Robo de celulares: los adolescentes, "grupo de riesgo" y qué pueden hacer los padres

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Eran las 7.15 de la mañana en Callao y Corrientes, una de las esquinas más transitadas de la Ciudad de Buenos Aires. "Acabo de salir de casa, necesito guita", le dijo una

voz en la nuca a un alumno de uniforme de colegio privado La Salle. En la espalda, un objeto pesado, como la punta de un arma, presionándole la espalda. "¿Qué iba a hacer? Le di todo", cuenta el chico a Clarín. Ya le había pasado a otros compañeros, aunque con otras modalidades de robo. Ahora, a él: adiós al celular.

Si bien desde el Ministerio de Seguridad porteño aseguran que las estadísticas de robos de celulares a adolescentes se mantienen estables, referentes de foros de seguridad vecinales señalan que durante los horarios de entrada y salida de la escuela han crecido "notablemente".

"Se escuchan cientos de reclamos, encabezados por el Colegio Nacional Buenos Aires, el Thomas Aquino, el colegio Bayard, el colegio Cangallo Schule, el San José, en estación Villa del Parque, y ni que hablar la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en Constitución”, cuentan en uno de los foros de estas zonas afectadas.

Hace menos de un mes, una serie de denuncias recibidas por parte de colegios de la zona hizo que Ministerio de Seguridad porteño reforzara con personal policial y 20 agentes de prevención el área que comprende a los colegios Del Salvador, el Colegio La Salle, el Instituto Joaquín V. González, el Instituto Madre Deus y la sede de Flacso, en el centro porteño. 

A principios de marzo, un grupo de familias de escuelas y colegios de Caballito protestaron frente al Colegio Marianista y convocaron a los medios de comunicación para exigir más presencia policial, pero también que se identifique a los grupos que se hacen pasar por vendedores ambulantes para robar.

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El impacto emocional en los adolescentes

Fue una conversación a los gritos de impotencia. "Si vuelvo en colectivo me roban, si voy caminando me roban", le dijo a Laura su hijo de 14 años, apesadumbrado. Para ir a la escuela, tiene que caminar siete cuadras por una zona de Constitución donde los robos son frecuentes o hacer un camino en el que tarda el doble de tiempo. Lo mejor parecía moverse transporte público, pero hace algunas semanas, le robaron el celular nuevo de la mochila sin que se diera cuenta.

"Se lo había comprado con todos sus ahorros de mucho tiempo. Le impactó un montón y para mí como mamá fue muy difícil intentar explicarle cómo no había respuesta, que las instituciones no pueden hacer nada, porque más allá de que fuimos a hacer la denuncia a la comisaría, por la geolocalización aparecía dentro de una villa y nos dijeron que era imposible encontrarlo", cuenta a este diario.

Como madre, asegura Laura, de 46 años, siempre se planteó educar a su hijo en "los valores del trabajo y el esfuerzo". Pero ahora apareció otro tema: que tiene miedo de viajar o caminar a la escuela. "La verdad es que yo siento que se me hace muy difícil educarlo dándole autonomía, confianza y valores en un contexto tan adverso en el sentido de la inseguridad y de otros sentidos", define.

En algún momento, la familia pensó en asegurar el teléfono, pero no encontró seguros convenientes. El mayor problema es que "la suma asegurada es un promedio del mercado, por lo que con los iPhone, por ejemplo, siempre quedás abajo del valor real", explica a este diario Sergio Castro, asesor de seguros. 

Cómo acompañar en momentos de "vulnerabilidad"

"El contexto de robos y asaltos eventuales en nuestra ciudad incrementa la vivencia de vulnerabilidad", afirma el psicoanalista Jorge Catelli, integrante en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y profesor e investigador en la UBA.

"Cada ser humano anida el registro de una vulnerabilidad extrema, producto de la constitución subjetiva, en cuyos primeros momentos, necesitó ser asistido por otro, por nacer indefenso y prematuro para su autonomía. Es la condición humana sobre la cual se va construyendo y desarrollando cada ser humano. Cualquier situación de amenaza, intrusión o violencia que afecte su integridad -incluidas sus pertenencias- producen una inmediata e inconsciente evocación de aquel estado de indefensión inicial y constitutiva", explica.

"La adolescencia se caracteriza por su nueva vulnerabilidad, propia del crecimiento, con los duelos por la pérdida de su identidad de niño, su lugar social anterior e incluso de esos padres y madres de la infancia, que ya no son tales. Junto con estas vivencias de pérdida, se imponen habitualmente sentimientos de omnipotencia, que no mejoran las cosas, sino que más bien, como defensa maníaca, tienden a exponer aún más a los adolescentes", sigue.

Estudiantes en la zona de San Nicolás. Foto: Enrique García Medina.
Estudiantes en la zona de San Nicolás. Foto: Enrique García Medina.

Una buena forma de acompañar para "amortiguar" las consecuencias emocionales del robo son "ser una buena estación de servicio" para los chicos, como metáfora de "estar disponibles". "Como una buena estación de servicio en la ruta: uno puede verla si está visible y sabe que puede entrar, si está abierta. Quienes tenemos responsabilidad sobre otras generaciones, debemos tener disponibilidad para poder recibir sus angustias, para poder hablar de estos temas con ellos, para poder proponer también actitudes prudentes y no desafiantes ante lo disruptivo", define.

Otra metáfora para pensar el acompañamiento es la del “camión de remolque", propone y desarrolla: "Cuando el adolescente se encuentra en una situación en que no puede acercarse para solicitar ayuda, debemos estar en vigilia, atentos a ver si necesita que nosotros seamos aquellos que nos acerquemos y que podamos ser quienes los sostienen y acompañan en tiempos difíciles".

Un mapa de la sábana corta

El Gobierno porteño dispone de un operativo específico para cuidar a los alumnos en los horarios de mayor circulación. Se compone de un mapa de 394 Senderos Cuidados y 80 puntos fijos, por los que pasan agentes de prevención la Ciudad –son 1.132 en total- y policías. 

El tema es que son patrullas que no pueden estar en todos los lugares al mismo tiempo y que dejan zonas afuera. “Por ahí, están cuidando más dos cuadras a la redonda de la escuela, pero cuando los chicos se alejan no hay control", describe el vicerrector del turno vespertino del Pellegrini, Federico Oliva, para quien también la situación de robos y arrebatos se mantiene igual que otros años.

En el caso de ese colegio, las zonas más complicadas son "la parte más interna de la Plaza Rodríguez Peña y las calles internas del barrio", explica Oliva, y destaca que el horario también es un problema. El operativo de Senderos tiene dos turnos, de 7 a 13 y de 12.30 a 18.30, y fuera de esos horarios se recorren las inmediaciones más concurridas, como avenidas y paradas de transporte público.

“Para el turno vespertino, que es de 17.20 a 21.40, es más difícil, porque la zona está mucho más vacía. Esto es zona de oficinas y los oficinistas a esa hora ya se fueron”, explica. Desde la institución recomiendan a las familias y estudiantes que no usen el celular en la calle, “que no se queden en las esquinas o plazas y que a la salida traten de estar en grupos”.

Pañuelitos y medias 

Es un mediodía de día de clases y dos niñeras hacen tiempo para que salgan los niños a los que cuidan del colegio El Salvador. Los celulares los dejan adentro de la cartera. "Hace poco le robaron la mochila completa a un nene. Y también supimos que le arrebataron un celular a una mamá", explica una. 

El portero de un edificio ubicado enfrente dice que los robos son "moneda corriente" y que la modalidad varía: "Hay tantos tipos de robos como cuadras". Por ejemplo, en la de Callao y Lavalle "es cuestión de arrebatar y salir corriendo por el pasaje Santos Discépolo. Pero en las cuadras donde hay bares, están los de las medias", cuenta.

A la hija de Ana, de 14 años, le pasó en el local de comidas rápidas de la esquina de las avenidas Santa Fe y Callao. Los supuestos vendedores ambulantes "les hicieron el truco de apoyar las medias sobre la mesa, encima de los celulares. Después pasan y se intentan llevar las dos cosas. Pero los chicos se avivaron a tiempo", cuenta.

Mariana, mamá de una alumna del último año del Pellegrini, cuenta que a la mayoría de los compañeros de su hija les robaron los celulares. En algunos casos, cuenta, los ladrones fingen llevar cosas en las manos, como pañuelitos descartables para vender o libros de texto, como si fueran estudiantes. "Pasan rápido, empujan a los chicos y se esconden los celulares que les arrebatan entre las cosas", explica.

AS

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