El trauma de los chicos de Gaza en retratos

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Con las escuelas cerradas debido a la guerra, el coronavirus y la pausa del verano, los chicos de la Franja de Gaza tienen poco para mantenerse ocupados mientras

target="_blank" data-cke-saved-href="https://www.clarin.com/mundo/-gaza-prision-cielo-abierto-grande-mundo-cura-argentino-cuenta-horror_0_skdMWIm1A.html" target="_blank" href="https://www.clarin.com/mundo/-gaza-prision-cielo-abierto-grande-mundo-cura-argentino-cuenta-horror_0_skdMWIm1A.html"> se abren paso entre los escombros. La mayoría son pobres. Y el pronóstico no es bueno. Aquí, su trauma en pequeños retratos.

Suzy Ishkontana se aferra a sus juguetes y ropa nuevos, pero sobre todo a su padre.

Durante horas, estuvieron separados bajo los escombros de la casa de su familia. Ahora no puede soportar estar separada.

Han pasado más de dos meses desde que los equipos de rescate sacaron a la niña de 7 años de las ruinas, con el pelo enmarañado y polvoriento y la cara magullada e hinchada. Únicos supervivientes de la familia, ella y su padre habían oído los gritos cada vez más débiles de sus hermanos enterrados cerca.

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La madre de Suzy, sus dos hermanos y sus dos hermanas -de 9 a 2 años- murieron en el ataque israelí del 16 de mayo en la densamente poblada calle Al Wahda de la ciudad de Gaza. Las autoridades israelíes afirman que el objetivo de las bombas eran los túneles de Hamas; murieron 42 personas, entre ellas 16 mujeres y 10 niños.

Suzy y su papá, tras ser liberados bajo los escombros, hace más de dos meses. Foto: AP

Suzy y su papá, tras ser liberados bajo los escombros, hace más de dos meses. Foto: AP

En total, 66 niños murieron en la cuarta guerra contra la Franja de Gaza, la mayoría por bombas israelíes de precisión, aunque en un incidente Israel alega que una familia murió por cohetes de Hamas que no alcanzaron su blanco.

Y luego hay innumerables otros que, como Suzy, llevan las cicatrices.

"Mis hijos que murieron y mi esposa están ahora en un lugar seguro y no hay preocupación por ellos, pero mi mayor temor es por Suzy", dice su padre, Riad Ishkontana.

Este artículo, que forma parte de una serie sobre los costos de cuatro guerras en Gaza a lo largo de trece años, fue producido en colaboración con el Pulitzer Center on Crisis Reporting.

Más de la mitad de la población ya vivía en la pobreza antes de que la pandemia y la guerra acabaran con más puestos de trabajo en Gaza.

Las secuelas


Algunos de los chicos están irritables, dicen sus padres. Algunos se orinan de noche, tienen miedo de estar solos o sufren terrores nocturnos, signos de trauma, dice el Dr. Yasser Abu Jamei, director general del Programa Comunitario de Salud Mental de Gaza.

Pero sólo hay un psiquiatra infantil autorizado para el millón de niños de Gaza, que conforman algo menos del 48% de la población, dice Abu Jamei.

Para recuperarse, afirma, los niños necesitan sentir que el acontecimiento traumático que han vivido ha terminado y que la vida vuelve a la normalidad.

Estos niños viven en un lugar en el que el estruendo penetrante de los aviones de guerra, los temblores de los ataques aéreos y el zumbido de los drones armados son sonidos familiares, incluso en tiempos de alto el fuego. Donde, cuando estalla la guerra, no hay lugar seguro y donde cuatro guerras y un bloqueo han paralizado la vida en los últimos trece años.

En Gaza, dice Abu Jamei, "la vida nunca vuelve a la normalidad".

En las horas que él y su hija pasaron atrapados entre los escombros, Riad Ishkontana recuerda haber oído a su hija mayor, Dana, de 9 años, y a su hijo menor, Zain, de 2, llamarlo: "Baba, baba". Más tarde, Suzy le diría que podía sentir a Zain bajo los escombros.

Antes de la guerra, Suzy era una niña independiente, que iba a la escuela caminando con Dana y recogía frutas y verduras de la tienda de la esquina para su madre.

Ahora, le cuesta hablar con sus familiares o despegarse del celular y pasa horas jugando videojuegos, deteniéndose a mirar páginas web relacionadas con el ataque. "Es casi como si, al perder a su madre, hubiera perdido la vida y la capacidad para enfrentarse a la vida y la gente", dice Ishkontana.

Cuando Ishkontana sale a hacer algún recado, Suzy llora e insiste en acompañarlo: teme perderlo a él también. La llevó a la tumba de su madre; ella llevó una nota escrita a mano.

"Mamá", escribió, "quiero verte".

Batool y Qasim


La explosión destrozó a la familia al-Masri. Y dejó a un hermano y una hermana pequeños destrozados.

Todo ocurrió en un instante, alrededor de las 6 de la tarde del 10 de mayo. La familia al-Masri estaba cosechando trigo en un campo en Beit Hanoun, junto a su casa, con vista a la frontera de Gaza con Israel. Los niños -primos, hermanos, hijos del vecino- jugaban mientras los adultos se preparaban para romper el ayuno de un día en el mes sagrado musulmán de Ramadán.

Batool al-Masri, 14. Foto: AP

Batool al-Masri, 14. Foto: AP

Como siempre, Batool al-Masri llevaba en brazos a su primo Yazan, un niño de apenas 2 años. "Lo mimaba las 24 horas del día", dice el padre de Batool, Mohammed Atallah al-Masri.

Luego, una explosión.

No está claro si el cohete fue lanzado por Israel o por Hamas. Pero en un instante, ocho personas murieron, incluidos seis niños.

Yazan se desangró delante de Batool. Ella trató de salvarlo, ignorando las heridas de sus piernas y pelvis.

El hermano de Batool, Qasim, de 8 años, resultó herido en la cabeza, al igual que otros hermanos, entre ellos Hammoudah, de 22 años, que perdió un ojo.

Qasim sobrevivió, pero su mejor amigo y primo, Marwan, de 7 años, no. Habían sido inseparables, incluso en la escuela, dice al-Masri. El único hermano de Marwan, Ibrahim, de 11 años, también murió.

También murieron la hermana de Batool y Qasim, Rahaf, de 10 años, y su hermano Ahmed, de 21 años, al que le faltaba una semana para casarse.

El ataque "cambió completamente" a Qasim, dice su padre. El chico habla solo. A la noche, lo paraliza el miedo y no se levanta de la cama para ir al baño.

Batool se ha vuelto irritable, llora a menudo y de noche está aterrorizada, despertándose cada 20 o 30 minutos. Tiene poco apetito.

"Lo que vieron fue aterrador", dijo al-Masri. "Eran niños inocentes".

Maya y Oday 

Era el primer día de la fiesta musulmana del Eid en mayo. En lugar de jugar con sus nuevos juguetes, los niños de Abu Muawad corrían por su vida.

Los ataques aéreos llegaron sin previo aviso. Su madre -embarazada de ocho meses- y sus cuatro hijos, de 3 a 11 años, huyeron de su casa, situada al norte de Gaza, justo antes de que fuera destruida.

Oday Abu Muawad, 6. Foto: AP

Oday Abu Muawad, 6. Foto: AP

En el caos, Maya Abu Muawad se separó de su madre. Sola y asustada, fue trasladada en una ambulancia hasta un lugar más seguro. Durante 15 minutos, estuvo encerrada en el vehículo con un moribundo y un niño herido, su vecino.

Pasaron seis horas antes de que Maya se reuniera con sus padres.

Su hermano menor, Oday Abu Muawad, de 6 años, nunca antes había experimentado la guerra. Estaba aturdido por las escenas de caos y muerte, el sonido de los ataques aéreos.

Antes de la guerra, Maya era confiada e independiente. Le gustaba que le cepillaran el pelo, no soportaba que se le ensuciara la ropa y le gustaba usar anillos.

Ahora, la familia vive en una escuela gestionada por la ONU con otras familias desplazadas. Maya pregunta repetidamente cuándo volverán a casa, pero su padre Alaa Abu Muawad, que trabaja como conductor, no tiene dinero para reconstruirla.

La mayoría de las veces se queda sentada sola y prefiere pasar el tiempo hablando por teléfono, escuchando canciones o viendo videos en TikTok, cualquier cosa para escapar de la realidad, dice el padre.

"Si le pide algo a su hermano y no se lo da, simplemente llora y grita. Todo en ella... no es mi hija de antes. No es Maya", dice Abu Muawad.

Antes de la guerra, Oday siempre sonreía y bromeaba con la gente. Prefería jugar con niños más grandes y sentarse con los adultos, dice su padre.

"Ahora, ve a los niños jugar en la televisión y pregunta: '¿Por qué no podemos jugar como ellos?’" dice Abu Muawad. "No sé cómo responder, qué decirle".

Y de noche, a menudo se despierta gritando.

​Lama

Cuando estalló la guerra de 2014, Lama Sihweil, de 14 años, y su familia huyeron de su casa de Beit Hanoun cuando el ejército israelí la invadió, uniéndose a unos 3.300 palestinos hacinados en la escuela Abu Hussein, gestionada por la ONU, en el campo de refugiados de Jabaliya.

Mientras dormían, los proyectiles israelíes caían sobre la escuela y la calle. Tres de los primos de Lama, de 14, 16 y 26 años, estuvieron entre los 16 muertos de ese ataque. La guerra de 2014 se cobró más de 2.100 vidas palestinas en Gaza.

Lama Sihweil, 14. Foto: AP

Lama Sihweil, 14. Foto: AP

Siete años después, la afligen los recuerdos: de gritos en la oscuridad; de búsquedas frenéticas de seres queridos; del hedor de la sangre y los escombros.

"Si uno se sienta con ella, parece estar bien", dice su padre, Thaer Sihweil.

"Pero si uno trata de hablar con ella, no puede expresarse. Por el miedo que tiene, es incapaz de comunicar lo que hay en su corazón", dice.

Después de la guerra, sus calificaciones bajaron. Salía del aula sin permiso del profesor. Se volvió olvidadiza. El miedo y la ansiedad eran constantes.

Este año, la guerra llegó de nuevo. Lama, su madre, hermanos, tías y primos estaban durmiendo en casa de su abuela cuando cayeron más misiles israelíes. Las paredes de la casa se derrumbaron; la familia corrió gritando por las calles, pisando fragmentos de vidrio, metal retorcido y cables eléctricos hasta llegar al hospital más cercano.

Ahora, Lama tiene miedo de salir sola. Cada noche se aferra a sus padres.

Y no hay escapatoria; a Lama y sus hermanos les encantaría ir a la playa por un día, pero la guerra le costó el trabajo a su padre. No tiene 40 shekels (12 dólares) para llegar a la costa de Gaza.

Youssef


Cuando Youssef al-Madhoun oye el ruido de los petardos o una puerta metálica que se cierra con fuerza, se aterroriza. Reaparece la guerra.

Youssef al-Madhoun, 11. Foto: AP

Youssef al-Madhoun, 11. Foto: AP

Youssef, su hermano y sus padres huyeron de su casa a última hora de la tarde del último día de Ramadán, cuando sonaron las primeras ráfagas de fuego israelí. Pensaron que estarían más seguros en la casa de su bisabuelo, en un barrio más poblado de Beit Lahia, en el norte de la Franja de Gaza.

Al anochecer, el barrio se vio envuelto en un bombardeo. Una familia de seis miembros fue aplastada por el peso de un edificio a pocos pasos de donde se encontraba la familia al-Madhoun. Su casa y otras cercanas se derrumbaron parcialmente o se desmoronaron a su alrededor. Un tío y su esposa murieron.

La familia huyó de nuevo a la casa de otro abuelo.

Antes de la guerra, Youssef se destacaba en la escuela y hablaba de llegar a ser médico algún día. Ahora, dice su padre, Ahmed Awad Selim al-Madhoun, tiene miedo de dormir de noche, de salir solo de casa. Deja la puerta abierta cuando está en el baño.

Esta fue la tercera guerra de la corta vida de Youssef. Lo ha dejado aterrorizado e inseguro.

Elien

Elien al-Madhoun aún no había nacido cuando su padre perdió su casa en la guerra de Gaza de 2014. Por ser chica, no entiende del todo la vida y la muerte.

Pero en mayo, gritó al oír los ataques aéreos y los bombardeos en Bait Lahia, en el norte de Gaza, dice su padre, Ahmed Rabah al-Madhoun.

Elien al-Madhoun, 6. Foto: AP

Elien al-Madhoun, 6. Foto: AP

Intentó protegerla de las conversaciones sobre la guerra y mantenerla ocupada con juegos. Pero los primos mayores, acurrucados a su alrededor, hablaban abiertamente de "ataques aéreos, misiles y mártires porque nada se oculta a los niños".

Nueve personas murieron en el barrio, entre ellas algunos familiares.

"Cuando hay nueve casas completamente destruidas una al lado de la otra y mi hija ve eso, no puede entender lo que ha pasado", explica.

Su padre dice no saber qué le depara el futuro.

"Envidiamos a las personas que han sido asesinadas y han vuelto a Dios. Las envidiamos porque conocen su futuro", dice. "Pero aquí, sólo esperamos nuestro turno. Nuestros hijos, nuestras madres, nuestros padres, nuestros hermanos, estamos aquí esperando nuestro turno."

Abdullah

Desde hace años, Abdullah Srour vive en constante estado de miedo. Ha sobrevivido a cuatro guerras en Gaza, y con cada una de ellas crece su miedo, su inseguridad.

Abdullah Srour, 16. Foto: AP

Abdullah Srour, 16. Foto: AP

Cuando tenía 9 años, la habitación donde dormía en el campo de refugiados de Jabaliya fue alcanzada por un misil, cuenta su madre, Amal Srour. La familia huyó en pijama a una escuela gestionada por la ONU para buscar refugio, pero, cuando llegaron a la escuela, esta también había sido afectada. Vieron gente asesinada y animales muertos en la calle.

Abdullah pasó cuatro años en terapia. Con el tiempo, empezó a disfrutar de los amigos y a salir más de casa, dice su madre.

Luego llegaron mayo y la cuarta guerra.

La familia se quedaba despierta toda la noche, hacinada en una habitación, rogando sobrevivir. Excepto Abdullah, que se negó a quedarse en la casa familiar, situada en el piso superior, y durmió en la planta baja de la casa de su abuela hasta que se anunció el alto el fuego.

Abdullah también vio cómo una familia de seis miembros -un padre, una madre embarazada y cuatro hijos- moría aplastada bajo los escombros de una casa que había pertenecido a su abuelo durante esta última guerra. Permaneció entre los escombros mientras los equipos de rescate sacaban los cuerpos.

Ahora la más mínima cosa, incluso una inyección en el consultorio del médico, lo hace entrar en pánico. Se come las uñas constantemente. No le gusta estar sentado más de 10 minutos en un mismo lugar, rara vez sonríe y duerme junto a su madre, al lado de sus hermanos mucho más pequeños.

"Después de esta guerra", dice su madre, "tiene los comportamientos de un niño de 5 años".

Thaim

Durante mucho tiempo, la infancia de Thaim Abu Oda estuvo protegida y fue agradable. Hacía viajes con su padre y su hermano pequeño a una piscina cercana, a la playa y a las pocas zonas de juego disponibles en Gaza; sus padres tienen ingresos fijos y viven en el corazón de la ciudad de Gaza.

Thaim Abu Oda. Foto; AP

Thaim Abu Oda. Foto; AP

Pero durante once días de mayo, la vida del niño estuvo devastada por la guerra, el aterrador estruendo de los aviones de combate sobre su cabeza y las bombas que sacudían el barrio.

Dejó de comer. Perdió más de 5 kilos. Tiene el rostro demacrado y se le marcan las costillas. También perdió el sueño, sobre todo después de saber que su abuelo había sobrevivido a un ataque aéreo contra su edificio y estaba hospitalizado por problemas respiratorios.

Cuando la guerra terminó, los padres de Abu Oda lo llevaron a ver a un terapeuta. Después de tres sesiones y semanas después de que comenzara el alto el fuego, volvió a tener apetito y su peso empezó a aumentar.

Todavía teme los ruidos repentinos y tiene muchas preguntas sobre los sonidos que escuchó durante la guerra, pero sus padres dicen que parece estar en vías de recuperación. Sin embargo, les preocupan los efectos a largo plazo de la guerra en su personalidad y en su futuro en Gaza.

Los autores son periodistas de Associated Press

Traducción: Elisa Carnelli

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