En Netflix, Jean-Claude Van Damme es El último mercenario

tiene para defenderse… una toalla.

Adivinen si los vence.

La primera vez que Jean-Claude Van Damme aparece en El último mercenario lo hace con una de sus poses características, sosteniéndose con las piernas extendidas ente dos paredes.

Van Damme tiene 60 años, pero a decir verdad, luce en El último mercenario, producción de Netflix, como si los años le hubieran venido a cobrar algo.

Famoso por sus patadas de karate súper voladoras y saltos en el aire de 360 grados, nacido Jean-Claude Camille François Van Varenberg (adoptó el Van Damme artístico de un amigo de su padre), su progenitor lo inició en las artes marciales cuando vio que su hijo era débil físicamente… Y estudió ballet clásico durante cinco años.

Y cuando llegó a Hollywood en los ‘80, sus primeros trabajos consistían en servir mesas, repartir pizzas, conducir un taxi y ser el portero de Woody's Wharf, un bar propiedad de Chuck Norris en Newport Beach.

El astro de Doble impacto, Soldado universal y Hard Target: Operación cacería no dejó de filmar, desde que la pegó, en todo sentido, en Retroceder nunca, rendirse jamás (1985). Con los años se ha tomado su actuación de una manera más relajada, y El último mercenario lo encuentra tanto como comediante como héroe de acción.

La Bruma, su personaje

Brumere, ex agente de la Célula Alfa, una unidad especial del Servicio secreto francés, se convirtió en el mercenario más reconocido. Experto en armas, pero desarmado es también infalible. Un tipo que desapareció en 1995, cuando en plena misión en Sudán -esto es, peleando- habla por teléfono con su esposa, y consigue que le den a su hijo recién nacido una pensión mensual de por vida, e inmunidad.

Y desaparece de la faz de la Tierra.

En el presente, ni que fuera James Bond, se camufla más como Ethan Hunt, el personaje de Tom Cruise en Misión: imposible, y con o sin peluca o postizos, desparrama a sus adversarios.

Pero La Bruma debe volver cuando por error le sacan la inmunidad a su hijo Archibald Al Mahmoud (que desconoce quién es su padre) y debe enfrentar al hijo del rey de Targistán (¿?), que usurpaba la identidad de Archibald para entrar a Francia y se cree Tony Montana, de Caracortada. Y también a funcionarios corruptos, que quieren vender el Big Mac (no me pregunten qué es porque sería largo de explicar).

La película tiene chistes de la Edad de piedra, tipo “si vas a la cárcel no querrás recoger el jabón”, o delicados, cuando dicen que Richard se acostó con la esposa de un funcionario y “la reventó (sic) y la dejó saciada por dos meses”.

Al margen, en el filme los fanáticos de Van Damme, que es una figura de culto en Francia, de ahí que la película se haya rodado en ese país, tienen lo que esperan de su ídolo.

Pero ¿por qué cuando pelea a patada limpia, en algunas tomas no se le ve la cara y lo hace de espaldas?

Porque ¿qué es lo que quiere ver un fan de Jean-Claude Van Damme en una película?

Y el belga hasta se permite autoelogiarse al ver un afiche de El gran dragón blanco, su segunda película como protagonista. “Ese es un hombre”, dice señalándolo, o sea señalándose a sí mismo.

Dos figuras del cine francés de otros tiempos, como Miou-Miou (Vestido de fiesta, Entre nosotras, La maté porque era mía) y Valérie Kaprisky -a casi 40 años del remake de Sin aliento, con Richard Gere- están, sí, irreconocibles. Casi como Van Damme, que desde que alcanzó fama en el cine de acción nunca retrocedió, ni jamás se rindió.

"El último mercenario"

Buena

Comedia/Acción. Francia, 2021. Título original: The Last Mercenary. 110’, SAM 13. De: David Charhon. Con: Jean-Claude Van Damme, Samir Decazza, Miouu-Miou. Disponible en: Netflix.

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