La llama llama, pero la educación no educa

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A fines de los años noventa muchos se preguntaban cómo hizo la Argentina para despegar tan rápido en materia de telecomunicaciones. Veníamos de décadas de estancamiento, malas conexiones, turnos milenarios para

conseguir una simple línea de teléfono y altos costos con llamadas de larga distancia imposibles de pagar.

Fue en ese contexto que tuvo tanto éxito la campaña “la llama que llama”, de los publicistas Agulla & Baccetti. Eran unos simpáticos personajes (llamas) que no dudaban en marcar cualquier número del mundo y hablar con cualquiera simplemente por el placer de hablar por teléfono. Solo porque les salía más barato que antes.

Los cambios en la infraestructura telefónica habían sido tan notables esos años que, de golpe, la Argentina, de estar relegada en telecomunicaciones, pasó a estar entre los países más avanzados.

Y no lo hacía por alguna virtud especial sino todo lo contrario. Resulta que los viejos cables de cobre eran tan antiguos y estaban tan mal mantenidos que ya no servían para el despegue digital que se venía en el mundo y no hubo otra opción que cambiarlos a todos. Tirar todo lo anterior y armar una nueva infraestructura digital, con los más modernos cables coaxiles o anillos de fibra óptica.

Así, mientras que países de Europa, o los Estados Unidos, venían renovando de a poco sus sistemas, la Argentina dio un repentino salto y como la Scalonetta en el Mundial, fue dejando a otros en el camino.

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Más allá del contexto económico, y los errores y abusos de esa época con las privatizaciones, la historia quizás sirva para ilustrar cómo podría encararse hoy el cambio que se necesita en educación.

El diagnóstico es compartido. Hay consenso en que el país atraviesa una tragedia formativa, con apenas el 16% de los alumnos que terminan la escuela a tiempo y con los conocimientos básicos, entre otros indicadores. Una educación que no educa.

El actual formato escolar, el modo en que se forman y enseñan los docentes, un enfoque pedagógico anclado, en la mayoría de los casos, a las aulas del siglo XIX hoy hacen recordar a esos viejos cables de cobre: en este caso, no sirven para formar a los alumnos de un mundo que corre a la velocidad de la fibra óptica.

Ahora que arrancan las clases y cuando ya arrancó el año electoral y vamos a escuchar todo tipo de ideas para “mejorar la educación”, lo más atinado sería preguntarles a los candidatos qué modelo de país imaginan y cómo desarrollarán la nueva infraestructura educativa para que ese futuro sea posible.


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