“Me mandé una macana”, la frase más usada por femicidas

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El lenguaje no es casual y la liviandad con la que expresan su accionar, es el fiel reflejo de una violencia constituida culturalmente.

Al pasar, a testigos, a familiares o frente

El lenguaje no es casual y la liviandad con la que expresan su accionar, es el fiel reflejo de una violencia constituida culturalmente.

Al pasar, a testigos, a familiares o frente

a la policía. “Me mandé una macana”, la frase que culmina con el peor final para una mujer víctima de violencia de género. Parece casualidad, pero no lo es.

Femicidas, ensañados con aquel “cuerpo” que no pueden tener, confiesan los femicidios como si fuera un error que a cualquiera pudiera pasarle.

Los casos en los que asumen el brutal crimen con estas palabras no escasean.

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En las últimas horas conocimos el femicidio Ivana Módica. También el de Tres Arroyos, donde Fabiana Suita fue asesinada por su ex pareja, Javier San Román, de una puñalada tras haberla invitado a almorzar para “recomponer” la relación. Luego de cometer el crimen, habló con el hermano de la víctima yle confesó: “me mandé una macana”.

El caso de Ursula Bahillo también nos interpela sobre estas cuatro palabras que se repiten a lo largo de los años con el mismo escenario, el femicidio.

Julio, 2018. Miguel Damián Ortiz no tenía antecedentes penales, pero la familia de Yésica Noguera, quien fue su víctima, habla de la violencia que ella sufrió mientras vivió con él.

Sus celos enfermizos no toleraban, entre otras cosas, que Yésica hablara con el padre de sus hijos. Una discusión por este tema terminó en el femicidio de Yésica. Un tío del femicida recibió una llamada donde le confesó: “Tío, me mandé una macana”. Ocultó su cuerpo en una heladera.

Febrero, 2018. “Me mandé una macana”. Otra vez las nefastas palabras que Walter María Gómez pronunció horas más tarde a la policía, luego de degollar a su ex pareja, Graciela Molina Fernández, en la puerta del edificio donde vivía.

Enero 2017. La cuñada de Daniela Antonella Sánchez recibió un llamado de su hermano en el que le confesaba que era buscado por la policía. Al ingresar a la vivienda, encontró a la joven de 25 años asesinada de dos puñaladas y a su hija de 2 años que estaba sentada en un sillón, testigo del brutal escenario. El hecho se produjo en Mar del Plata y todavía buscan al presunto asesino. En esa llamada, el femicida confesó haberse “mandado una macana”.

Febrero 2014. El hecho ocurrió en Punta Alta. Luego del crimen, el homicida despertó a sus hijos, los llevó a la casa de un familiar y les contó lo que había hecho. Sergio Soria, un panadero que asesinó esa madrugada de varias puñaladas a su pareja, María Silva, mantuvo una discusión por una supuesta infidelidad. “Me mandé una macana”, dijo cuando se entregó en la comisaría.

Septiembre 2009. “Me mandé una macana”, dijo Federico Nicolás Schinpf, quien por ese entonces tenía 20 años. Fue detenido tras degollar a su suegra y a su novia en Remedios de Escalada. De acuerdo a dichos policiales, el imputado dijo “maté a mi suegra”. Dos hijos y hermanos de las víctimas lograron salvarse del ataque tras esconderse y salir por los techos.

Las víctimas Alicia Susana Hadad, de 51 años, y Gisela Patricia Baltazar, de 23, murieron en el ataque y fueron identificadas como la suegra y la novia del doble femicida.

Las historias se repiten. Cambian las víctimas pero la frase continúa ahí, latente, como si se hablaran de “errores” que a cualquiera pudiera pasarle. Cuando buscamos una explicación del por qué estos femicidas hablan de “mandarse una macana” como niños que rompieron un vidrio mientras jugaban a la pelota, la psicóloga especialista en Género Cintia González Oviedo es contundente: “Al escuchar esta frase, lo primero que se me ocurre es la cosificación de la víctima, que es una pertenencia del femicida, del que él dispone. Ese estatus no termina con la muerte de la mujer que es una persona con derecho a vivir sino que es algo menor. La frase viene del lunfardo y según la definición de la RAE, habla de un hecho o situación que produce incomodidad o disgusto. No refleja criminalidad ni asume responsabilidad frente a un delito que atenta contra lo más preciado: la vida.

Desde el discurso se habla de la des-responsabilización subjetiva que va de la mano con el circuito de violencia de culpar a la víctima, de que es ella la que provoca esa situación y que él en realidad se pasó de punto al matarla”.

Esa liviandad viene impuesta culturalmente: “El femicida siempre responsabiliza a la víctima de lo que le sucede o de sus arrebatos o si la golpea. Ella lo lleva a ese punto. Pero no ocurre solo con el femicida, sino que también hay toda una cultura que dice “pero la mujer hizo tal cosa” o “se vistió así” o “lo volvió loco”. Al hombre se le justifica muchísimas cosas, hay toda una cultura que justifica más las acciones negativas de los hombres que de las mujeres. Las mujeres somos las culpables. También pasa en los ambientes familiares. La mujer por eso también entra en un círculo vicioso y, muchas veces, viene de círculos familiares donde no se fomentó la autonomía de la mujer”.

Por qué es una “macana”. No podemos dejar de cuestionarnos el por qué de la palabra. ¿Por qué con la muerte, como punto máximo de una violencia ejercida sistémicamente? “El femicida se mandó una “macana” porque se pasó de punto. La macana es que llegó a la muerte, pero nunca hay un replanteo de los golpes o de la violencia anterior, esa está justificada”.

La macana es la responsabilidad, las consecuencias de una violencia “legitimizada”: “Ahora él va a tener consecuencias que no tiene en general cuando es violento. Cuando simplemente golpea es difícil que, más allá de las acciones que puede hacer la mujer, si es que lo llega a denunciar, tenga una consecuencia real por su conducta”.

Alcanzó con recorrer los portales de diferentes medios para entender esta violencia. Apenas hace 9 años se titulaban como crímenes pasionales. La violencia de género: “en general está aceptada por la mujer, por la cultura y en no menos de 20 años era considerado un delito doméstico y privado, que quedaba entre el hombre y la mujer. Venimos arrastrando todo esto y lo podemos leer en esta frase”.

*Cintia Gonzalez Oviedo, directora de Bridge The Gap.