China y Estados Unidos, las órbitas de Argentina en el sistema internacional

Internacionales
Lectura

Cuando pensamos los desafíos de la Argentina en un escenario convulsionado por el ascenso meteórico chino, es menester darnos la oportunidad de concebir lecturas que nos ayuden a pensar cómo nuestro

país se enfrenta a estos retos.

En 2017 decidimos plantearnos una lectura nueva sobre las relaciones internacionales y abordarlas considerando ejemplos de la física para ayudar a graficar y visualizar los comportamientos y las características del sistema internacional.

En virtud de las limitaciones al escribir un artículo corto y para simplificar el abordaje teórico y encarar los interrogantes arriba mencionados, permitámonos pensar el sistema internacional como un sistema solar en donde los países emulan las características de un cuerpo celeste. Las unidades principales buscan ganar masa y densidad para constituirse en el núcleo del mismo -también pueden perderla y alejarse de él- en tanto que las demás orbitan -forzosamente- en torno a quienes son más masivos y densos. Nuestro país, de obvia condición periférica respecto de los Estados Unidos y China, orbita alrededor de los mismos por su impresionante poder gravitacional. Pero estas órbitas no son iguales.

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su par de China, Xi Jinping.

Una órbita tiene tres variables principales: su sentido, su distancia y su velocidad. Respecto de su sentido, ésta puede ser prógrada o retrógrada; es decir, puede acompañar la dirección de la unidad sobre la que orbita o puede ir en la dirección opuesta. En los términos que aquí nos ocupa, nuestro país puede asumir una política exterior que acompañe las directrices emanadas desde una potencia o asumir una posición revisionista. Cuando hablamos de distancia hablamos de la representación más gráfica de la relación de poder existente entre el país más poderoso y aquel que orbita a su alrededor. Cuanto más cerca se encuentre una de otra, más difícil de escapar de esa fuerza gravitacional y de ejercer políticas revisionistas; en otras palabras: más difícil de ejercer un curso de acción autónomo/soberano. Por último, la velocidad describe el conjunto de capacidades de la unidad satelizada. Mientras menos capacidades ejerza (pues no solo se trata de poseerlas), menor será su velocidad para romper con la relación gravitacional y escapar de esa relación de poder.

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En este sentido, nuestro país tiene órbitas diferentes con los países referidos. Con los Estados Unidos nuestro país estableció una órbita lenta, cercana y con vaivenes sutiles de sentido a través de una relación que lleva muchísimos años y que, en parte, asumió prógrada en su gestación cuando asumimos una constitución casi calcada de nuestro vecino hemisférico. Esta condición de vecindad comprometió naturalmente el tipo de relación que tendríamos, especialmente cuando Estados Unidos estableció la Doctrina Monroe buscando satelizar el vecindario. El desarrollo histórico de los países permitió que distancia y velocidad se vieran altamente afectadas; de forma indiscutible cuando el sistema internacional se vio imbuido en una disputa hemisférica y paradigmática durante el período que conocemos como Guerra Fría.

El caso chino reviste diferencias obvias: Nuestros países, o sus representaciones más actuales, recién establecieron relaciones en 1972 y no constituyeron una relación satelizada sino hasta mucho tiempo después. Al día de hoy nuestro país orbita sin un sentido definido, con una distancia razonable pero perdiendo velocidad.

Como nuestro país es parte de un sistema internacional en proceso de alteración y de una notoria interdependencia, las órbitas de todas las unidades se entrelazan. Por eso las variaciones en las características de una órbita también encuentran correlato en otra. En un mundo donde los países persiguen la autonomía, esta condición puede esconder un “catch 22”: una situación paradójica de la que no se puede escapar, donde la persecución de un objetivo se ve neutralizada por otro.

Argentina necesita un modelo de desarrollo que guíe la política exterior

Creemos importante entender que tanto la persecución de autonomía en términos de equidistancia como un ejercicio de bandwagoning (plegarse o alinearse detrás) en las condiciones actuales de nuestro país no sólo son fútiles sino que pueden resultar contraproducentes. Argentina carece de capacidad de ejercer poder real, de crear paquetes de energía suficiente, para producir alteraciones significativas en la forma en que orbita con estas dos potencias. Dado que el sistema internacional es un sistema ya cerrado (entendemos que no siempre fue así) es imposible pensarnos como un país libre de esta relación en la que un país orbita sobre otro. No podemos ser un planeta errante, peregrino, libre de las afectaciones propias del sistema internacional.

La equidistancia es una singularidad sistémica, un imposible. Sí puede un país revertir sus relaciones de poder, y en consecuencia quién orbita sobre quién. Claramente la probabilidad de nuestro país respecto de estas dos potencias, hoy, tiende al cero. Esto obedece a varios factores: además de las notorias dificultades para acumular y ejercer poder, nuestro país no sólo no sabe qué quiere sino que no sabe quién es. A veces se entiende como una luna, a veces se expresa como un planeta pero lamentablemente, a la vista de otros actores (y no necesariamente potencias), a veces somos una luz lejana confundida en un cinturón de asteroides. La Argentina tiene que definir cuál es su rol regional, qué importancia le otorga a su región y qué papel quiere jugar en el mundo.

“Volver al mundo” es un fraseo inconducente no sólo si no se define para qué pero fundamentalmente si no se decide cómo nos presentamos ante los otros; sin abandonar las tradiciones que la honraron en el sistema internacional (el respeto al Derecho Internacional y la contribución a su evolución, el arreglo pacífico de las controversias, la protección de los Derechos Humanos) pero sin limitarnos solamente a ofrecer bienes públicos que el mundo no demanda.

Consideramos que las políticas exteriores de los estados no se disocian ni se divorcian de sus políticas domésticas. El destino elegido para nuestro país debe ser el resultado del estudio y reflexión tanto de quienes ejercen la praxis política, como de especialistas y por supuesto, de la ciudadanía. Hay que superar péndulos ideológicos sin sentido que lo único que logran es disolver nuestra identidad y alejarnos de la idea de Nación como “proyecto sugestivo de vida en común”. Sin resolver ésto, orbitaremos lentamente, cada vez más cerca sin importar el sentido que adoptemos.

*Martín Rodríguez Ossés: Lic. en Relaciones Internacionales. vocal de la Fundación Globalizar (Mendoza, Argentina).

**Martín Pizzi: Analista Internacional. Editor Responsable de Equilibrium Global