, o sea, en apenas tres años. Y que ocupa menos trabajadores que en 2009, o sea, que hace once años.

Para mayor abundancia, el INDEC cuenta que la construcción acumula 28 meses seguidos barranca abajo y que el comercio, mayorista y minorista, ha caído en 27 de los últimos 29 meses.

Un dato del mismo cuadro: contra diciembre de 2019 se han perdido 238.000 empleos de los registrados, en blanco. Adicional y llamativo, porque se supone que los despidos estaban prohibidos.

Salta claro, por donde se mire, que si estamos ante algún rebote económico resulta imperceptible. Y que no mueve el amperímetro.

Vale entonces aflojar un poco la euforia de quienes hablan de un notición, en las vísperas de las parlamentarias octubre y cuando se conocerá el PBI del segundo trimestre. Como compara con la caída del 19% de 2019, pegaría un salto grande.

Por eso del contexto, puede ser también un salto con mucho de estadística y poco de aquellas cosas que le mejoran la vida a la gente. Como el empleo, los precios y los salarios.