Lo que nos deja el volcán

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Pocos establecimientos están abiertos y en los que lo están, el silencio es sepulcral. En los rostros hay tristeza porque todos saben que ya nada será igual.

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El volcán en Cumbre Vieja entró el erupción el domingo 19 de septiembre a las 15.15, nacido en la vertiente oeste de la isla La Palma, una de las que componen Las Canarias.

Las principales vías se han cubierto del fino polvo volcánico que viaja llevado por el viento a kilómetros de distancia. Los estruendos que se perciben desde las entrañas en cada erupción son constantes y aquí en la isla es de lo único que se habla.

A varios días de vivir con el volcán, comienza adquirir cierto sabor de normalidad resignada. “Por mucho que haya vivido el otro volcán en 1971 no me acostumbro al rugir de este”, relata a NOTICIAS Brian Ceballos, vecino de El Paso, y confiesa que no puede dormir por el miedo que le provoca el incesante ruido volcánico.

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Caminar una mañana cualquiera por las calles de El Paso antes del volcán era descubrir una pequeña población de gente amable, viva, con sus charlas cotidianas.

Se percibe el duelo por aquellos que lo han perdido todo bajo la lava del volcán. Son vecinos, amigos, desconocidos, palmeros, trabajadores desplazados de sus fincas.

Neftali, un joven del pueblo, habla de lo que sufrió su familia después de tener que evacuar su casa: “No han querido saber nada, no han querido ver tele y están aislados totalmente. Y ellos lo que dicen es que ya no vuelven a vivir para aquí, que el volcán se llevó todo lo que es la vida de ellos, porque la casa aquella era de los abuelos de mi madre, los bisabuelos, la casa de los tíos, los primos, toda esa zona por ahí arriba era de la familia”.

En la calle, tres taxistas hablan. Uno de ellos muestra en su teléfono móvil la última grabación del dron de la Unidad Militar de Emergencia. “Ya se la llevó, hace un rato” dice. “La casa, la huerta... lo enterró todo” repite Juan , taxista de El Paso que ahora vive en un centro de evacuados.

Recorrer los lugares de esta catástrofe natural es duro, las historias son tristes. Son muchos proyectos de vida sepultados por este volcán sin nombre.

Juan Miguel Rodríguez Acosta, alcalde del municipio de Tazacorte, cuenta: “La verdad, todavía seguimos asustados, porque el tema de la vulcanología en Canarias es diferente que en Sudamérica, estos volcanes duermen tres días y después despiertan otra vez. Curiosamente hace unos días eran unos estruendos impresionantes, luego paró durante unas horas y después volvió activar tras vez, nosotros esperamos que remita. Hay un hecho histórico que nos preocupa, que es el volcán San Juan del '49, que estuvo cuatro días dormido y después volvió la erupción volcánica que fue aún más explosiva”.

Daños. El magma de la erupción volcánica de Cumbre Vieja tardó nueve días en llegar al mar y lo hizo formando una impresionante pirámide de más de 100 metros de altura, que horas después mutó a un "delta de lava" que llegó decenas de metros en el océano. En su camino devastó 589 viviendas y 258 fincas plataneras en la superficie terrestre. Unas 6100 personas tuvieron que ser evacuadas y muchas ya no podrán volver porque sus casas no existen más.

Las nubes tóxicas que genera la colada al contacto con el agua suponen la gran preocupación de las autoridades, que fijaron un perímetro de exclusión porque nos cuesta respirar por la gran cantidad de cenizas.

El río de lava llegó con una velocidad de entre 100 y 200 metros por hora. Según el Instituto Volcanológico de Canarias, la colada cortó la carretera de la costa, una de las últimas barreras que tenía en su camino hacia el agua. Antes arrasó una zona de plataneras quemando invernaderos y fertilizantes y creando una nube tóxica de forma temporal.

¿Cómo llegué aquí? Estaba en Madrid de vacaciones, fui a un supermercado, compré un trípode, una luz, auriculares, micrófono, un vuelo de 200 euros y me vine a vivir esta experiencia. Ver ese volcán en Cumbre Vieja fue un “espectáculo” que encerraba, sin embargo, el peor de los dolores. Esa lava roja, anaranjada, dorada, era una mezcla de rugidos, explosiones y destrucción, pero tenía algo hipnótico que hacía que no pudiera dejar de mirarla por horas.

Una pareja de la Cruz Roja me dio casa y comida y me ayudó ayudo a ingresar a todo los centros de evacuados, a las plataneras, los refugios de animales, al puerto, y allí fui testigo del drama humano causado por la fuerza de la naturaleza.

Antes del fuego, la isla era un paraíso. Sus playas de arena negra, las salinas marinas, los terrenos volcánicos e inmensas plataneras, la cordillera que divide su valle, Todo la convertían en una pequeña joya del Atlántico. Pero hoy parece una zona de guerra.

Melisa Zurita (desde Isla La Palma)

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por Melisa Zurita (desde Isla La Palma)

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