El oficialismo, lejos de los consensos y sin un mensaje político claro

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Las políticas de Estado deben contar con dos elementos centrales para dar lugar a su existencia: consenso y tiempo. A diferencia de las políticas de Gobierno que son capitalizadas por la

gestión que las implementa, las políticas de Estado trascienden una presidencia pero cuentan con el aval de oficialismo y oposición, al menos esta última, en su gran mayoría.

El gobierno de Alberto Fernández tiene serios problemas para recrear una política de Estado. Incluso, respecto de un flagelo que debiera facilitar la búsqueda de consensos como lo es la pandemia. El problema es que el Presidente inició la lucha contra el coronavirus como una política de Estado –foto junto a Horacio Rodríguez Larreta- pero a los pocos meses, Cristina Kirchner mediante, se embarcó en una pelea con la oposición para imponer la agenda judicial de la vice en busca de impunidad. Y rompió lazos con quien el Instituto Patria considera el principal enemigo del oficialismo, Larreta, a quien le recortaron $65 mil millones en plena pandemia y avisándole cinco minutos antes. 

En un país serio, no la Argentina, Fernández hubiera convocado en marzo de 2020 a su antecesor, Mauricio Macri, para establecer un “paraguas” sobre la discusión política y las chicanas y ver de qué manera comprar la mayor cantidad de vacunas posibles. Estaba claro que los contactos internacionales de Macri -una de las pocos resultados positivos de su gestión- le sumarían a Alberto F. cuyos vínculos eran los que le aportaba Cristina con Rusia, China, Venezuela y Cuba. Pero nada de eso ocurrió.

Tampoco le permitió a las provincias obtener dosis y el Ministerio de Salud se arrogó la prerrogativa de la compra de vacunas. Recién ahora dice que ninguna provincia está impedida de comprar. Pero ya es tarde, porque los laboratorios tienen una sobre demanda. ¿Tendría el Instituto Patria pánico de que Larreta consiguiera más dosis y lo capitalizara políticamente? Es probable.

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La última vez que la Argentina utilizó el concepto de “política de Estado” y de “paraguas” para dejar de lado diferencias políticas fue en la cuestión Malvinas. Pragmático, como lo es el peronismo en su esencia, Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella pusieron bajo un “paraguas” la discusión de soberanía y avanzaron en materia de cooperación pesquera, científica, en el desminado, en el regreso de los familiares de los soldados argentinos caídos en las islas en la guerra de 1982, y en otras áreas.

Está claro que Felipe Solá está muy lejos de ser Di Tella, ya sea por audacia o por expertise; tampoco Alberto Fernández es Menem. El riojano era el líder indiscutido del peronismo, y cuando Eduardo Duhalde, su vice, tuvo discrepancias con la política del Gobierno, Menem le ofreció una salida decorosa y, apenas una año y medio después de secundarlo, Duhalde se fue como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Algo muy distinto a la relación de poder entre Alberto y Cristina.

“Alberto es más parecido a Menem en cuánto al perfil, más conciliador, dialoguista. Por eso, al igual que el Turco, debería tener un gabinete de ministros con volumen político y él reservarse la última palabra. Y no replicar el esquema de poder de Néstor Kirchner, cuya personalidad era mucho más contundente pero también avasallante”, reflexiona un dirigente oficialista.

Las limitaciones para establecer una política de Estado –porque si la convoca Alberto F. es probable que después la dinamite Cristina- se entremezclan con la deficiente comunicación política.

Al mismo tiempo que el ministro Eduardo "Wado" de Pedro les planteaba a los diputados de Juntos por el Cambio una propuesta de integrar una comisión para monitorear la pandemia, con la idea de sacar la política sanitaria de la discusión electoral –algo que además le conviene al Gobierno- el Presidente, enojado, tildaba de “imbéciles” y “miserables” a sectores críticos al Gobierno. ¿La idea era que la propuesta prosperara o se cayera?

Por eso Juntos por el Cambio salió a poner reparos. Sospechan que con la creación de una comisión el Gobierno busca compartir el costo político de una mala campaña de vacunación, no sólo por la falta de dosis sino por los escándalos de funcionarios y militantes que se inocularon sin pertenecer a ningún grupo de riesgo, algo que en la Ciudad no ocurrió.

No existe en el Gobierno una comunicación política clara, un relato que haga percibir a la sociedad que el Frente de Todos es un bloque homogéneo. Muy por el contrario, lo que desde el oficialismo intentan explicar como “una pluralidad que enriquece”, en verdad hacia fuera se traduce en incertidumbre -meter miedo- y en una interna por el poder.

Incertidumbre porque no se sabe quién manda. O cómo debe leerse que desde el FMI –Alejandro Werner, funcionario para la región- hayan afirmado que hay “diferencias significativas de opinión dentro de la alianza política del presidente Alberto Fernández” sobre cómo negociar la deuda, en clara alusión a lo que pregona el ministro Martín Guzmán –metas de inflación, recorte de subsidios, actualización de tarifas, control de salarios, reducción del déficit fiscal- y lo que prefiere Cristina Kirchner –congelamiento, subsidios y aumento para volcarlo al consumo, persecución de las empresas para que no aumenten los precios-, que ha prevalecido.

Las afirmaciones desde el FMI en momentos en que el ministro de Economía está de gira por Europa para intentar convencer a los países miembros del FMI y obtener más beneficios en la negociación con el Fondo, es un baldazo de agua fría y lo desacredita. “Por qué no dejamos que vaya a negociar la deuda Cristina con Kicillof y listo, así no quedan dudas y blanqueamos la situación”, ironizó un legislador del FdT.

También se observa una interna de poder porque no queda claro quién comanda la política sanitaria, si Carla Vizzotti, la ministra de Salud de la Nación, o su par bonaerense, Daniel Gollán en tándem con su segundo, Nicolás Kreplak. Un día después de grabar un mensaje desde la quinta de Olivos y anunciar las nuevas restricciones, Gollán pedía medidas más severas.

Incluso durante el fin de semana, mientras Vizzotti señalaba que era “preocupante” el aumento de contagios y explicaba que las medidas adoptadas eran mínimas, Gollán, que responde directamente a Cristina, alertaba que a este ritmo el sistema de salud podía “colapsar en cualquier momento” y hasta cuestionó lo dicho por el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, quien abrió la puerta para que las provincias pueda comprar vacunas.

El  problema reside en que la palabra del Presidente pierde peso y ya no causa el mismo efecto. Por el contrario, cualquier funcionario bonaerense puede desacreditar a Alberto Fernández o a cualquier ministro del gabinete nacional. Pero lo paradójico es que el gobierno porteño, de otro color político, respeta más los lineamientos de la Casa Rosada en materia de Salud que la propia provincia, del mismo color político.