Cepo a la venta de carne al exterior: de la sintonía fina a una medida que destroza la bonanza exportadora

Economia
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Otra vez sopa. Otra vez la carne. Pareciera que la economía argentina (y también la política) se menea al compás del patrón bife. El cierre de las exportaciones por un

mes revive el pecado de la carne, con el que convivimos desde nuestros orígenes.

El primer cuento argentino es “El Matadero”, de Esteban Echeverría, escrito entre 1838 y 1840, en plena dictadura de Rosas. Una proclama contra el caudillo bonaerense, tan vinculado a la ganadería y los saladeros donde la carne se charqueaba.

El Matadero relata que una inundación complicó el abasto de carne a la Gran Aldea, y que la población estuvo al borde de una revuelta por el ayuno forzoso.

Desde entonces, el romance de nuestra sociedad con la carne fue pasto de epopeyas circulares. Una de esas tribulaciones que, por su recurrencia, nos sumen en una amarga imagen de decadencia intelectual.

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No vamos a recorrer toda la historia. Solo digamos que cuando este país se organizó, en torno a la Constitución de 1853, pudo llevar adelante su primer negocio vinculado al mundo. Llegaron los colonos, se organizaron las colonias, las chacras, las estancias. Vinieron los toros británicos, que se cruzaron con las vacas cimarronas, un salto fenomenal de calidad.

Tellier había inventado el buque frigorífico, así que la carne ya no necesitaba ser charqueada para que se conservase. Se pasó de los saladeros a los grandes frigoríficos exportadores. Los animales refinados necesitaban pasturas cultivadas. “Alambren, no sean bárbaros”. En pocos años la carne argentina invadía la Inglaterra de Dickens, de donde venían aquellos toros fundadores.

Y al mismo tiempo, toda la sociedad fue asumiendo que la carne vacuna era prácticamente un derecho adquirido. Poco a poco, se fue generando una tensión creciente entre consumo y exportación. Las políticas públicas fluctuaban entre la necesidad de divisas, y el deseo de complacer a toda la sociedad con carne buena y barata. El patrón bife comenzaba a regirnos.

Ahora la tensión se convirtió en conflicto. Encima, la política y las internas del Gobierno metieron la cola, en el medio de la fenomenal crisis económica. Veamos.

La irrupción de la República Popular China en el mercado internacional de la carne abrió una caja de Pandora. Es un extraordinario acontecimiento, porque todo lo que produce la Argentina se encontró de golpe con el apetito insaciable de mil millones de chinos y sus vecinos asiáticos.

Cuando el mercado “natural” eran los países europeos, sumamente proteccionistas, solo se exportaban los cortes de alto valor (lomos, bifes anchos y angostos), para atender la gastronomía fina. Hoteles y restaurantes. Y aquí quedaban los asados. Eso determinaba que cuando los frigoríficos bien instalados, que eran los que conseguían la “cuota Hilton”, estaban de temporada, el consumo interno conseguía asados y otros cortes a precios accesibles.

Pero China se lleva de todo. Y de todos. Ya no es el puñado de frigoríficos tradicionales el que exporta (y solo los cortes finos), sino que se habilitaron muchos otros. No había por qué restringirlos. Pero de pronto se empezaron a ir muchos cortes que antes quedaban para el consumo local. No solo los asados, sino buena parte de las vacas de descarte que antes terminaban en “la mesa de los argentinos”.

El resultado económico del apetito chino fue la bonanza de las exportaciones, que saltaron de 500 millones de dólares hace cinco años, a 3.000 millones el año pasado. Aplausos. Necesitamos divisas.

Hasta que apareció otro “evento”: ya no era un negocio de viejos y nuevos frigoríficos exportadores, sino de nuevos operadores que encontraron la tajada del desdoblamiento cambiario. La tentación era grande: comprar ganado, hacerlo faenar “a fazón” en algún frigorífico habilitado, y venderle la carne en dólares a un abastecedor chino. Y solo traer una parte de los dólares, subfacturando el valor exportado. El resto queda afuera.

El Gobierno se dio cuenta, y los exportadores tradicionales también, que veían crecer la demanda de hacienda motorizada por la nueva bicicleta.

El Ministerio de Agricultura adoptó una decisión: ponerles precios mínimos a los cortes. Pero no fue suficiente. Como no lo fue la cantidad de carne que comprometieron los frigoríficos del consorcio ABC, a pedido del Gobierno, para abastecer los programas de precios populares.

El tema estuvo en agenda en el viaje a Europa del presidente Alberto Fernández y su ministro de Economía Martín Guzmán. El asesor presidencial Gustavo Béliz había conversado con expertos del sector, quienes le sugirieron medidas que habrían de contener la exportación de cortes baratos. Así como los precios mínimos cortaban la posibilidad de subfacturar, aplicar derechos de exportación sobre ciertos cortes (lo que no le gusta a nadie) iban a volcar más oferta de carne al mercado interno. Cirugía fina frente a la necesidad de operar.

Pero al regreso de la comitiva, se encontraron con que el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, había recibido la instrucción de cerrar las exportaciones. ¿De quién? De quien cada día más abiertamente pretende ingerencia en las grandes decisiones económicas. Tiene las patillas de Rosas, pero de ganadería no entiende mucho. Entró al matadero con un hacha.

Para más datos, se apellida Kicillof. Con K.