A propósito de Federico Monjeau: apuntes de un editor sobre un maestro y compañero muy poco común

Espectaculos
Lectura

Keith Jarrett cierra el álbum Budapest Concert, grabado en el Béla Bartók National Concert Hall de la ciudad húngara durante su último tour, en 2016 con Answer Me. El tema

fue compuesto en 1952 por el compositor alemán Gerhard Winkler y el cantante austríaco Fred Rauch, interpretado maravillosamente por Joni Mitchell en su álbum Both Sides Now, del año 2000, y mientras lo escucho recuerdo la noche que vi tocar al genial pianista estadounidense en el Teatro Colón.

Para la segunda parte, un poco menos accidentada que la primera, Federico Monjeau, que murió, a los 63 años, en este irónico 23 de enero declarado Día del Músico, se vino a sentar en la butaca vecina a la mía. Ahí estábamos los dos: él, uno de los periodistas y tal vez el crítico musical más notable que haya tenido la Argentina; yo, su “editor”, por obra y causa de esos disparatados caprichos que a veces tiene esta profesión que cruzó nuestros caminos.

Recuerdo, con vergonzoso orgullo, que aquella noche Fede y yo dialogamos sobre el concierto como si fuéramos pares. Un gesto, el suyo, que repetido a lo largo de estos 12 años que compartimos en la redacción de Clarín sintetizaba toda su generosidad y grandeza.

Federico Monjeau, un cultor de la conversación amable y atenta, en la que el disenso era un condimento esencial para enriquecerla.

Federico Monjeau, un cultor de la conversación amable y atenta, en la que el disenso era un condimento esencial para enriquecerla.

BANER MTV 1

Alguna vez, cuando se preparaba para entrevistar, una vez más de las tantas, a Daniel Barenboim, se me ocurrió sugerirle que le preguntara por su hijo David, productor de hip hop. Su respuesta fue una invitación a que fuéramos los dos, junto a Pablo Gianera, al encuentro del director y pianista. “Vos preguntás cosas que yo no sé preguntar”, me dijo, con la convicción de quien estaba esgrimiendo un argumento demoledor. Como sonaba en él todo aquello que sostenía con convicción. 

Federico Monjeau tenía la virtud de hacer desvanecer la barrera imaginaria que imponía su condición de “académico” de número. Escuchaba los relatos y reflexiones más banales con la curiosidad de quien está descubriendo una nueva dimensión del universo. Así le estuvieras contando la historia de tus padres inmigrantes, tu opinión sobre la puesta de Wozzeck de Marcelo Lombardero en el Teatro Coliseo o alguna ocurrencia de tu hija de 9, su atención transmitía un respeto que te hacía sentir que siempre estabas a la altura.

“Un maestro, cero snobismo… Un crack”, me dice nuestro compañero Patricio Féminis desde el WhatsApp. Ni más ni menos. Casi sin que te dieras cuenta, de cada intercambio con Fede te quedaba algún nuevo aprendizaje, que tal vez descubrías horas, días o meses después.

Al apreciar alguna obra, al leer algún texto, al pensar en torno a alguna cuestión artística, política o futbolística, a la hora de meterle dedos al teclado para escribir acerca de un concierto, un disco o lo que fuera, aparecía de pronto eso que te había transmitido sin que lo notaras.

Alguna vez, no hace mucho, su irrenunciable apuesta a la responsabilidad y la honestidad frente a la complacencia, lo expuso a un golpe por la espalda. Ese día entendí definitivamente el valor que Fede le daba a la amistad; y el dolor y enojo que le provocaban la injusticia y la traición. 

Va a ser raro, el día que volvamos a la “vieja normalidad”, si es que eso alguna vez ocurre, ver su escritorio vacío en la redacción. Ojalá hayamos aprendido algo de tanto. Al fin de cuentas, pocas veces uno tiene el privilegio de trabajar día a día al lado de uno de los mejores. Nosotros pudimos darnos ese lujo. Gracias, Fede. Te vamos a extrañar.

E.S.