El Gobierno ahora está detrás de la fantasía de encontrar el precio del "dólar-confianza"

Economia
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Es sentencia remachada, entre analistas digamos independientes, que la reactivación es reactivación de la verdadera y de la que importa si unos cuantos hechos fuertes la prueban y, sobre todo, si

la gente la percibe en cosas concretas de su vida. Dicho de otra manera, no bastan unos puntos más en la estadística ni alcanzan ciertos ejercicios estadísticos, para largarse a batir el parche con que la recuperación de la economía ya está lanzada.

Algo de eso pasa hoy con las conclusiones, medio sesgadas e interesadas, que se agitan después de cruzar los últimos datos oficiales disponibles de estos meses con sus pares del año pasado, o sea, comparándolos con aquellos que quedaron hundidos bajo los efectos de la pandemia y de una cadena de restricciones y una cuarentena interminables. Ningún hallazgo matemático, los resultados del juego dan necesariamente lo que deben dar: saltos considerables si se los lee como el Gobierno, en plan electoral, pretende que se los lea.

Un ejemplo es la construcción, donde el 52% del último mayo reporta un crecimiento impresionante solo porque compite contra el igualmente impresionante rojo del 50% de mayo de 2020. Con los signos también invertidos, un caso semejante aparece en el 30 y el 25% de la industria y otro, en el más 23 versus el menos 21% que se anotan para el comercio mayorista y minorista. Se trata de tres sectores que sumados representan un tercio del PBI y cuyos números, vistos en plan digamos tranquilo, no muestran al fin grandes diferencias.

Aún así, el cuadro cambia, cambia bastante o directamente empeora si el foco se pone en mayo de 2019 y en mayo de 2018. Entonces, tenemos todo el tablero de color rojo o rojo profundo: en la construcción, menos 22 y menos 25% respectivamente; de 2 a 9% en la actividad industrial y del 3 al 13% en el comercio. Son bajones y más que bajones, porque se registran respecto de dos años recesivos y porque la conclusión que sigue advierte que en este panorama no asoman rastros de repuntes.

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¿Y qué significa, luego, que en 2021 el PBI pueda crecer alrededor del 6,4% según la última, mejorada estimación del Fondo Monetario? Significa, en principio, que se estaría a 3,5 puntos porcentuales de recuperar el 9,9% que la economía perdió el año pasado. También, que ni siquiera quedaríamos al nivel de 2019.

Es obvio que mucho no se le puede pedir a una economía que vuela tan bajito cuando no se arrastra, tal cual lo prueba una de esas cosas que faltan y de verdad pueden cambiarle la vida a la gente.

Es justamente lo que sale de un informe del Ministerio de Desarrollo Productivo basado en datos de la AFIP. Muestra que pese a la mejora aunque leve de este año, las cifras del empleo asalariado privado registrado, es decir, en blanco, cantan 244.600 puestos de trabajo menos que en abril de 2019. Un número grande, en un espacio donde si se quiere está lo mejor del mercado laboral argentino.

El relevamiento dice, también, que sólo Tierra del Fuego y Santa Cruz zafan de la caída; que Buenos Aires, Córdoba y la Ciudad Autónoma están en el medio de la tabla y que en Mendoza el derrape llega al 8,9%.

Sin mencionar ningún tipo de avance reciente, datos ahora del INDEC revelan que entre el cuarto trimestre de 2019 y el primero de este año 491.000 asalariados no registrados, en negro, quedaron fuera del sistema. O sea, afuera de un mundo de salarios bajos, sin aportes jubilatorios, ni cobertura de salud ni seguro por desempleo y donde el riesgo de quedar en la calle es cosa de todos los días. No será envidiable, pero es un mundo.

Ahí tenemos un impacto fuerte y directo de la crisis sobre dos pilares que, juntos y a la vez muy diferentes, aportan el 70% de toda la estructura laboral.

Más de lo mismo, el INDEC acaba de informar que en los doce meses concluidos en mayo la inflación le sacó 8 puntos porcentuales al salario promedio: 48,8 contra 40,7%.

Y si se agrega la pérdida acumulada en los doce meses previos a este registro, ya tenemos una diferencia de 13 puntos en sólo dos años. Demasiado, para la economía de la demanda que pregona el kirchnerismo.

Con tantos frentes abiertos y tanto pelotazo en contra, se entiende que cerca del Gobierno haya quienes aconsejen abandonar el cuento de la reactivación económica.

“Ya cansa de repetido, suena a poco creíble y encima no paga”, dicen.

Consejo de otros allegados, una consultora está sondeando cómo se vive la situación económica en La Matanza, en Presidente Perón, Almirante Brown y en otros partidos grandes y diversos de la Tercera Sección Electoral del Conurbano. Se explica: siempre potente en la cosecha electoral del kirchnerismo, en la Tercera hay más de 4 millones de votos imprescindibles.

Parecida y a la vez diferente es la pregunta y el testeo que hoy mandan en el Banco Central y sus adyacencias. Plantean, simultáneamente, ¿cuál es el precio del dólar- confianza y cuál, el del dólar-desconfianza? Difícil si no imposible saberlo o más bien una fantasía, cuando sobran decisiones y vaivenes del Gobierno que meten ruido todo el tiempo y que convierten a la confianza en un bien escaso y en una variable imprevisible y escurridiza.

Ahí está de prueba el viejo blue, que parecía dormido y que de repente, en dos semanas, pegó un salto del 9% como no pegaba desde diciembre. También la presión cambiaria misma, que estos días forzó al BCRA a vender alrededor de US$ 330 millones cuando todo lo que hacía era acumular reservas. Y, además, el techo del 80% que se le quiere poner a la brecha entre el contado con liquidación y el tipo de cambio oficial, aunque los políticos del gobierno y la política sólo tengan ojos para el blue que mueve expectativas y calienta o enfría el clima.

Dos datos por si hacen falta: en el legal y muy controlado contado con liqui el diferencial anda alrededor del 66% en el 77%, si la referencia es el blue.

Dicho mal y pronto y para que se entienda de qué magnitudes hablamos, la brecha cambiaria lleva implícita la ganancia que surge de no liquidar exportaciones al dólar oficial de $ 100 y vender las divisas que queden en alguno de los mercados paralelos. O comprar a 100 para cubrir importaciones que se han inflado y hacer la misma bicicleta con el excedente. Son ejemplos y al mismo tiempo casos concretos en los que el Central no gana reservas y pierde reservas.

Ninguna brecha es buena ni tolerable, se sabe, pero cuando pasa del 30% los especialistas advierten que se ha ingresado en la zona roja. Y qué decir cuando ronda, como ronda, el 70 o el 80%. Por donde se mire, aparece alguno de los paralelos que fijan una de las bandas.

“De aquí a las elecciones el Gobierno deberá lidiar con el dilema de sacrificar brecha o sacrificar reservas”, dice un analista. Esto es, convivir con los trastornos y las presiones derivadas de semejantes desajustes cambiarios o decidirse a perder divisas para evitarlos.

Una pelea del mismo tipo cruza a la inflación con el dólar oficial y deriva en un atraso cambiario creciente camino del 24 de noviembre. Es otra olla bajo presión.

Salta evidente, en la mayor parte de los casos, que la estrategia del Gobierno consiste en patear los problemas para adelante y clarísimo, también, que esos mismos problemas están sacudiéndolo en tiempo presente. Obviamente, postergarlos no significa resolverlos.