La guerra en Ucrania: la alcaldesa de Ivankiv y los que murieron como perros

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La mañana del 25 de febrero de 2022, un día después del comienzo de la guerra, una columna de tropas rusas se detuvo en el pueblo de Ivankiv, 85 kilómetros al sur

de la frontera con Bielorrusia, 85 al noroeste de su pretendido destino, la capital ucraniana de Kiev. Llegaron a la plaza principal y les sorprendió descubrir que estaba vacía, las calles también.

Los soldados rusos tocaron en las puertas de las casas y preguntaron porque nadie había salido a recibirles. Los vecinos los miraron perplejos.

“Más bien la pregunta es, ¿qué hacen ustedes aquí?” les respondieron.

“Hemos venido a liberarles,” explicaron los rusos.

“¿De quién?” “De los nazis.” “¿Qué nazis?” “Los que mandan en este país”. “Miren”, les respondieron los vecinos. “Aquí no hay nazis. Pueden volver a Rusia tranquilos. No necesitamos que nos liberen”.

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Miembros de la defensa territorial ucraniana en la ciudad de Ivankiv, región de Kiev. Foto Reuters
Miembros de la defensa territorial ucraniana en la ciudad de Ivankiv, región de Kiev. Foto Reuters

Sin flores


Así fue como transcurrió el primer contacto entre invasores e invadidos en Ivankiv (población 10.500), según me contó la alcaldesa, Tetiana Svyrydenko. Mientras hablaba, sentada en su despacho, pensé que podría haber estado describiendo la primera escena de una película sobre el fracaso del asalto ruso a Kiev el año pasado, sobre el colosal error de Vladímir Putin al pensar que sus tropas conquistarían Ucrania en un par de semanas.

Cincuentona, bajita, pelo corto negro, risueña y, a la vez, dura, la señora Svyrydenko sería la protagonista y narradora de la película. Comentaría, por ejemplo, que la ausencia de flores y celebraciones no fue lo único que dejó perplejos a los soldados rusos.

“La calidad de las carreteras”, me dijo, “la iluminación de las calles de noche, los baños dentro y no fuera de las casas y, ante todo, los aparatos de aire acondicionado en las paredes: no se lo podrían creer, los pobres, casi todos jovencitos de las provincias más lejanas y decrépitas rusas”.

Tan desconcertados andaban que esperaron casi dos semanas para cortar el acceso de Ivankiv a las redes móviles, lo que permitió la creación de un servicio de inteligencia improvisado de enorme utilidad para los del alto mando del ejército ucraniano. Un grupo de audaces vecinos les comunicaron que durante las primeras 48 horas de la invasión pasaron más de 700 vehículos militares rusos por la carretera que pasa por su pueblo rumbo a la capital.

Como veríamos en la escena de acción más dramática de la hipotética película, uno de los primeros desastres que sufrieron los invasores fue en una rotonda a unos ocho kilómetros al sur de Ivankiv donde se detuvieron una veintena de tanques rusos. Los locales dieron la posición del enemigo a los suyos, se lanzó un ataque sorpresa y la rotonda se convirtió en un cementerio de metal y cadáveres rusos.

El día después los rusos cortaron toda comunicación entre el pueblo y el mundo exterior y empezaron a buscar a la señora Svyrydenko. Posiblemente para tomar represalias, me dijo ella, pero con toda seguridad para hacerle una oferta que le costaría rechazar.

“Me hubieran presionado para colaborar. Para seguir ejerciendo como alcaldesa pero en nombre de Rusia. Para que saliera en la televisión de Moscú a agradecer a los ‘liberadores’. Yo eso no lo iba a hacer nunca y me estaba preparando para morir. Sabía que cuando les dijera que no me dispararían en la nuca”.

Una foto satelital muestra parte de un convoy militar al sur de Ivankiv, Ucrania, el 28 de febrero de 2022. Foto Reuters
Una foto satelital muestra parte de un convoy militar al sur de Ivankiv, Ucrania, el 28 de febrero de 2022. Foto Reuters

Huyó de su casa horas antes de la llegada de tres agentes de la inteligencia militar rusa y se escondió. Sus hijos en Kiev vieron un informe sobre ella en la televisión ucraniana en el que se lanzó el rumor de que los rusos la habían capturado o asesinado.

No fue así. Como veríamos en la película en modo ‘thriller’, la pertinaz señora Svyrydenko lograría evadir a sus perseguidores rusos durante tres semanas, hasta el 31 de marzo, fecha del final feliz, la liberación de verdad de Ivankiv por las tropas ucranianas y la huida de los rusos hacia la frontera norte con Bielorrusia, país aliado de Putin, misión abandonada.

Sin final feliz


Bueno, “final feliz” no hubo para todos los habitantes de Ivankiv. La señora Svyrydenko me mostró aquel lado duro al que me referí antes, un aspecto de su personalidad que comparte con suficientes de sus compatriotas como para pensar que Rusia jamás subyugará a su país.

“Por fortuna”, me dijo “solo murieron 48 personas aquí a manos rusas”.  ¿’Solo’?

“Por el tamaño de nuestra población no es mucho”.  Supongo que no…respondí.

“Bueno, otras seis personas desaparecieron”.

¿Cómo que desaparecieron?

“Habían colaborado con los rusos”.

¿Y qué les pasó?

“Uno no puede estar cambiando de bando. Estás con nosotros o en contra”.

  Sí, ¿pero qué les pasó?

“Eran perros y murieron como perros”.

¿Cómo que murieron como perros?

“Esto es la guerra”.

Sí, pero… La pequeña señora alcaldesa me lanzó una mirada helada. Su mensaje: que no iba a responder más a mis preguntas, que dejara de insistir.

Ivankiv, norte de Ucrania

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