Más metal para las vitrinas del Real Madrid

Deportes - RDN
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Una supercopa no es mucho, pero la fiera histórica del Madrid necesita metales. Esas vitrinas son como un tiburón hambriento y cualquier cosa vale. Fue un partido jugado con
seriedad. Una final sin nervios, sin dramatismo. La presión inicial del Athletic la capoteó el Madrid con una sucesión serena de pases, y ahí estuvo ya el partido. En esa mezcla de técnica y experiencia con la que manejaba al Athletic. El público abucheaba a los bilbaínos. El Madrid jugaba en casa. El mundo es su casa. Como Magallanes del fútbol, Florentino ha completado la globalización que comenzó a inicios de siglo. El Madrid iba a ser contragolpeador contragolpeado, pero demostraba que no hace fútbol total, en el sentido de totalizador, maniático, sino fútbol experto, escarmantado y versátil. Si contra el Barça esperó, contra el Athletic tendría la pelota. En el Athletic hay algo contradictorio, un quererlo todo: la presión y la recesión, ir mucho arriba y luego mucho abajo. Ese ir y venir que enciende Williams le daba al partido un trasiego exigente. A la altura del cuarto de hora, el Atletic ya había presentado sus credenciales, eso que solo hacen los diplomáticos y los equipos de fútbol: Williams, el balón parado y Sancet. El Madrid, por su parte, empezaba con los tiros lejanos (Benzema en el 17). En el estadio, el Hala Madrid sonaba distinto y a la vez muy propio. Los dos equipos presionaban bien, los dos equipos hacían lo suyo, de modo que no había ocasiones, pero en el Athletic se podía apreciar su carácter orgánico, apretado, compacto. Había conseguido que no se viese a Vinicius y sí aparecía Sancet, que aparece como un Aduriz que se hace Julen Guerrero y llega a la inversa a posiciones de disparo, no irrumpiendo sino descolgándose. El Madrid, pasado el empuje inicial, el brío adolescente de todos los partidos, se preparaba para lo ‘longo’, Modric y Kroos, con las caras curtidas, se subían a sus camellos de las largas travesías. Había sequedad, desierto de ocasiones. En el 27, otro tiro lejano de Casemiro. Los tiros lejanos son en el Madrid como otra forma de contragolpe. El gol debía aparecer del error, que surgiese el error como una salamanquesa en el partido. El Athletic mostraba la belleza clásica del 4-4-2, su simetría sin concesión alguna. Cero ocasiones, casi sin disparos. Marcelino se acerca a la ribera nihilista del cholismo, sin llegar del todo. Su equipo se va hacia arriba. Quiere. Y por ese querer sufrió el gol. Presionó al Madrid arriba y en ese momento como de obturador entre el irse arriba y el volver, el Madrid ‘transicionó’ (porque no era propiamente un contragolpe sino una respuesta rápida) con una entrada directísima de Rodrygo al área. Verticalizó, se hizo flecha Rodrygo, esencial, y cedió a Modric para que marcara al borde del área (quedaba él por chutar). En el gol se podía apreciar la rapidez y la capacidad para asistir de Rodrygo, que mejora en ratos sueltos, siempre internacionales, y, sobre lo individual, la capacidad del Madrid para aprovechar ese espacio muerto, ese punto ciego, ese parpadeo entre los dos momentos de Marcelino, la presión alta y el repliegue intenso. El estadio entró en un estado de alborozo. Sucesivas oleadas de Galácticos han enamorado al mundo como si el Madrid fuera una monarquía hispánica: Florentino I, Florentino II, Florentino III… ¿Habrá pronto un cuarto florentinismo? Rodrygo ha aprovechado la Supercopa para recuperar el sitio en la banda derecha. Se va afilando y se acerca al carrilero sin perder el extremo. Penalti por manos El Athletic reaccionó con entereza (porque es también enterizo) y una ocasión de Sancet antes del descanso, pero el Madrid puede esperar y correr, iniciar y tocar. Comenzó la segunda parte con la pelota, desventando la presión marcelinesca y a los pocos minutos encontró un penalti de VAR, una mano ‘inmediata’ de Yeray. La jugada llegaba de nuevo por la banda derecha y sumaba otro gol para Benzema. Ancelotti, a mitad de temporada, ha conseguido revivir las sensaciones de aquel primer Madrid suyo. El juego es menos exuberante, quizás más resabiado, más experto, pero resulta disfrutable, agradable. Se pasea por los campos españoles (Riad era territorio RFEF) dejando una sensación de hedonismo y sabiduría, una impronta equilibrada y mediterránea y equilibrada que se las verá con las furias germanizadas de la superpresión. Los Leones no se suelen rendir, Marcelino tampoco, entraron Yuri y Raúl García renovando el ataque vasco, pero el Madrid no se relajó. Adoptó su particular ‘bloque bajo’, azidanado, con esa solidaridad descacharrante de Modric y además metió a Valverde para responder con sus ‘contras’ como ferrocarriles. El Madrid no se amaneró. No concedió nada, ni un chispazo de Muniain, ni un desliz, ni una cortesía al Athletic, que en respuesta evitó desmoronarse, hemorragias de espacios a su espalda. Era como un crepúsculo a punto de aparecer, como un cielo parado justo en el momento del atardecer. Asomados al parador de Riad, los aficionados esperarían contragolpes, regates, slaloms de Vinicius, el campo convertido en un espectáculo estelar, pero lo que vieron fue a Vinicius corriendo hacia la defensa y el Madrid parapetado en el área hasta someterse a un asedio que acabó en otro penalti de VAR, nueva mano de Militao. El fútbol español exporta bloque bajo y VAR, una evolución hacia el fútbol manco. Tiró Raúl García y paró Courtois con un parada-volea. Siempre se lleva un flash, como recordando que el Madrid acaba en Benzema, pero empieza en Courtois. O viceversa.

Fuente La Razon:

https://www.abc.es/deportes/futbol/abci-athletic-realmadrid-final-supercopa-202201161858_directo.html