La pelea por los patios traseros: el otro dilema chino de Estados Unidos

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Un dato sustancioso del actual conflicto Este y Oeste es que a diferencia del que marcó la Guerra Fría, con la Unión Soviética en uno de sus extremos, sucede entre dos capitalismos.

 

El occidental, con estirpe democrática un tanto debilitada que lidera Estados Unidos, y el de la autocracia China, que se define utilitariamente como comunista, en rigor una herramienta de control totalitario del poder. Ese es el cristal a través del cual se observa esta rivalidad con la característica central de una mutua y profunda necesidad.

Acabamos de enterarnos, con cifras corregidas y en la voz de la responsable de Economía de EE.UU., Janet Yellen, que el comercio total entre ambos países superó en 2021 nada menos que los 700 mil millones de dólares. Un número extraordinario que debería obligar a la prudencia a los dos socios: demasiado para perder si no se controla la disputa.

Vale agregar que ese mismo año el Imperio del Centro desbordó por primera vez los 800 mil millones de dólares en el intercambio con el bloque europeo, el otro sujeto en el Oeste del tablero. Esa cifra se repitió con vigor en 2022 pese a la pandemia: en solo ocho meses se habían intercambiado 600 mil millones de dólares.

El discurso de la ministra de Joe Biden en la Johns Hopkins University el 20 de abril pasado, tuvo escasa repercusión por nuestras fronteras. Pero fue especialmente relevante por el momento en que se produjo y lo que se dijo y sugirió.

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Yellen hizo un ejercicio de equilibrio y de narrativas para marcar el derecho de su país a una autoridad global que es hoy eje de profundas polémicas y que no solo China pone en cuestión. Afirmó que Washington, como política de Estado, es decir más allá del gobierno demócrata, “no busca ‘desacoplar’ nuestra economía de la de China".

El líder brasileño Lula da Silva en su reciente visita a China saluda a su colega Xi Jinping. Foto Reuters
El líder brasileño Lula da Silva en su reciente visita a China saluda a su colega Xi Jinping. Foto Reuters

"Una separación total de nuestras economías sería desastrosa para ambos países. Y sería desestabilizador para el resto del mundo -reconoció-. Más bien, sabemos que la salud de las economías china y estadounidense está estrechamente relacionada”.

¿Bandera de paz?


¿Una bandera de paz? ¿Un gesto de distensión o una rama de olivo como lo intentó sintetizar el Financial Times? Nada de eso. La funcionaria, que dirigió anteriormente la Reserva Federal, advirtió que esa armonía se preservaría en tanto desde la otra parte no se produzca una “amenaza a la seguridad nacional de EE.UU”.

Es un concepto de amplio espectro con el que en numerosas ocasiones se pretende justificar el derecho a limitar o abiertamente sacar de los mercados al competidor asiático e incluso a sus universidades desde que comenzó a crear y producir ya muy lejos de la copia que se le achaca del talento occidental. 

Yellen avaló los dispositivos proteccionistas pero negándoles ese propósito. “Aunque nuestras acciones específicas puedan tener impactos económicos, están motivadas únicamente por nuestras preocupaciones sobre nuestra seguridad y valores. Nuestro objetivo no es utilizar estas herramientas para obtener una ventaja económica competitiva”, señaló.

E insistió en que la andanada incesante de sanciones y restricciones contra la República Popular iniciada por el gobierno republicano de Donald Trump y profundizadas por el de Biden, no fue diseñada para “sofocar la modernización económica y tecnológica de China”.

El mensaje pareció una respuesta a la denuncia de Beijing sobre las violaciones a la libertad de comercio en que incurre EE.UU. con esas prácticas. Un reproche por derecha que es rechazado con la noción poco sustentable de que el liderazgo norteamericano hace innecesarias esas herramientas.

Pero Yellen buscaría reaccionar con ese mensaje a otras dos preocupaciones. Una de ellas es el rebote de la economía china. En el primer trimestre del año creció 4,5%, casi el doble del 2,2% registrado en el periodo anterior, impulsado por un salto de 10,6% en el gasto de los consumidores tras el cierre de las políticas de Covid cero.

Joe Biden y Xi Jinping, el promisorio encuentro de ambos en Indonesia en noviembre de 2022 que sin embargo no generó avances. Foto Reuters
Joe Biden y Xi Jinping, el promisorio encuentro de ambos en Indonesia en noviembre de 2022 que sin embargo no generó avances. Foto Reuters

Las exportaciones se expandieron 14,8% anual a marzo, un número significativo atento a que se pronosticaba una disminución de 5% en ese rubro. Esos datos se miden en poder político. En la otra orilla, en tanto, el crecimiento estadounidense exhibió una desaceleración considerable en el mismo primer trimestre, con una expansión del PBI anualizado de 1,1%. 

El cálculo más citado indica que la economía del gigante occidental crecerá 1,6% este año contra el 2,1% del 2022. Tampoco son buenos los números de la eurozona: +0,8 por ciento anual.

La otra preocupación, ligada a la anterior, aparece de modo más reciente en los discursos occidentales e involucra a la penetración de la República Popular en el sur mundial, últimamente con mayor alarma por el fortalecimiento de la alianza con Brasil.

La general Laura Richardson, a cargo del Comando Sur, quien recientemente estuvo en Argentina, describe esa inquietud en los términos que en los años '60 se cuestionaba a su país en la región: “Beijing está expandiendo su influencia económica, diplomática, tecnológica, informativa y militar en América Latina y el Caribe”, reprocha. Es lo que hacen los imperios.

La rivalidad entre estos gigantes se basa en el liderazgo tecnológico futuro, plataforma también de la capacidad ofensiva militar. Washington ha cargado contra la empresa Huawei, que lidera ese rubro en China, con los argumentos de prácticas de espionaje. Pero la razón principal va más allá, sucede que está más avanzada que EE.UU. en sistemas 5G y 6G, y puede producir equipos de comunicaciones de menor precio y similar o superior eficacia que los occidentales.

Esa condición barata y accesible explica que en el sur mundial, en Latinoamérica y particularmente en Brasil, la República Popular haya ocupado espacios que antes regulaba EE.UU.

Expansión china en la región


Especialistas en tecnología como John Strand indican que Huawei edificó una red “fuerte y poderosa” en América latina, amparada por gobiernos tanto de izquierda o derecha.

Los chinos, dijo, “han explotado la percepción de que EE.UU. tiene muy poco interés de invertir en proyectos de desarrollo en la región. Brasil, Chile y otros países han realizado gestiones para que la inversión de Huawei crezca también en centros de datos en la nube”.

Actualmente Huawei brinda esos servicios desde Brasil, México y Chile. La estrategia en el gigante sudamericano se potencia con las redes de cable submarino actuales y futuros entre África y Brasil financiados por capitales chinos.

El especialista concluye con cierto disgusto que las restricciones que EE.UU. impuso a la empresa líder china “han tenido cero impacto en la expansión de la compañía en lo que era el patio trasero norteamericano”.

Lo mismo se aprecia en otras regiones del sur mundial, ello pese a que las políticas norteamericanas están siendo efectivas para complicar el desarrollo chino. Por ejemplo, existe un torrente de empresas que abandonan al gigante asiático para evitar esas restricciones que no se aliviarán, según pronosticó Yellen. ¿A dónde lleva esto?

Huawei y su principal logro, el avance con el sistema 5G, la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil.
Huawei y su principal logro, el avance con el sistema 5G, la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil.

Así como el largo telegrama de George Kennan ilustró en 1946 sobre las limitaciones del personalismo stalinista, otro texto más antiguo comienza a ser comentado últimamente para referenciar el ciclo ominoso que vive el planeta.

En 1907 un funcionario del Foreign Office, Eyre Crowe, un alemán de Leipzig nacionalizado británico, envió a sus jefes un memorándum que pasaría a ser central en la geopolítica del Reino las siguientes cuatro décadas.

Advertía que el crecimiento de Alemania, bajo el reinado de Guillermo II, constituía una amenaza por su carácter expansionista. Recomendaba ampliar con urgencia la alianza con Francia, la Entente Cordiale de 1904. Visualizaba de ese modo la Primera Guerra Mundial que, justamente, fue un conflicto por el predominio económico, el mismo estigma de la segunda conflagración del siglo pasado. 

Crowe sostenía que Alemania buscaba proveerse de una armada poderosa y que esa intención dispararía el desenlace bélico sin importar lo que dijeran o hicieran los diplomáticos alemanes.

Henry Kissinger, quien rescata a este diplomático en su libro On China, alerta que en Norteamérica existe lo que llama una “escuela de pensamiento Crowe”. En ese círculo se ve el ascenso de la República Popular “como incompatible con la posición de EE.UU” y, por lo tanto, es mejor enfrentarlo con políticas preventivamente hostiles.

Un escenario aún más peligroso, dice, por la ansiedad creciente que exhiben ambas potencias. Lo escribió hace 12 años.
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