Nociones de realismo: la guerra en Ucrania no alejará a Brasil de Estados Unidos

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El éxito económico es directamente proporcional al poder político. No existe el segundo sin el primero. Radica ahí el dilema que confronta Lula da Silva en su tercera presidencia carente de la

expansión que rodeó a sus anteriores administraciones. Las posibilidades dependen de esas capacidades. Por eso el líder del PT se inclina con desesperación hacia China y sus enormes potencialidades, pero lo hace descuidando por momentos las formas, lo que le genera costos innecesarios.

El gigante asiático acepta esa seducción exagerada debido a la penetración que tiene ya sobre Brasil, la mayor economía latinoamericana y la segunda del hemisferio. Pero, además, porque la región, debido a cierto desdén norteamericano, ha devenido en un patio trasero compartido, y con fuertes desequilibrios, entre las dos mayores potencias económicas del presente.

Sin embargo, la noción de que este encuadre produzca un alejamiento entre Estados Unidos y Brasil, una especie de enfriamiento diplomático terminal, como se simplifica mucho últimamente, es por lo menos difícil y aventurada. No entra en los areneros.

Es cierto que el palabrerío del líder del PT, que acercó a Brasilia con los intereses de Moscú, disgustó a todo Occidente y especialmente a la propia Casa Blanca que lo había respaldado aún desde la campaña. Washington, en su furor, llegó a describir al Planalto de Lula como “un loro” que repite las consignas rusas y chinas sin reparar o entender el contexto. Pero el análisis requiere cierto rigor y perspectiva.

El presidente de Brasil Lula da Silva, en Madrid. Foto AP
El presidente de Brasil Lula da Silva, en Madrid. Foto AP

"Malentendido"


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El “malentendido”, como ahora el gobierno brasileño prefiere llamar a este enredo y con el cual intenta desactivar las críticas por los incendiarios comentarios del líder del PT, no es el único que marca este episodio. Hay otros malentendidos más folklóricos y ruidosos fuera de estas fronteras.

En el vecindario, potencialmente en la abrumada Argentina, se multiplican las visiones sobre que hay ahora una alternativa inesperada detrás de este episodio. Como Lula habría desgastado su vínculo con Occidente defendiendo indirectamente la posición de Moscú en el conflicto europeo, se abriría una ventana de oportunidad y Washington volvería a pensar en Buenos Aires como su socio privilegiado dejando atrás al gigante sudamericano. Esa letanía la repican, sorprendentemente, tanto desde el gobierno argentino en escombros como desde sus posibles sucesores.

En términos amables sugiere una construcción ingenua. No será así, no sucederá. No hay nada que sostenga con seriedad semejante presunción, más bien lo contrario. Pese al disgusto de las declaraciones de Lula, EE.UU. ratificó su confianza en el gobierno petista. La razón es simple: el tamaño del país no solo geográfico, su influencia directa en la región y un sistema capitalista concreto donde los contrapesos republicanos funcionan, además de que la economía es altamente manejable.

Estados Unidos no puede impedir la influencia de China, pero está obligado a equipararla y tiene condiciones para hacerlo. En todo caso, señalan algunos analistas, este escenario obligará a mover el cuello de la Casa Blanca petrificado hacia el este, para girarlo también hacia el sur.

De modo que el trasfondo es atendible, pero no las conclusiones a las que llegan quienes intuyen mudanzas de intereses en este escenario. Una fuente de la cancillería brasileña le comenta a este cronista que efectivamente después de salir de China en la visita que realizó a mitad de abril, “Lula se salió del guion y cometió errores”.

Se refiere a cuando equiparó a Rusia y Ucrania en las responsabilidades de la guerra y criticó a EEUU y Europa por ayudar militarmente a Kiev. Una asistencia que, dijo, prolongará la guerra. Pero después de ese fin de semana y el pasado lunes con la exacerbación de las críticas por la presencia en Brasilia del canciller ruso Serguei Lavrov, se ha buscado desmadejar el problema, a veces por el camino sencillo de eludirlo.

El martes hablamos con EE.UU. y quedó bastante aclarada la cuestión, desde ya que no hay ningún alejamiento, el vínculo esta perfecto. Y Lula ha reiterado una y otra vez que rechaza la invasión rusa a Ucrania”, añade el diplomático de Brasilia sobre la conversación del asesor internacional Celso Amorim con el Asesor de Seguridad Nacional de Biden, Jack Sullivan. EE.UU. no confirma, pero, importante, tampoco desmiente esa reparación.

En Portugal, primera escala de la gira que también lo llevó a España, dos países de la OTAN, Lula eludió profundizar en esta cuestión que centró como ningún otro el interés de la prensa. El líder del PT buscó una posición más confortable. Anunció que no viajará a Ucrania como tampoco viajó a Rusia, rechazando en paridad las invitaciones de ambos gobiernos.

“No estoy con un bando ni con el otro, estoy en una tercera vía, la de la paz”, afirmó con un tono de generalidades que, por supuesto, no disipó las diferencias. Lisboa y Madrid sostienen que Moscú rompió el derecho jurídico internacional y que a Ucrania le corresponde defenderse y se la debe ayudar. Esa noción no está en el discurso brasileño. Coincide sí respecto a que Vladimir Putin “se equivocó” en la invasión “pero la guerra lamentablemente ya ha sucedido y hay que detenerla”, según matizó en Europa el líder petista. El tema es a qué costo.

Lula y Xi Jinping en Beijing. Foto Reuters
Lula y Xi Jinping en Beijing. Foto Reuters

Esas contradicciones frente a uno de los sucesos de mayor gravedad de la historia presente son las que alimentan la voracidad de protagonismo de la dirigencia regional.

“Brasil tiene un poderío incomparable y en cualquier caso, aun con el comportamiento complejo que ha mostrado Lula, es un dirigente con el cual el gobierno de Joe Bien se puede sentir mucho más cómodo que con alternativas como la que gobernó Brasil con Jair Bolsonaro. También ese vínculo se fortalece frente a la incertidumbre política abismal que atrapa a nuestro país”, señala a esta columna un diplomático argentino que conocen en detalle a Brasil y también a Asia. Agrega que “las cuestiones de geopolítica no se mueven o manifiestan del modo pueril que imagina los políticos argentinos, de todas las veredas, y muchos comentaristas”.

Lula en ese raid locuaz a la salida de la República Popular cometió otra imprudencia, pero esta de otro voltaje y significado. Afirmó que Ucrania debe ceder la península de Crimea para hallar la paz. Ese estratégico territorio está en manos de Rusia desde 2014 cuando se la apropió luego de que un levantamiento popular en la plaza del Maiden derribó del poder de Kiev a su corrupto esbirro ucraniano Viktor Yanukovich. La población de Ucrania ha probado ser más pro europea que pro rusa.

El comentario del líder brasileño tiene sentido. En general el territorio es visto como la pieza de cualquier negociación de paz, pero la condición inevitable incluye el retiro de los invasores de las provincias que a duras penas el Kremlin mantiene bajo control en el martillo que va desde la frontera con Rusia en el Donbás hasta esa península donde Putin cuenta con su mayor base naval militar, en Sebastopol, desde la cual se proyecta al Mediterráneo.

A Rusia le conviene apurar algún acuerdo porque si la actual ofensiva en pañales de primavera de Kiev es exitosa, como todo parece indicarlo, puede romper ese corredor. Tal desenlace castigaría nuevamente al Kremlin con el costo ya evidente de la baja moral de su tropa que Moscú despacha al suicidio sin un sentido claro para ese sacrificio.

Es al menos probable, se verá si también posible, que la guerra culmine entonces con Crimea del lado moscovita como imagina Lula, pero seguramente sin Putin al mando del país y con la Federación rusa colonizada por China. Un escenario que no necesariamente alegraría a EE.UU., pero que ha contribuido a edificar. Kissinger diría amargado, ¡vivir cien años para esto! El anciano diplomático fue un jinete de la doctrina que sostiene la inconveniencia de acercar a los enemigos.

Por eso llevó a China a Richard Nixon en febrero de 1972 en plena guerra de la República Popular con la Unión Soviética. Y por eso ha batallado estos meses para que algún tipo de acuerdo parta de concesiones de Ucrania, Crimea como dice el líder brasileño, y que acabe con este conflicto para preservar vivas las diferencias (y enormes desprecios) que se profesan en silencio rusos y chinos.

Brasilia. Enviado especial

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