Latinoamérica y la conspiración de vices

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"Quien se humilla para evitar la guerra, primero tiene la humillación y después la guerra”, le dijo Churchill a Chamberlain cuando aquel primer ministro regresó de Münich tras

firmar un pacto desastroso con Hitler, para evitar un conflicto que lo mismo estalló. “You chose dishonor and you will have war”, dijo textualmente, señalando el error de haber elegido el deshonor que no evitaría la guerra.

Latinoamérica observó estupefacta a un presidente que elegía la humillación para evitar una guerra política que, probablemente, sea inevitable. Incluso para los líderes amigos del kirchnerismo es difícil respaldar la solución elegida por Alberto Fernández para saldar la crisis en su Gobierno, porque tiene todo el aspecto de una capitulación. Y ningún presidente ni líder que aspire a llegar a la presidencia o regresar a ella, puede sentar el precedente de avalar lo que, en definitiva, fue una embestida vicepresidencial para someter a un jefe de Estado.

La historia está plagada de vicepresidentes que conspiraron para quedarse con la presidencia. En México, los turbulentos cinco años siguientes a la caída de Porfirio Díaz tuvieron dos vicepresidentes que urdieron intrigas golpistas. Por eso la convención constituyente de Querétaro que convocó Venustiano Carranza en 1916 abolió la vicepresidencia, describiendo a los vicepresidentes como “aves negras de nuestras instituciones políticas”.

Recuerdo la perplejidad con la que escuché a Federico Franco derramar sobre mi grabador duras críticas a Fernando Lugo. Me encontraba en Asunción por compromisos profesionales y el vicepresidente me invitó a conversar sobre política. Sabía que la relación entre Lugo y su vicepresidente era tensa y que estaban casi rotos los vínculos entre los partidos de la coalición gubernamental, Frente Guazú y Partido Liberal Radical Auténtico. Pero no esperaba escuchar cuestionamientos de boca del propio Franco, quien se convirtió en presidente cuando un juicio político lanzado a modo de “blitzkrieg” destituyó de manera fulminante a Fernando Lugo, poco después de que las palabras que había dicho siendo vicepresidente aparecieran en estas páginas de NOTICIAS.

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En el propio Paraguay había un antecedente trágico. El vicepresidente Luis María Argaña estaba enfrentado con el presidente Raúl Cubas, contra quien conspiraba cuando murió acribillado en 1999.

Aunque presidente y vice se habían convertido en archienemigos, pocos pensaron que Cubas había enviado a los sicarios que gatillaron las diez balas que desangraron a Argaña. Las sospechas apuntaron al general Lino Oviedo, el dueño de los votos que habían convertido en presidente a Cubas.

Fernando Lugo no fue el único jefe de Estado latinoamericano destituido por un complot en el que participó su vicepresidente. En Honduras los golpistas que una noche de junio del 2009 sacaron de la cama a Manuel Zelaya, lo cargaron en un avión y lo dejaron en un país vecino, estaban comandados por el legislador Roberto Micheletti y los titulares del Poder Judicial y del Ejército. No obstante, el vicepresidente Elvin Santos se había situado discretamente en la vereda de los conspiradores, legitimando la destitución, aunque no pudo quedarse con la presidencia porque se la apoderó Micheletti.

Michel Temer sí se quedó con la presidencia que le arrebataron de manera escandalosa a Dilma Rousseff en el 2016. Aquel oscuro vicepresidente allanó el camino para que la Cámara baja y el Senado, dominado por políticos deseosos de tener en el Palacio del Planalto a alguien que bloquee la ofensiva de los jueces anti-corrupción, sacara a la presidenta mediante un impeachment indecoroso.

Si a Rousseff la acusaron de algo practicado normalmente por los gobernantes brasileños, violar normas “maquillando” los déficit fiscales, fue porque los gravísimos casos de sobornos pagados por empresas privadas y por las arcas de la estatal Petrobras salpicaban a todo el arco político, incluidos los legisladores que impulsaron el estropicio institucional que convirtió al vicepresidente Temer en presidente.

También hubo casos en los que al choque entre presidente y vice lo ganó el titular del Poder Ejecutivo. Es lo que ocurrió en Ecuador entre Lenin Moreno y Jorge Glas, porque el vice siguió respondiendo a Rafael Correa mientras que el presidente rompió con el mentor de ambos. Una contienda que terminó con el vicepresidente destituido y en prisión.

La principal diferencia entre el caso argentino y los demás casos ocurridos en América latina, es que Cristina Kirchner no quiere derribar a Alberto Fernández para quedarse con la presidencia, sino sacarle de hecho los atributos presidenciales para ponerlo bajo sus órdenes.

La región y el mundo observaron cómo en Argentina se enfrentaron la autoridad que confiere el poder político y la autoridad emanada de la Constitución. Para el kirchnerismo, la autoridad no reside en el poder institucional sino en el poder político. La fórmula “Cámpora al gobierno, Perón al poder” lo había planteado de manera explícita.

La Vicepresidenta tiene el poder político y el presidente tiene “sólo” el poder institucional. Para el kirchnerismo, el “soberano mandante” al que debe acatar el mandatario, no es el ciudadano sino la líder que, desde su autoridad política, lo colocó en la fórmula con el mandato de asumir el cargo de presidente. La legitimidad del mandatario ungido sólo existe en tanto y en cuanto haga lo que le ordena su mandante.

En este caso, el Presidente terminó aceptando que su mandante es la Vicepresidenta. La capitulación llegó después de un feroz linchamiento de imagen que le propinó la dirigencia comandada por Cristina Kirchner.

Aunque no dijo nada, a Evo Morales le resulta funcional la asonada de Cristina y el sometimiento del presidente como advertencia a Luis Arce, su ex ministro de Economía al que ungió como candidato y llegó a la presidencia. Pero Lula, aunque le resultara funcional, jamás sentaría un precedente que justifique mínimamente la traición de Temer a Dilma.

Su vicepresidente, José Alencar, nunca lo hubiera traicionado. El leal aliado de centroderecha que tuvo Lula, echaba de su despacho a los que acudían a la vicepresidencia a tentarlo con un impeachment, aprovechando escándalos como el “mensalao”, que derribó a José Dirceu, el dirigente histórico del PT que cumplía la función de jefe de Gabinete.

La región observó azorada el linchamiento de imagen pública que humilló a un Presidente, en la batalla en la que el poder político se impuso por sobre la autoridad institucional emanada de la Constitución. Esa batalla campal que convirtió a una Vicepresidenta en mandante de un mandatario y que José Mujica describió diciendo que “Argentina está desquiciada”.

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 En América latina hubo varios enfrentamientos en la fórmula presidencial. Dilma Rousseff y Michel Temer, de Brasil. | Foto:cedoc