La inflación está tan fuera de control como las vacunas

Economia
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Medio oculto en el último Presupuesto Nacional, hay un caso que es una rareza mundial fuerte y otra muestra del disloque económico argentino: el Gobierno proyectó las tasas de inflación de

2020-21-22 y 23 con un "desvío", hacia arriba o hacia abajo, de 4 puntos porcentuales. Sin hurgar entre los países desarrollados, acá cerca tenemos un metro para medir la magnitud de semejante margen de error autoconcedido: el gap casi empata al 4,5% que anotó el índice de precios anual de Brasil; pasa de largo a los 3-3,1% de Chile y México y duplica o poco menos que duplica al 2 de Perú y al 2,2% de Paraguay.

Puesto más claro, el "desvío argentino" equivale o supera por mucho a los registros que países comparables al nuestro tienen en un año completo.

Con los cuatro puntos incorporados, la pauta inflacionaria de 2020 se estiró del 32 al 36% y le pegó en el palo al 36,1 que marcó la estadística del INDEC. Ningún acierto del ministro Martín Guzmán, se trata al fin de tasas altísimas, sextas en el ranking mundial, tal cual ocurre con la proyección del 29% planteada para 2021 o del 33% computando el "desvío".

El año arrancó con un 4% en enero y alrededor del 3,5% en febrero; juntos reducen a menos del 1,8% mensual el techo que permite mantenerse en la zona del 29% anual. Añadidos, tenemos 5,6% en el índice mayorista y 15% en el acumulado desde noviembre, o sea, un par de cifras potentes que son indicios sobre futuros aumentos en bienes que integran el llamado costo de vida y un combo que compromete, incluso, a la meta estirada de 2021.

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Pieza central de la película, la canasta alimentaria básica que determina la crítica línea de indigencia anotó 4,6% durante el primer mes del año y 44% para el acumulado desde enero de 2020. Y si vamos hacia productos del mismo universo, dentro del índice de precios al consumidor veremos, todavía en ascenso, a los impresionantes 57,7% anual de la carne; al 54,3% en verduras y a un 81,5% en frutas.

Tanto número de un saque puede abrumar, y seguramente abrume, pero los datos y sobre todo si son del INDEC tienen la virtud de lo concreto y de representar cosas bien concretas sin demasiadas disquisiciones. Como sucede con la imparable escalada en el costo de los materiales de construcción, que puede hablar de un retraso relativo previo contra otros precios, reflejar los movimientos de una inversión alternativa al dólar y, finalmente, postergar otra vez el siempre vivo sueño de la casa propia.

La estadística del INDEC canta allí 5,9% en enero, después del 64,4% anual de 2020 y del 50,6% también anual de 2019, esto es, nada menos que 162% en apenas dos años y un mes. Previsible y anunciado, la construcción empezó a aflojar.

Hay bastante más para este boletín, pero la primera tanda ya cuenta lo mal que la están pasando los bolsillos de la población y le pega, de plano, a las necesidades y aspiraciones básicas de quienes ocupan los escalones inferiores en la pirámide de ingresos. Nada igualitario ni políticamente gratis, por cierto.

¿Y cómo y con qué herramientas enfrenta el Gobierno un panorama económico-social que lejos de mejorar tiende a agravarse, que lo golpea donde más le duele y cuando, con un año largo en la Casa Rosada, se le deshilacha el argumento de la herencia macrista? No lo enfrenta de la mejor manera, precisamente: anda a los tumbos, sin plan ni imaginación ni conductor claro, desordenadamente y para colmo todo el tiempo cruzado de internas.

De ese mundo confuso es que Guzmán luzca a menudo más parecido a un comentarista que al jefe de Economía que formalmente es y que, aún así, la tenga muy fea en su entorno. Bastó que sin mayores precisiones asimilara la inflación a un fenómeno macroeconómico para que, trascartón, el cristinismo le cuestionara que no hubiese puesto en el centro de las culpas a los denominados formadores de precios, esto es, que omitiese su interpretación lisa y llana del fenómeno.

Dos expresiones más del mismo descontrol. Una refiere a los centenares de militantes de las organizaciones sociales, que responden a funcionarios ajenos a Economía y que salieron, y volverían a salir, a vigilar precios y existencias en los supermercados. La siguiente es la amenaza de clausuras que una funcionaria cercana al gobernador Kicillof, cristinista también, les zampó a un grupo de empresas líderes de la alimentación.

Otro frente de batalla abierto a varias puntas ancla en el ajuste de las cuentas fiscales.

Un foco está colocado en las tarifas de la electricidad y el gas: apremiado por subsidios que el año pasado crecieron 92% y montaron a $ 323.000 millones, el ministro empuja un aumento que oscila entre 30 y 40%; Cristina Kirchner dice menos de 10%. Acoplado a una disputa que de hecho involucra al propio Presidente corre el ruido que desparrama la magnitud del guadañazo que caerá sobre los $ 500.000 millones que, en 2020, se fueron en los planes Covid de emergencia social y laboral: Guzmán los borró del Presupuesto de 2021.

Y si algo le falta a semejante zafarrancho es que Amado Boudou esté bajándole línea al ala hostil del cristinismo. No le falta, en realidad: eso pasa hace tiempo, aunque se sepa y él sepa que Alberto Fernández no lo quiere bien.

Una asociación salta cantada luego, entre esto que sucede con la gestión económica y algo que hoy mismo arde en otros ámbitos del poder.

Pregunta: ¿dónde reinan también el desorden, las idas y vueltas y la imprevisión; dónde resulta ostensible la falta de un plan y de un director que dirija de verdad en lugar de una orquesta descoordinada, cuando no dislocada, y dónde suena un relato gastado cada vez menos útil para tapar la realidad?

Respuesta: obviamente, todo eso pasa con el manejo de la pandemia. Y peor, si hablamos de los escandalosos, oscuros y extendidos vacunatorios vip.

El paquete completo explica, al menos en parte, que en el 2020 de la pandemia el PBI argentino hubiese sido el que más cayó en la región, después del de Perú, otro nido de bandidos seriales: 10 y 11%, respectivamente. La lista corta sigue con el 8,5% de México, el 6,9 y Colombia y el 6% de Chile. En Brasil, el bajón se redujo a un 4%.

Medido por habitante, el Producto Bruto retrocedió al nivel de mediados de los ´70, de hace 50 años. En picada, la inversión está en el punto más bajo de la serie del INDEC que arranca en 2004. El salario real se desplomó un notable 20% en los últimos tres años y el consumo privado, su pariente directo y el motor de la economía argentina, declinó al 62% del PBI, 8 puntos porcentuales menos que el 70% de años muy cercanos.

Desde este subsuelo que es decadencia pura y atraso puro, que es más desigualdad social y pobreza, se medirá cuántos votos vale el repunte del 6-7% que proyectan las consultoras y, mejor, si la gente lo percibe. O cuánto vale contra una inflación que las mismas consultoras estiman entre 40 y 45%. O qué pasa con los dos millones de puestos de trabajos que siguen perdidos, de los 3,2 millones que se perdieron en el segundo trimestre de 2020.

Por de pronto, el oficialismo ya ha decidido jugar fuerte con aprietes y controles de precios, más algunos aumentos salariales o de ingresos por decreto. Más el viejo recurso de atrasar el reloj del dólar y todo reforzado en las vísperas de las elecciones.

Hay, sin embargo, una variable decisiva que por ahora anda suelta y al garete. Está en la capacidad, el volumen y la velocidad de vacunación que surge del manejo de la crisis, por ahora visiblemente limitadas y sometidas a los desbarajustes en la gestión del Gobierno.