Vladimir Putin es el tonto más peligroso del mundo

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No he escrito mucho últimamente sobre la guerra de Ucrania porque muy poco ha cambiado desde el punto de vista estratégico desde los primeros meses de este conflicto, cuando tres hechos preponderantes

lo impulsaban todo, y lo siguen haciendo.

Hecho nº 1: Como escribí al principio, cuando comienza una guerra de esta magnitud, la pregunta clave que uno se hace como columnista de relaciones internacionales es muy simple: ¿Dónde debo estar? ¿Debo estar en Kiev, el Donbás, Crimea, Moscú, Varsovia, Berlín, Bruselas o Washington?

Y desde el comienzo de esta guerra, sólo ha habido un lugar en el que estar para entender el momento y la dirección elegidos, y es en la cabeza de Vladimir Putin. Por desgracia, Putin no otorga visas para su cerebro.

Eso es un gran problema, porque esta guerra surgió enteramente de allí -sin, ahora sabemos, casi ningún aporte de su gabinete o comandantes militares- y ciertamente sin ningún impulso masivo del pueblo ruso. Así que Rusia será detenida en Ucrania, gane o pierda, sólo cuando Putin decida detenerse.

Lo que nos lleva al hecho nº 2: Putin nunca tuvo un Plan B. Ahora es obvio que pensó que iba a irrumpir en Kiev, tomarla en una semana, instalar a un lacayo como presidente, meterse a Ucrania en el bolsillo y poner fin a cualquier expansión cultural de la Unión Europea, la OTAN u Occidente hacia Rusia. Luego proyectaría su sombra sobre toda Europa.

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El presidente de Kazajstán, Kassym-Jomart Tokayev, y su par de Rusia, Vladimir Putin, en el Kremlin. Foto AP
El presidente de Kazajstán, Kassym-Jomart Tokayev, y su par de Rusia, Vladimir Putin, en el Kremlin. Foto AP

Guardar las apariencias


Esto nos lleva al hecho nº 3: Putin se ha puesto en una situación en la que no puede ganar, no puede perder y no puede parar. Ya no hay forma de que pueda hacerse con el control de toda Ucrania. Pero al mismo tiempo, no puede permitirse ser derrotado, después de todas las vidas y recursos rusos que ha gastado. Así que no puede detenerse.

Dicho de otro modo, como Putin nunca ha tenido un plan B, ha optado por un bombardeo punitivo, a menudo indiscriminado, a ciudades e infraestructuras civiles ucranianas -una guerra de desgaste- con la esperanza de que, de alguna manera, pueda hacer correr suficiente sangre de los ucranianos e infundir suficiente agotamiento en los aliados occidentales de Kiev, para que le den una porción lo suficientemente grande de la Ucrania oriental de habla rusa que pueda vender al pueblo ruso como una gran victoria.

El Plan B de Putin consiste en disimular que el Plan A de Putin ha fracasado. Si esta operación militar tuviera un nombre sincero, se llamaría Operación Guardar las Apariencias.

Lo que la convierte en una de las guerras más perversas y sin sentido de los tiempos modernos: un líder destruyendo la infraestructura civil de otro país hasta que le dé suficiente cobertura para ocultar el hecho de que ha sido un tonto de remate.

En su discurso del Día de la Victoria, pronunciado el martes en Moscú, se pudo ver que Putin se aferra a cualquier argumento para justificar una guerra que inició a partir de su fantasía personal de que Ucrania no es un verdadero país, sino parte de Rusia.

Afirmó que su invasión fue provocada por "globalistas y élites" occidentales que "hablan de su exclusividad, enfrentan a la gente y dividen a la sociedad, provocan conflictos sangrientos y convulsiones, siembran el odio, la rusofobia, el nacionalismo agresivo y destruyen los valores familiares tradicionales que hacen que una persona sea una persona".

Vaya. Putin invadió Ucrania para preservar los valores familiares rusos. ¿Quién lo diría? Es un líder que tiene dificultades para explicarle a su pueblo por qué empezó una guerra con un vecino insignificante que, según él, no es un país de verdad.

Celebración del día de la Victoria en Moscú. Foto AP
Celebración del día de la Victoria en Moscú. Foto AP

Ustedes podrían preguntarse, ¿por qué un dictador como Putin considera que necesita un disfraz? ¿No puede hacerle creer a su pueblo lo que quiera?

Yo creo que no. Si nos fijamos en su comportamiento, al parecer Putin hoy está bastante asustado por dos temas: la aritmética y la historia rusa.

Todos hablan​


Para entender por qué estos temas lo asustan, primero hay que tener en cuenta el clima que lo rodea, algo que se refleja perfectamente en la letra de la canción "Everybody Talks" de uno de mis grupos de rock favoritos, Neon Trees. El estribillo clave es: Ey, nena, ¿no vas a mirar para mi lado?

Puedo ser tu nueva adicción.

Ey, nena, ¿qué tienes que decir?

Todo lo que me das es ficción.

Soy un pobre boludo, y esto pasa todo el tiempo.

Descubro que todo el mundo habla.

Todo el mundo habla, todo el mundo habla.

Esto empezó con un rumor.

Una de las mayores lecciones que he aprendido como columnista de relaciones internacionales que informa desde países autocráticos es que, por muy estrictamente controlado que esté un lugar, por muy brutal y férreo que sea su dictador, TODO EL MUNDO HABLA.

Todos saben quién roba, quién engaña, quién miente, quién tiene una aventura con quién. Todo empieza con un rumor y a menudo queda allí, pero todo el mundo habla.

Está claro que Putin también lo sabe. Sabe que, aunque consiga algunos kilómetros más del este de Ucrania y conserve Crimea, en el momento en que detenga esta guerra, su pueblo hará el cruel cálculo aritmético de su Plan B… empezando por una resta.

La Casa Blanca informó la semana pasada que se estima que 100.000 combatientes rusos han muerto o han resultado heridos en Ucrania en sólo los últimos cinco meses y que se registraron aproximadamente 200.000 muertos o heridos desde que Putin comenzó esta guerra en febrero de 2022.

Es un gran número de bajas -incluso en un gran país- y se puede ver que a Putin le preocupa que su pueblo hable de ello, porque, además de criminalizar cualquier forma de disidencia, en abril se apresuró a promulgar una nueva ley que reprime el evitar el reclutamiento. Ahora, cualquiera que no se presente sufrirá restricciones para realizar operaciones bancarias, vender propiedades e incluso obtener el registro de conductor.

Putin no llegaría tan lejos si no temiera que, a pesar de sus esfuerzos, todo el mundo murmure sobre lo mal que va la guerra y sobre cómo evitar combatir en ella.

Lean en The Washington Post el reciente ensayo de Leon Aron, historiador de la Rusia de Putin y académico del American Enterprise Institute, sobre la visita de Putin en marzo a la ciudad ucraniana de Mariupol, ocupada por Rusia.

"Dos días después de que la Corte Penal Internacional acusara a Putin de crímenes de guerra y emitiera una orden de detención contra él", escribió Aron, "el presidente ruso fue a Mariupol durante unas horas. Se lo filmó deteniéndose en el microbarrio de Nevsky, inspeccionando un nuevo departamento y escuchando durante unos minutos a ocupantes efusivamente agradecidos. Cuando se iba, en el video se oye una voz apenas audible que grita desde lejos: "Eto vsyo nepravda!": "¡Es todo mentira!"

Aron me dijo que los medios de comunicación rusos borraron más tarde "Es todo mentira" del audio, pero el hecho de que se hubiera dejado ahí puede haber sido un acto subversivo de alguien de la jerarquía de los medios oficiales rusos. Todo el mundo habla.

Lo que nos lleva a la otra cosa que Putin sabe: "Los dioses de la historia rusa son sumamente implacables con las derrotas militares", dijo Aron.

En la era moderna, "cuando un líder ruso termina una guerra con una clara derrota -o sin victoria- suele producirse un cambio de régimen. Lo vimos tras la primera guerra de Crimea, tras la guerra ruso-japonesa, tras los reveses de Rusia en la Primera Guerra Mundial, tras la retirada de Kruschev de Cuba en 1962 y tras el embrollo de Brezhnev y compañía en Afganistán, que precipitó la revolución de la perestroika y el glasnost de Gorbachov. El pueblo ruso, pese a su reconocida paciencia, perdonará muchas cosas, pero no la derrota militar".

Es por estas razones que Aron, que acaba de terminar un libro sobre la Rusia de Putin, sostiene que el conflicto de Ucrania está lejos de terminar y podría volverse mucho peor antes de hacerlo.

"Ahora hay dos maneras de que Putin ponga fin a esta guerra que no puede ganar y de la que no puede alejarse", dijo Aron. "Una es continuar hasta que Ucrania se desangre y/o hasta que la fatiga de Ucrania se instale en Occidente".

Y la otra, argumentó, "es forzar de alguna manera un enfrentamiento directo con Estados Unidos -llevarnos al precipicio de un intercambio nuclear estratégico total- y luego dar un paso atrás y proponer a un Occidente asustado un acuerdo general, que incluiría una Ucrania neutral y desarmada y conservar Crimea y el Donbás".

Es imposible meterse en la cabeza de Putin y predecir su próximo movimiento, pero estoy preocupado. Porque lo que sí sabemos, por las acciones de Putin, es que sabe que su Plan A ha fracasado. Y ahora hará cualquier cosa para producir un Plan B que justifique las terribles pérdidas que ha acumulado en nombre de un país donde todo el mundo habla y donde los líderes derrotados no se retiran pacíficamente.

The New York Times

Traducción: Elisa Carnelli

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