Señales a tener en cuenta sobre las elecciones de Paraguay

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El presidente electo de Paraguay, Santiago Peña, es un economista liberal graduado en EE.UU. y ex funcionario del FMI. Su victoria, que le asegura además el control del Parlamento, consolidó la continuidad en

el poder del Partido Colorado, la fuerza conservadora dominante en ese país los casi últimos 70 años. 

Este dato concluyente alimenta una noción muy citada respecto a que esa victoria rompe una corriente hacia el progresismo o la izquierda que experimentaría la región los últimos años. Hay razones para sostener esa mirada, aunque posiblemente no sea la única. El problema siempre es qué definimos con esos rótulos y lo que el proceso puede estar reflejando sobre el comportamiento político en la región.

Es interesante el dato de que los electores paraguayos votaron masivamente a dos formaciones de derecha y a otra de centro con matices socialdemócratas, que quedó en segundo lugar.

No hubo alternativas de izquierda ni tampoco pesó la denuncia opositora por la corrupción rampante en el país que involucra de modo decisivo al mentor de Peña, el magnate y ex presidente colorado, Horacio Cartes, señalado por Washington por lavado de dinero y vínculos terroristas.

Los votantes sí elevaron a un tercer lugar a un personaje polémico, el ex senador Payo Cubas, definido como un dirigente antisistema que es la forma errónea con la que usualmente se califica a la ultraderecha populista.

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Este político grotesco, admirador con exceso de Jair Bolsonaro o Donald Trump y que, como ellos, revoleó denuncias sin consistencia de fraude, no es tan importante como lo que significa su notable cosecha de votos por encima del 20%. Es un alerta para Peña sobre una frustración potente que late en el país y se mide por el estado de la economía y su impacto social.

Paraguay en 2021 logró una recuperación de 4,1% en su PBI, pero ese número se desplomó al 0,1% en 2022, también como en Argentina debido a una extendida sequía que recargó las consecuencias de la pandemia. Ese retroceso se combina con una pobreza que ronda el 25% y con más de la mitad del país empleado en la informalidad.

La crisis generó otros fenómenos típicos de estos escenarios con un fuerte aumento del delito y el agravante de que en el país son activos los grupos narcos brasileños, el Primer Comando de la Capital y el Comando Vermelho que manejan, y se disputan con intercambio de masacres, las rutas de la cocaína que cruzan el país hacia el norte mundial.

Sin izquierdas


Dato de la época, los números que deja esta elección indican hacia donde los paraguayos reaccionan a esas calamidades. El Frente Guazú del ex presidente Fernando Lugo, aliado de las fuerzas que se autoperciben falsamente como progresistas en la región, prácticamente no figuró. El resultado fue que este ex sacerdote perdió su banca en el Senado.

El derrotado candidato del PLRA Efraín Alegre. Foto EFE
El derrotado candidato del PLRA Efraín Alegre. Foto EFE

Los colorados derrotaron por más de 15 puntos al Partido Liberal Radical Auténtico, una organización histórica a la cual hasta no hace mucho pertenecía Peña justamente. Esa formación, con perfiles similares al radicalismo argentino, combatió a la dictadura de Alfredo Stroessner y sus dirigentes más relevantes, como Domingo Laino, fueron perseguidos y vivieron exiliados en Buenos Aires.

Su candidato, Efraín Alegre, fue ministro de Lugo, pero participó en el proceso que derribó del poder al ex sacerdote Lugo en un impeachment impulsado por los colorados furiosos contra el mandatario que conspiró para intentar fracturar a ese partido. Todo parece mezclarse en Paraguay. Peña dejó el PLRA en 2016 cuando era ministro de Economía de un gobierno colorado. Se afilió al oficialismo por necesidades políticas. 

El escenario paraguayo importa en la región por su condición de miembro pleno con poder de veto en el Mercosur que integra junto a Argentina, Brasil y Uruguay. Fue además el país que logró alejar a la Venezuela chavista de ese dispositivo regional.

El emprendimiento nacido como mercado común por iniciativa de Raúl Alfonsín y José Sarney, se ha resumido con el paso del tiempo a un mero pacto arancelario, de los más cerrados del mundo, y se retuerce ahora por presiones internas para una apertura que habilite acuerdos de libre comercio.

La victoria de Peña puede ser clave para impulsar ese movimiento aperturista que ha sido trabado particularmente por Argentina, ya sin influencia en el acuerdo debido a su decadencia política, y en cierta medida por Brasil, cuya tradicional inclinación proteccionista es amparada internamente tanto desde la derecha como la centroizquierda. Es dificil sin embargo que esas posiciones cerradas se mantengan en el futuro. 

La victoria de Peña exhibe otros detalles. Paraguay votó del modo que lo hizo ajustado a una tendencia, en su caso mucho más marcada, que se advierte en la región. Al revés de lo que se supone, se trata de una propensión hacia un centro moderado y sucede a despecho de las etiquetas o discursos tribuneros de sus líderes.

Lula da Silva, presidente de Brasil. Foto AFP
Lula da Silva, presidente de Brasil. Foto AFP

Fuera de las cuestiones nacionales que son centrales en la definición del voto, existe una homogeneidad de una frontera a la otra en la demanda de propuestas de ese estilo y de garantías de estabilidad. Eso es precisamente de lo que carece la etapa debido a la crisis económica global, la incertidumbre que genera y un fenómeno intenso de alta concentración del ingreso que rompe la movilidad social.

El caso brasileño


El caso paradigmático de ese fenómeno es Brasil. Allí Lula da Silva comprendió en la campaña electoral hacia dónde debía dirigirse para llegar al sillón del Planalto y formó una alianza con un eje de centro fuerte para asegurar el voto de la amplia clase media del país. Esa condición marca el perfil real hoy del gobierno brasileño y posiblemente se acentúe.

Vale un ejemplo: el pragmatismo rígido, por llamarlo de modo benevolente, exhibido en estas horas por parte del gobierno brasileño hacia el argentino, que intentó sin éxito una ayuda en Brasilia, tiene esos matices.

Recordemos que el líder del PT eludió en la campaña el estilo ruidoso y de tono izquierdista de sus campañas anteriores, archivó por el blanco el tradicional color rojo de su partido, y borró de la mirada pública sus fotos con Chávez, Ortega, Raúl Castro o Cristina Kirchner.

Cerca de ahí, en Chile, el gobierno de Gabriel Boric se ha ido corriendo también al centro presionado por los mismos electores que en diciembre de 2021 lo elevaron a la presidencia. Un dato clave en ese camino, lo exhibió apenas un año después el fracaso en el referéndum del proyecto de una nueva Constitución cuya redacción radical produjo un repudio aplastante en las urnas.

Antes Boric debió militarizar el sur por la violencia de los pseudo mapuches y luego de aquel fracaso electoral, renovar su gabinete para recostarse en las formaciones clásicas del centro político moderado chileno, particularmente el Partido Socialista de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

Este giro también se nota en otras fronteras. Estuvo en el resultado de las municipales de Bolivia de marzo de 2021 y está instaurado en Uruguay aún desde las épocas del Frente Amplio con Tabaré Vázquez o de José Mujica elogiando el Adam Smith de La Riqueza de las Naciones. Se verá cómo se refleja en breve en la Argentina.

Este panorama debería obligar a cierta cautela a la hora de definir el perfil político real de la región y evitar las simplificaciones. No es ni bueno ni malo. Es sencillamente lo que sucede y tiene una explicación clara.

Además de la inquietud que produce una situación global que recorta el crecimiento individual, los modelos supuestamente de izquierda en la región se disolvieron en autocracias. Lo que ha surgido en su lugar son “porfiriatos” personalistas como en Venezuela o en Argentina, escorados en sus propios intereses e incapaces de resolver los descomunales desafíos económicos y sociales de sus países.

Gabriel Boric con el presidente argentino Alberto Fernández en Buenos Aires el pasado enero.
Gabriel Boric con el presidente argentino Alberto Fernández en Buenos Aires el pasado enero.

También se han vestido de izquierda las dictaduras cívico militares del estilo brutal de las tiranías de los ’70 como la Nicaragua de Daniel Ortega y últimamente Cuba, donde se ha multiplicado la represión contra las protestas sociales.

Ocurre esta decadencia con el agravante de casos como los de Caracas o la propia Habana donde, obligados por la necesidad, sus regímenes han emprendido programas económicos de dolarización y ortodoxia ajustadora que ridiculizan los discursos a la carta de fe antiimperialista.
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