Reflexiones atrevidas sobre el día del padre en China

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El balde de agua fría que el presidente de EE.UU. Joe Biden acaba de lanzar con premeditación sobre China pareció dirigido a dejar en claro que no se deben esperar concesiones respecto al

reciente acercamiento con el régimen de Beijing que promovió la propia Casa Blanca .

Apenas un día después de culminada la gira de su canciller Antony Blinken a la República Popular, el mandatario norteamericano trató de dictador a su colega Xi Jinping. Con el agravante de degradarlo como un líder poco informado y desorientado característica que se habría constatado, afirmó, con la embarazosa crisis del globo aerostático chino derribado sobre EE.UU. en febrero pasado.

“La razón por la que Xi Jinping se molestó mucho cuando derribé ese globo lleno de equipos de espionaje es que no sabía que estaba allí”, afirmó .

La filípica en una reunión de donantes del Partido Demócrata no se trató de un exceso verbal del anciano mandatario como podrían suponer sus críticos. Por el contrario es esa la consideración que rige en la Casa Blanca sobre la potencia asiática y sus mandos, un prejuicio peligroso que, por cierto, su rival comparte, con similar intensidad pero a la inversa.

Posiblemente la frase más interesante de todo ese estudiado mensaje presidencial se encuentra al final cuando el mandatario norteamericano buscó disolver la ansiedad en EE.UU. sobre el auge económico chino. En un juego de palabras, entre sonrisas, dijo que no hay que preocuparse de (lo que haga) China, hay que preocuparse por China, porque no le va bien.

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Existen al menos dos hipótesis para intentar caracterizar este comportamiento que buscó herir particularmente la reputación de los jerarcas de la potencia rival, un factor especialmente cuidado por la República Popular. Una refiere a que seria consecuencia por la reacción de Beijing al acercamiento que habría sido lejana de las expectativas de la Casa Blanca.

El encuentro de Joe Bide con Xi Jinping en Indonesia. Un contacto complejo pero al que se pretende regresar. AFP
El encuentro de Joe Bide con Xi Jinping en Indonesia. Un contacto complejo pero al que se pretende regresar. AFP

Según esa idea, EE.UU. se montó en las complicaciones económicas graves que confronta China especulando con la necesidad que trasunta la situación. No se trata del fondo del problema que es el que explica la rivalidad, sino de la coyuntura para fijar algún tipo de parámetro.

Malos números

Un reciente informe de The Economist, advierte que además del problema de desocupación juvenil que cuadruplica la cifra general y del cual dio cuenta esta columna la última semana, se agrega en China la novedad de que la economía podría no crecer en absoluto en el segundo trimestre en comparación con el primero en el cual hubo un salto por la salida de la clausura por la pandemia.

La revista británica cita a Ting Lu del banco japonés Nomura, que señala que si eso sucede para los estándares de China consumaría una “doble caída”, porque no solo crecería menos, sino que lo haría nada. Esas realidades tensionan los balances políticos en la potencia donde el autoritarismo del régimen se compensa, o debería hacerlo, con el crecimiento individual en el modelo de puro capitalismo autoritario que sostiene el régimen.

Para defender esa arquitectura han aparecido señales de una reducción de la tasa de interés que beneficie los pagos de las hipotecas. También hay signos de una moderación de las restricciones para la compra de viviendas en ciudades de primer y segundo nivel donde solo accede una parte privilegiada de la población.

Willy Lam, un sinólogo de la Fundación Jamestown de Washington confirmó a The New York Times que “la principal motivación de Xi con respecto a los estadounidenses es que la economía china está en muy mal estado”.

Y explicó que “las exportaciones han disminuido notablemente y más empresas estadounidenses y occidentales están trasladando sus bases de producción fuera de China”. Ese contexto revelaría otro ropaje en el viaje de Blinken, el de un mensajero que lleva condiciones al adversario herido.

La decisión del presidente Xi Jinping de recibir personalmente al canciller norteamericano es lo que le dio real densidad a esa visita. Había serias dudas de que se diera un contacto a ese nivel por la desconfianza que rige el vínculo binacional. Pero no se debería confundir el sentido de ese gesto. China asume que la caida del crecimiento global es una calamidad común para el Este y el Oeste. Esa coincidencia alimenta la razón para disminuir las rivalidades.

En esa línea, Beijing reprocha el cerco militar que ha montado EE.UU. alrededor de su territorio, con bases en la Filipinas del nuevo Marcos; la alianza con Vietnam; la consolidación del Quad, que une a Japón, Australia, India y EE.UU. y el Aukus, que asocia a Londres, Washington y Canberra para dotar a Australia de una flota de submarinos nucleares en las narices de China.

El canciller norteamericano Antony Blinken AFP
El canciller norteamericano Antony Blinken AFP

Todo esto además de la novedosa potenciación militar de Japón (aumenta 50% el gasto de defensa), y el significativo crecimiento de ese tipo de asistencia a Corea del Sur y a Taiwán. Por si gustan las siglas, también está la FVEY, o Five Eyes, que es un sofisticado sistema de espionaje y alerta que despliegan en conjunto EE.UU., Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Es claro hacia donde miran esos cinco ojos.

Esa estructura no se compensa con la base de inteligencia que instaló China en Cuba  mucho antes de 2019 y que monitorean las agencias norteamericanas desde entonces, aunque se la describe ahora como una grave amenaza. Peculiaridades.

​Libre comercio y competencia

China también patalea contra lo que considera la violación de las reglas del libre comercio por la andanada proteccionista norteamericana que bloquea su comercio, su desarrollo tecnológico y la posibilidad de desplegar su competencia. El mandatario chino se lo señaló a su encumbrado visitante. Considera que las acciones norteamericanas no están a la altura de los tiempos.

Una frase que The New York Times traduce de este modo: rodear a China con un cerrojo de seguridad y detener su acceso a tecnología de avanzada no es una competencia sana, es una invitación al conflicto.

El régimen busca siempre ubicarse como el adulto en el cuarto que debe tramitar con un rival que carece de palabra, otro prejuicio igualmente peligroso porque puede justificar comportamientos. El Imperio del Centro observa la deriva populista en EE.UU. piloteada por Donald Trump como una constatación de la decadencia norteamericana y la urgencia consecuente de un relevo.

También remarca las diferencias que expone Europa sobre la relación con la República Popular como dato de un menguante liderazgo norteamericano. Se afirma además en otros datos menos subjetivos. Según el Banco Mundial, en su reciente informe de perspectivas, se reduce el crecimiento planetario pero también el estadounidense.

La potencia occidental tras expandirse 1,1% en 2023 se desacelerará al 0,8% en 2024, año electoral. Ese declive se debe al impacto del aumento de las tasas de interés que se registró durante el último año y medio.

La noción de que no hay ganadores sino que existe una paridad, puede explicar que China haya armado una arquitectura de gestos para recibir a Blinken con cuotas importantes de frialdad que, aunque previsibles, también deben haber molestado en Washington.

El día del padre

Esa estrategia tuvo excesos en las redes donde los nacionalistas hicieron notar que fue EE.UU. quien debió ir a China y no al revés y que lo hizo, remarcaron con malicia, después de meses de suplicar esa cita. O la burla afilada de la casualidad de que el canciller de Biden llegó el día del padre a China, es decir viajó a ver al padre, Xi Jinping. No son anécdotas sino constataciones de la dificultad para hallar un punto de equilibrio, que urge.

Una segunda hipótesis vinculada a la anterior, sobre el supuesto comportamiento contradictorio del mandatario estadounidense, es que escudaría la puesta en marcha de algunas concesiones necesarias.

Uno de los puntos sobre la mesa sería el levantamiento de las sanciones al general Li Shangfu, ministro de Defensa Nacional de China quien rechazó días atrás reunirse con el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, precisamente por la incomodidad colérica de ese castigo.

Una medida que resuelva este problema permitiría reabrir los canales de comunicación de nivel militar que ayuden a evitar incidentes en el Mar del sur de la China y en relación a la disputa caliente sobre Taiwan, que Blinken no logró restaurar en su viaje.

Pero es un plano inclinado. Cualquier centímetro que se corra EE.UU. puede ser interpretado por los halcones del otro lado como un camino abierto para intentar demostrar quién es de veras el padre en esta historia. Por eso se exhiben mutuamente los dientes.

Ayuda recordar una reflexión de Hobbes sobre las rivalidades:  “No se trata simplemente de tener poder para alcanzar el objetivo que nos hace falta -decía-, sino de tener más poder que el otro que también quiere lo mismo”.
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