Australia y China, las 2 referencias de la transición energética mundial

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Jorge Castro

Analista Internacional

La principal empresa de energía de Australia – Squadron -, propiedad del mayor inversor minero del país Andrew Forrest, adquirió la compañía número 1 de energía

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Jorge Castro

Analista Internacional

La principal empresa de energía de Australia – Squadron -, propiedad del mayor inversor minero del país Andrew Forrest, adquirió la compañía número 1 de energía

eólica de la isla continente y lo hizo en US$2.700 millones. Se trata de la firma CWP Renewables.

Squadron es ya el mayor operador australiano en energía eólica y solar, y uno de los tres más importantes del mundo.

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Esta extraordinaria consolidación alrededor de las energías alternativas acelera la transición energética australiana, y abrevia el periodo en que se ha dispuesto la clausura definitiva de las 3 últimas grandes minas de carbón del continente.

La provisión básica de energía australiana es originada en el carbón, que cubre más de 60% de la demanda doméstica.

Esto significa que el vuelco masivo de la inversión de los grandes capitales australianos a las energías renovables adquiere en sí mismo un significado mundial, porque implica que en 3/5 años, o quizá antes, la demanda energética del país estaría cubierta por energía renovable, claramente un acontecimiento mundial.

El cálculo del gobierno de Canberra es que la isla perderá al menos 60% de sus envejecidas plantas de carbón en los próximos 5/8 años.

Actúa sobre la premisa de que está en condiciones de realizar gigantescas inversiones en todo el sistema de transmisión, régimen de baterías, y principalmente multiplicar el capital colocado en energías renovables en una suma que se estima en principio de US$ 30.000 millones, a contar solo con el esfuerzo inicial.

Los capitales de inversión no son un problema en Australia. El país tiene un ingreso per cápita semejante al norteamericano (US$67.000 anuales), además de pleno acceso a los mercados financieros internacionales, y todo esto con una población de solo 25,7 millones de habitantes.

El cálculo gubernamental en términos muy aproximativos es el siguiente: hay que incrementar nueve veces la escala de las redes de transmisión eólicas y solares; y hay que multiplicar por otras nueve la capacidad de distribución de las redes solares, que son esencialmente familiares e individuales.

La propuesta del nuevo gobierno australiano perteneciente al partido Laborista (primer ministro Anthony Albanese) es la de invertir en principio US$25.000 millones en la ampliación y modernización de las redes de transmisión, con el objetivo de tener cubierto con energía renovable al menos 82% del sistema eléctrico en 2030.

Aunque resulte asombroso estos objetivos parecen logrables debido a los extraordinarios recursos financieros y de acceso a los capitales del mundo que caracteriza a Australia.

La jurisdicción primordial sobre el desarrollo de las redes de transmisión reside en los Estados Australianos (seis estados y diez territorios federales), todos ellos dotados de un profundo sentido descentralizador y firmemente adheridos a sus antecedentes estaduales.

Hay que agregar que las regulaciones y prácticas licitatorias de los estados y de los territorios federales son previas a la Segunda Guerra Mundial.

Es de esta manera que Australia se presenta como la vanguardia de la transición energética en el mundo, en tanto que su principal socio comercial, que es China, se ha convertido en el eje del fenómeno global del vuelco hacia los combustibles alternativos.

La situación de la República Popular se puede resumir en estos términos: más de 60% de la demanda energética china depende del carbón, y se destina en su totalidad a la generación de electricidad.

La demanda energética de la República Popular ha aumentado más de 30% en los últimos 2 años; y es un auge notable que responde a dos fenómenos convergentes: fue la única gran economía del mundo que creció en 2020 (2,1% anual); y se expande arrastrada por un boom de consumo que alcanzó a US$6,9 billones en 2021.

Todo esto fue acompañado por un alza formidable del precio del carbón en el mercado mundial, que alcanzó a US$202 por tonelada, tres veces por encima de los niveles récord de 2019.

China importó 198 millones de toneladas de carbón en los primeros seis meses de 2021 (le compró 70 millones de toneladas solo a Australia).

Todo esto sucede cuando la capacidad instalada de generación eléctrica ascendió a 2.240 millones de kilowatts en 2021, lo que implica que China cubre con esta capacidad la totalidad de su demanda, con el agregado de que ya 30% de su oferta energética esta compuesta por energías renovables (eólica, solar, hídrica y nuclear).

La decisión estratégica fundamental de la República Popular ha sido volcarse a la Cuarta Revolución Industrial, que es la digitalización completa de la manufactura y los servicios.

Significa que busca en el conocimiento y el “capital humano” la fuente de su crecimiento económico.

Esto tiene como contrapartida una reducción sistemática de la intensidad energética (uso de energía por unidad de producto) lo que puede estimarse en hasta 40% en los últimos 10 años.

El objetivo histórico que se ha propuesta China es lograr la completa neutralidad energética (medida en dióxido de carbono/Co2) en 2060, que es la época en que se reinstalaría definitivamente el “Imperio del Medio” del siglo XXI, con sus 5.000 años de historia.

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