Adiós a un capítulo de horror: hace 30 años, en Sudáfrica se abolía el apartheid

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Hace 30 años, el 30 de junio de 1991, dieciséis meses después de que Nelson Mandela, recuperara la libertad, tras una condena a cadena perpetua, el último presidente sudafricano blanco, Frederik

Willem de Klerk, abolió el apartheid.

Un año antes, los negros recuperaban la igualdad ante la ley luego de un calvario de casi cincuenta años. Y apenas dos años después, en 1993, Nelson Mandela que ya había recibido el premio Nobel de la Paz por su compromiso con los derechos humanos, se convertía en el primer presidente negro de Sudáfrica, cargo que ejercería hasta 1994.

El partido político que representaba, el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) se convirtió así en el partido gobernante, un poder político que aún conserva.

Nelson Mandela, 27 años detenido.
Nelson Mandela, 27 años detenido.

Hasta entonces, todo había sido una pesadilla muy diferente. Los blancos nativos de Sudáfrica, menos del 20% de la población, tenían el control del país, sancionaban leyes para sí mismos y tenían en sus manos el rumbo de la economía basado en dos pilares, la explotación agrícola y la explotación minera. El 80% restante de la población eran los negros, relegados a los sitios más humildes de la sociedad, sin voz ni voto, confinados en los “bantustanes”, los ghettos urbanos periféricos.

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Hasta que una masacre en la que murieron 566 chicos negros que defendían su derecho a estudiar inglés en la escuela, cambió el rumbo de la historia. Y el Soweto se hizo oír…

Comienzo del fin del apartheid

En 1974, el gobierno sudafricano redactó el Decreto Medio de Afrikáans, que obligaba a los chicos negros a estudiar las materias escolares en inglés o afrikáans (un derivado local del holandés heredado de los primeros colonos blancos). Sin embargo, en la práctica no sucedía así.

Esa ley era letra muerte en Soweto, el “Bronx” de los negros sudafricanos en donde el inglés no era el idioma escolar. Y contra lo que pudiera imaginarse, en este suburbio del oeste de Johannesburgo, los negros querían estudiar inglés -sabían que eso les daría un futuro laboral más próspero-.

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Las Torres de Soweto fueron parte de una central eléctrica; hoy, icono del barrio negro más famoso.

Idéntica situación habían vivido los nativos argelinos bajo los 135 años en que Francia dominara los destinos de su colonia en el norte de África: la escolarización en francés sólo estaba reservada para los colonos, no para los argelinos musulmanes, ni tampoco para los judíos.

Impecable represión con lógica: la lengua porta cultura y es dadora de identidad; el primer paso para la toma de conciencia de los derechos ciudadanos. Nadie pudo jamás igualar el imperialismo romano, que había sido muy otra cosa: trazar caminos y enseñar el latín por todo el orbe; esencial para despegarse de los “bárbaros”.

Así las cosas, boicots, huelgas y desobediencia civil no fueron escuchados. El malestar crecía entre los callejones y cuando una modificación de la nueva ley otorgó a los estudiantes blancos el derecho a elegir libremente en qué idioma querían recibir sus clases (siempre inglés o afrikáans), todo explotó.

Bajo lemas del estilo "abajo el afrikáans" o "si aprendemos afrikáans, que Vorster aprenda zulú" unos 10.000 negros se manifestaron el 16 de junio de 1976, en su propio barrio, el Soweto.

Lo que sucedió es fácil de imaginar. La masacre de Soweto, la represión armada contra los negros hizo que Naciones Unidas proclamara el 16 de junio como Día Internacional de la Solidaridad con el Pueblo en Lucha de Sudáfrica.

Y luego, muchos hitos fueron trazando la historia. El abogado y activista Nelson Mandela, ya muy conocido desde la Campaña del Desafío de 1952, estaba preso desde 1962, acusado de sedición. Sin embargo, la ola anti-apartheid ya era imparable. Frederik Willem de Klerk tenía los días contados y los afrikáners se preguntaban cómo habían llegado hasta este punto.

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La masacre de Soweto, el 16 de junio de 1976.

Pasado colonial

Los primeros colonizadores que arribaron a Sudáfrica fueron portugueses. Exterminaron a los khoikhoi y san (bosquimanos) que habitaban la región, fundaron un poblado que luego se transformaría en Ciudad del Caboy allí se quedaron hasta que aparecieron los neerlandeses, en 1652, que a su vez se quedaron con todo lo que había, y se expandieron aún un poco más.

A fines del 1700 también asomaron los británicos, hicieron frente a los Boers (granjeros), como se llamaba a los descendientes de los holandeses y comenzó una nueva lucha entre todos para ver quién se quedaba con las tierras.

En 1806 ganaron los británicos. Los Boers se replegaron fundando otras colonias en el interior, pero terminaron perdiéndolas en 1910, cuando nació la Unión Sudafricana. Sin embargo, sus descendientes, los afrikáners, conservaron algunos privilegios frente a los nativos negros. Y a pesar de ser minoría se impusieron cada vez más.
Así nació el apartheid

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Heridas abiertas.

En 1948, el Partido Nacional (que, 300 años más tarde, agrupaba a los descendientes blancos de colonos holandeses y británicos) ganó las elecciones –con el voto exclusivo de los blancos, los únicos que tenían derecho a votar--. Y apareció un nuevo vocablo, convertido en ley: apartheid, un término derivado del afrikáans que significaba “cualidad de separar”.

De a poco, el apartheid se convirtió en un sistema de gobierno regido por leyes racistas que sólo beneficiaban a los blancos.

El vínculo sentimental y el matrimonio entre personas de diferente color de piel estaban absolutamente prohibidos. En las escuelas, hospitales, lugares de trabajo, negocios, transportes, los bancos de plazas y parques, las playas e incluso los baños públicos, negros y blancos debían estar rigurosamente separados.

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El Museo del Apartheid y la prisión de Robben Island, recuerdos de un pasado muy triste.

A tal punto, que hasta 1986 los sudafricanos negros estaban obligados a salir de sus casas llevando consigo el “dompas”, un pasaporte interno, que los autorizaba a circular por la vía pública. Así, las vidas de blancos y negros corrían paralelas, pero nunca se cruzaban. Y desde luego, la de los blancos era mucho más feliz, a todas luces superior.

Ese estado de cosas era tan vergonzoso, que el sistema del Apartheid comenzó a cuestionarse internacionalmente, bastante tardíamente, por cierto.

El Commonwealth (la Mancomunidad de 54 naciones que fueron ex colonias británicas) expulsó a Sudáfrica de la agrupación en 1961. La respuesta del Partido Nacional fue endurecer su postura, multiplicando sanciones, opresión y arrestos contra toda la población que no fuera blanca.

Un año más tarde, Nelson Mandela comenzaba a cumplir su condena a prisión perpetua. Pasó por tres cárceles, pero la de Robben Island se terminó convirtiendo en hito y atracción turística.

Con ingreso separado para “blanco” y “no blanco” el Museo del Apartheid, en Johannesburgo, permite reconstruir desde el ingreso esos años negros de la historia sudafricana.

Si bien el apartheid fue legalmente suprimido hace 30 años, en Sudáfrica hay cicatrices y divisiones aún abiertas. Según datos de FAO, el 79,4% de sus tierras se destina a pasturas y cultivos, pero el 72% de las plantaciones agrícolas siguen en manos de blancos, que hoy son solamente el 7,8 % de la población. Hay 27% de desempleo y se concentra en la población negra. El 55, 5% de la población está debajo de la línea de pobreza. Sudáfrica es el mayor productor mundial de platino, oro y cromo.