Odesa estaba lista para recuperar sus playas... y se rompió una represa

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ODESA, Ucrania - El verano pasado, las playas que rodean la ciudad portuaria de Odesa, en el sur de Ucrania, estaban abarrotadas de voluntarios que empaquetaban sacos de arena bajo los acantilados

en los que las tropas estaban apostadas en nidos de ametralladoras mientras aún se cernía la amenaza de un asalto anfibio ruso.

Se suponía que este verano iba a ser diferente.

En los primeros días de junio, el sol calentaba, el Mar Negro era de un azul resplandeciente y muchos ucranianos ya llenaban las playas a pesar de la prohibición oficial de bañarse.

Tras un año de ausencia debido a la invasión rusa, los amantes del sol que suelen abarrotar el paseo marítimo de Odesa empezaron a regresar antes de que se rompiera el dique. Foto Brendan Hoffman para The New York Times
Tras un año de ausencia debido a la invasión rusa, los amantes del sol que suelen abarrotar el paseo marítimo de Odesa empezaron a regresar antes de que se rompiera el dique. Foto Brendan Hoffman para The New York Times

Entonces se destruyó la represa de Kajovka.

Un torrente de agua desembocó por el río Dniéper, arrasando ciudades y pueblos del sur de Ucrania.

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Miles de casas y negocios se inundaron, vastas extensiones de ricas tierras de cultivo quedaron arrasadas, y es probable que el costo medioambiental y económico total tarde años en medirse.

Las inundaciones también arrastraron montañas de escombros hasta el Mar Negro:

trozos de edificios, árboles, electrodomésticos, barcos, cadáveres de ganado e incluso instrumentos de guerra, como las minas terrestres que las fuerzas rusas y ucranianas habían plantado cerca del río.

Ahora, las mareas están arrastrando gran parte de esos residuos a la costa, junto con un guiso de productos químicos tóxicos, ensuciando las famosas playas de Odesa y otras comunidades costeras.

"El mar se está convirtiendo en un vertedero de basura y un cementerio de animales", advirtió la semana pasada la Agencia de la Guardia de Fronteras de Ucrania.

"Las consecuencias del ecocidio son terribles".

La guerra ha diezmado la industria turística en las ciudades turísticas que bordean el Mar Negro. Los habitantes de Odesa esperaban que este verano las playas les proporcionaran un poco de evasión, pero la destrucción de la presa lo pone en duda. Foto Brendan Hoffman para The New York Times
La guerra ha diezmado la industria turística en las ciudades turísticas que bordean el Mar Negro. Los habitantes de Odesa esperaban que este verano las playas les proporcionaran un poco de evasión, pero la destrucción de la presa lo pone en duda. Foto Brendan Hoffman para The New York Times

Dijo que había una "plaga de peces muertos" mezclados entre las casas y los muebles, minas y municiones que llegan a la costa.

El sábado, el ayuntamiento de Odesa declaró prohibido bañarse en todas las playas de la ciudad, por considerarlo "peligroso para la salud de los ciudadanos".

Antes de que se rompiera la presa el 6 de junio, las autoridades municipales se afanaban en instalar redes protectoras en el agua para atrapar las minas navales a la deriva, como las redes que protegen a los bañistas en otras partes del mundo de los tiburones.

Pero no existe ningún sistema que pueda contener el diluvio de residuos que ahora llega a las costas, según los responsables militares y de emergencias.

En los últimos días, las minas arrastradas por el Dniéper han llegado a Odesa, a más de 160 kilómetros de distancia, según ha informado la sección local del Servicio Estatal de Emergencias.

Una de ellas fue encontrada por un residente que pensó que era una botella de gas de cocina y la recogió.

Por alguna razón, no explotó.

Funcionarios ucranianos hacen una demostración de un dron naval que se utiliza para buscar a personas desaparecidas en el mar. Foto Brendan Hoffman para The New York Times
Funcionarios ucranianos hacen una demostración de un dron naval que se utiliza para buscar a personas desaparecidas en el mar. Foto Brendan Hoffman para The New York Times

"Se la llevó a casa, pero por suerte se impuso el sentido común y llamó a los desminadores", explica la agencia.

La destrucción de la presa puede significar otro verano sin mar, un golpe amargo en una ciudad que ya sufre los ataques periódicos de misiles rusos y la pérdida de su puerto, con todos los barcos de grano, excepto unos pocos, que no pueden zarpar por el bloqueo ruso.

Igor Oks, director creativo de un nuevo centro cultural internacional en Odesa, dijo que la ciudad sin su puerto era como un cuerpo sin sus extremidades.

No poder disfrutar del mar, dijo, es como extirparse el corazón.

Una heladera flotando en el Mar Negro frente a la costa de Odesa el viernes. Foto Brendan Hoffman para The New York Times
Una heladera flotando en el Mar Negro frente a la costa de Odesa el viernes. Foto Brendan Hoffman para The New York Times

Recordó la escena de hace un año, entre temores de un desembarco ruso, cuando las playas estaban preparadas para la batalla, marcadas por trincheras y vigas de acero soldadas en trampas para tanques.

"Por todas partes había sacos de arena, y había voluntarios que venían a la playa todos los días a llenar esos sacos", dijo.

"Recuerdo ir a la playa y ver que el nivel de arena bajaba como 1,2 ó 1,5 metros".

Las autoridades municipales calcularon que se sacaron 700 toneladas de arena de las playas cuando la alarma estaba en su punto más alto durante los primeros meses de la guerra.

En aquella época, Odesa aún se enfrentaba a la amenaza rusa por tierra, mar y aire.

Ahora, las fuerzas terrestres del Kremlin han retrocedido y sus buques de guerra se mantienen a una distancia prudencial, ya que la mejora de las defensas costeras ucranianas las ha puesto en peligro.

Bailarinas dando una clase en un paseo marítimo de Odesa a principios de junio. Foto Brendan Hoffman para The New York Times
Bailarinas dando una clase en un paseo marítimo de Odesa a principios de junio. Foto Brendan Hoffman para The New York Times

Pero la destrucción de la presa ha traído nuevos peligros, que amenazan con frenar el renacimiento de la vida y el comercio en una ciudad que ha sido durante mucho tiempo una de las vías de escape favoritas de la población de toda Ucrania.

Con las esperanzas del Presidente Vladimir Putin de apoderarse de la ciudad aparentemente fuera de su alcance, los odesanos intentaban recuperar parte del chisporroteo veraniego que ayudó a la ciudad a ganarse la reputación de "perla del Mar Negro".

La ciudad, que fue un pequeño puesto avanzado del Imperio Otomano, fue conquistada por Rusia en la década de 1790, refundada y rebautizada por la emperatriz Catalina la Grande, y se convirtió en un rico puerto y centro turístico, conocido por sus playas y su elegante arquitectura.

Llenando sacos de arena en una playa de Odesa en marzo de 2022. Foto Tyler Hicks/The New York Times
Llenando sacos de arena en una playa de Odesa en marzo de 2022. Foto Tyler Hicks/The New York Times

A principios de junio, las bailarinas de una escuela de danza daban una clase en un paseo marítimo a primera hora de la mañana, un cine al aire libre estaba preparado para un festival de cine de verano por la noche y la música brotaba de los cafés durante todo el día.

La famosa Escalera Potemkin -192 escalones que llevan de la ciudad al puerto- está cerrada, ya que el puerto sigue siendo blanco de ataques rusos, pero la mayoría de los puestos de control alrededor de la ciudad han desaparecido.

Los restaurantes y bares están abarrotados, y antes de que se rompiera la represa, los trabajadores se dedicaban a limpiar la arena de las playas, no a desenterrarla.

Ahora, tienen que seguir el ritmo de una avalancha de escombros a menudo peligrosos.

Mykola Kaskov, de 47 años, jefe de la unidad de submarinismo de rescate del Servicio Estatal de Emergencias de la región de Odesa, afirma que, incluso antes de la rotura de la represa, las minas marítimas soltadas de sus amarras representaban un riesgo persistente.

Pero su misión sigue siendo la misma.

"Lo principal es mantener a la gente con vida", dijo.

El verano pasado se prohibió el baño, pero las minas siguieron matando a varias personas en las playas.

Un hombre de 50 años que se adentró en las aguas en busca de caracoles de mar, una exquisitez de Odesa, voló por los aires el pasado mes de junio mientras su familia observaba desde la orilla.

Un mes después, un joven fue a nadar y "le explotó una mina el día de su cumpleaños", declaró entonces Serhii Bratchuk, portavoz de la Administración Militar de Odesa.

Ese peligro es ahora mucho mayor, advirtió el mando militar ucraniano del sur.

Yevhen Koretskyi, de 24 años, especialista en desminado del Servicio Estatal de Emergencias de la región de Odesa, ha estado entrenándose con un nuevo dron submarino diseñado para buscar explosivos.

Recibieron el nuevo equipo sólo unos días antes de la rotura de la represa, pero ya lo están poniendo en práctica.

Mientras hacía una demostración del equipo en un puerto deportivo vacío de las afueras de la ciudad, afirmó que él y sus colegas pronto emplearían tales dispositivos para ayudar a proteger a los bañistas en el mar, así como en los ríos y lagos recientemente inundados.

Viktor Butenko, buceador de rescate de 41 años, estaba probando cerca de allí otro dispositivo que habría que utilizar si llegaban demasiado tarde.

"Este dron catamarán es para buscar cadáveres", dijo.

Vida normal

Antes de la destrucción de la presa, muchos ondenses decían estar dispuestos a volver a sumergirse en el agua, a pesar de los peligros, aunque algunos con más cautela que otros.

Olena, de 40 años, que estaba en la playa con su hijo de 7 a principios de junio, dijo que se acercaba al mar "poco a poco".

"Primero llegué al paseo marítimo", dijo, refiriéndose al camino pavimentado más allá de la arena.

"Luego a la playa, y finalmente probé el mar".

"Todavía no me he bañado, demasiado frío para mí, pero mi hijo se mete en el agua", añadió.

"Por supuesto, tenemos miedo de las minas, pero es el momento de las vacaciones de verano y sería demasiado triste sin el mar".

Ahora hay más minas, y también otras amenazas.

El mar, según las autoridades, vuelve a ser demasiado peligroso para entrar y parece que otro verano playero podría perderse en la guerra.

c.2023 The New York Times Company

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