Otra vez Oriente Medio en llamas: la disparatada guerra del status quo entre Israel y los palestinos

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Otra vez los choques y los muertos, las balas y bombardeos entre Israel y palestinos sin que nadie advierta hoy, como tampoco sucedió antes, que estos pueblos, no su

dirigencia, están por igual asediados por una orga desestabilizadora mucho peor que todo el mal que el mundo ha visto en esos territorios.

Ese enemigo es el status quo. La defensa persistente por parte de los líderes de ambas veredas del estado de las cosas, que no debe admitir la menor modificación porque de él se aprovechan y han vivido y sobrevivido sus dirigentes.

Un ejemplo es la noción ya muy raquítica de una solución de dos Estados para resolver esta crisis. Esto es, la edificación del ausente Estado Palestino junto al de Israel fundado en 1948, un año después de la partición del territorio apartado por Gran Bretaña en los acuerdos con Francia en el reparto de los fragmentos nacionales del Imperio Otomano.

Pero la alternativa de la solución de dos Estados se encuentra agotada. No hay dónde construir el que falta si es que no se produce una improbable desocupación de los cientos de miles de colonos judíos que, con apoyo de las FF.AA. israelíes, han tomado enormes porciones de las tierras palestinas de Cisjordania.

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En Holon, en Tel Aviv, los destrozos. Foto AFP

En Holon, en Tel Aviv, los destrozos. Foto AFP

Incluso, lo más probable es que frente a esta situación de callejón, como señalan analistas de mirada aguda como Daniel Kupervaser, es que en algún momento ese pueblo desarme la Autoridad Palestina y se entregue al país vencedor, es decir Israel, que al anexar esos territorios, como exige la dirigencia ortodoxa y derechista del país, deberá nacionalizar a sus habitantes compartiendo judíos y árabes la misma ciudadanía.

O discriminarlos, lo que desintegraría la condición democrática y republicana de Israel y que se manifiesta ya por momentos por las denuncias de un apartheid en progreso al estilo del drama racial sudafricano. Ese dilema, cuya solución es lo único que podría resolver este encierro, mantiene vivo el status quo, ni para adelante ni para atrás, solo ahí, donde todo está, sin profundizar.

Lo reflejan con claridad los dirigentes, como el presidente palestino Mahmud Abbas, que ha suspendido in eternum las elecciones nacionales, las primeras desde 2006, en medio de la debilidad abismal de su partido Al Fatah. Abbas pretextó para esa notablemente grave decisión, que Israel no garantiza la posibilidad de votar a los palestinos en Jerusalén Oriental.

Las estrategias

Esa deformación también la sostienen intereses aún más mezquinos, de las minorías extremistas de los dos bandos que suelen coincidir en la misma estrategia de inmutabilidad de las cosas como socios en el cataclismo.

La crisis actual ha surgido de pronto, por una controvertida sino curiosa decisión del gobierno en funciones de Benjamín Netanyahu de prohibir las reuniones y oraciones de los palestinos en la Puerta de Damasco, en Jerusalén, en pleno mes santo musulmán del Ramadán.

Esa acción se generalizó poco a poco en enfrentamientos dentro y fuera del casco histórico de la Ciudad Vieja. El menú se agravó con la decisión simultánea de un desalojo de palestinos de un barrio de Jerusalén Este y la autorización para una marcha de ultraortodoxos judíos que gritaron muerte a los árabes en su paso por la zona.

El grupo ultraislámico Hamas, una organización que desde el control de la Franja de Gaza también defiende el status quo alimentado constantemente a los halcones del otro lado, no demoró en montarse en la crisis. Lo hizo con la rutina del lanzamiento impune de cohetes letales a las ciudades israelíes, cargados de municiones como clavos, tornillos o vidrio molido, con lo que dio un motivo necesario para justificar los bombardeos israelíes y aparecer como los mártires del pueblo palestino.

La ordalía de esos ataques de Hamas, que este martes golpearon Tel Aviv y Ashkelon causando al menos tres muertos y varios heridos, generaron el escenario propicio de lo que ya es una crisis bélica.

Todos sucede, y es importante no perder de vista este punto, en medio de una tensión política única en Israel. Netanyahu acaba de fracasar en su intento de formar gobierno, una meta central que le serviría para evitar la cárcel por las causas de corrupción en su contra, que en estas horas entran en la etapa de la presentación de evidencias.

El presidente Reuven Rivlin acaba de llamar, por lo tanto, al opositor Yair Lapid, crítico durísimo del premier, para que emprenda esa tarea con plazo máximo hasta junio. Pero esta violenta erupción en la región deja a este político centrista sin mucho campo de maniobra. Difícilmente, con ese trasfondo, logrará mantener a aliados como la Lista Árabe Unida de Mannour Abbas, un israelí árabe, o al ultraderechista Naftali Bennett, cruciales para lograr mayoría.

De modo que todo puede terminar en que no haya un nuevo gobierno y se deba llamar otra vez a elecciones. Es decir que Netanyahu siga un tiempo más en el poder, eluda a la justicia y gane otra oportunidad, así, de mantener el estatus quo.